Imaginen a un niña que sin levantar metro y medio del suelo vive emancipada, no necesita la ayuda de ningún hombre y además les dice que ella es la mujer más fuerte del mundo. Una chica a la que nadie dice lo que tiene que hacer, y cuya opinión es más revolucionaria que la de cualquier adulto. Alguien que además prefiere la compañía de su mono y su caballo que de seres humanos. Si ahora la llamarían loca -o feminazi si algún machirulo se cruzara con ella-. Imaginen en 1945, cuando todo el público conoció a Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta, más conocida como Pippi Langstrump, o mejor aún Pippi Calzaslargas.
Muchos calificaron estas aventuras para niños como irreverentes, pero tardaron poco en enamorar a los jóvenes de todo el mundo, que cayeron rendidos a sus historias que no les trataban como adultos ni les adoctrinaban en los roles que establecía la sociedad. Pippi significaba libertad, la misma por la que luchó su creadora Astrid Lindgren. El alma de esta escritora sueca está en cada palabra que dice un personaje que creó en invierno de 1941 para calmar a su hija de siete años que se encontraba en la cama con una enfermedad pulmonar. Aquel cuento feminista -y para muchos anarquista- se convirtió en historia de la literatura infantil y juvenil.
Pero antes de todo eso Lindgren forjó su personalidad como mujer, escritor y feminista, y eso es lo que cuenta Conociendo a Astrid, el biopic dirigido por Pernille Fischer Christensen, que se estrena en cines este viernes. En él vemos a la autora ya mayor, recibiendo sacos y sacos de cartas de niños apasionados con sus historias. La pregunta de uno de ellos, ¿cómo siendo tan mayor sabe tan bien lo que sienten los jóvenes?, hace que recuerde su infancia, la que vivió en la granja de Vimmerby (Suecia) donde se crió en un ambiente ultraconservador y religioso.
Ella hacía bromas, no quería bailar con los chicos, bromeaba sobre la Biblia y se revelaba contra las normas machistas que les inculcaban en la educación. Quedaba mucho para que Pippi llegara a su imaginación, pero en ella ya se ve que la rebeldía de aquella chica de trenzas pelirrojas no es casualidad.
Su vida cambió a los 16 años, cuando entró a trabajar en un diario local de su ciudad. Allí descubrió su pasión por la escritura. Daba igual que fueran obituarios o noticias menores, ella lo disfrutaba, y el contacto con una máquina de escribir hacía que ella fuera feliz. Allí también estaba el hombre que trastocó todos sus planes, Reinhold Blomberg, su jefe, y casado con siete hijos, con el que tuvo una relación que la dejó embarazada siendo menor.
Él quiso divorciarse para casarse con Astrid, pero eso podría llevarle a la cárcel por adulterio. Ella negó la propuesto y tomó una decisión impropia de su época. Quiso tener a su hijo sola, pero antes quería formarse como escritora, así que se fue a Estocolmo, donde tuvo a su hijo Lars a los 18 años y lo dejó en acogido durante los tres siguientes años mientras estudiaba taquigrafía y trabajaba de secretario. Siempre tuvo claro que volvería a por él, y esta fue la época más complicada de la escritora, y la que narra con pulso y elegancia el filme. Las historias de Pippi llegaron con su segunda hija, casi como un juego, y tras esa neumonía en la que nació Pippi, escribió más historias como regalo para su hija en su décimo cumpleaños.
Allí vió que podía tener futuro editorial, y mandó sus cuentos en 1944 a una editorial que lo rechazó, aunque ese mismo año ganó un premio de literatura que llevaba como recompensa la publicación de un primer libro que no fue para su heroína feminista, sino que se trató de Cartas de Britta Mari. Ver que una mujer podía ganar con su trabajo le dio fuerza, y al año siguiente presentó los cuentos de Pippi. En 1945 Rabén & Sjögren sacó Pippi Calzaslargas y la vida de Astrid Lindgrem no volvió a ser la misma.
Tradujeron su obra a 106 idiomas, y ganó en 1958 recibió el Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de literatura infantil y juvenil. Su éxito fue tal que en 1969 se hizo una serie de televisión que dio la vuelta al mundo y presentó a Pippi a muchos niños que todavía no la habían conocido. Así ocurrió en españa, aunque seis años tarde. El franquismo no permitió hasta 1965 que se vieran sus aventuras en nuestro país. Una joven que desafiaba el poder establecido y que decía a las niñas que no fueran princesas ni esperaran a un hombre era peligrosa. Hoy es un símbolo.