Los biopics son ya casi un género cinematográfico en sí mismo. Historias basadas en la vida de un personaje conocido que recorren toda su trayectoria desde niño hasta su madurez, con sus traumas, sus momentos felices... Si el arco del personaje ya tiene un punto dramático, una adicción, una enfermedad, mejor que mejor. El riesgo está en realizar una hagiografía blanca y condescendiente sobre el personaje. No se trata de derribar mitos, sino de mostrar sus lados oscuros, sus contradicciones, pero normalmente son los propios personajes o sus familias las que producen esas películas, así que nadie quiere ver que su padre o su amigo era un drogadicto o un cabrón.
El (peor) ejemplo lo tenemos en el éxito del año pasado, Bohemian Rhapsody, película sobre Freddy Mercury producido por la banda Queen que produjo un blanqueamiento del personaje que rozaba lo indigno. En el filme dirigido (hasta su polémica marcha) por Bryan Singer todo era idílico. Se mostraba lo geniales que eran, cómo componían sus canciones y el filme acababa con su gran concierto de reunión. La homosexualidad de su estrella estaba tratada en un segundo plano, apenas unas miradas furtivas a otro hombre, y cuando aceptaba su condición sexual era cuando se producía su caída a los infiernos y dejaba plantada a la banda. Pero no pasaba nada, allí estaban ellos para perdonarle cuando les confesó que tenía SIDA, una palabra de la que se huye en el filme.
Ni que decir tiene que las drogas ni se ven. La única vez que se intuyen es en una de las fiestas locas que montaba Mercury, y lo hacen culpándole por ello y presentando a May y compañía como hermanitas de la caridad que se van cuando ven el desmadre y dejan al cantante en su destrucción. Eso sin contar lo mal contada, montada y dirigida que estaba. En definitiva, Bohemian Rhapsody, que ha sido uno de los taquillazos del año y ganó el Oscar al Mejor actor y optó al de Mejor película es el ejemplo de todo lo que no debería ser un filme que prefiere edulcorar la historia en pos de un éxito de taquilla.
Es, irónicamente, la persona que terminó aquel desastre ante la marcha de Singer, el director Dexter Fletcher, el que ha mostrado la otra cara de la moneda con Rocketman, el biopic sobre Elton John producido por el propio cantante que ni blanquea al personaje, ni oculta el sexo y la droga, y que encima se convierte en el mejor homenaje al legado artístico del personaje. Lo hace apostando por un musical colorido, brillante y de una factura impecable que bebe de la estética del cantante. Las composiciones de Elton John se convierten en numeros musicales que hacen avanzar narrativamente la película.
La historia es, cómo no, la de auge y caída de una celebridad de la música con su necesaria redención final y con esa cosa tan yanqui de justificar las adicciones y excesos por traumas infantiles. Pero lo hace de una forma tan vibrante y entretenida que es imposible no caer rendido a sus números musicales, originales y emocionantes, como el espectacular Rocketman que da nombre a la película. Además, reivindica la figura del compositor Bernie Taupin, que siempre estuvo a su lado y que escribió sus mejores hits aunque él se llevara la fama.
El filme no esconde los lados oscuros de Elton John. De hecho comienza con el personaje llegando vestido con sus excéntricos trajes a una clínica de desintoxicación en la que dice que es adicto al sexo, a las drogas, a las compras y que es un gilipollas. Porque eso es en lo que se convirtió la vida del cantante durante unos años, cuando no pudo contener su ego de joven millonario que tenía al mundo a sus pies. John, como le dice a su madre, se folló todo lo que pudo y se metió todas las drogas conocidas, y no se arrepintió de nada.
La película no le juzga, y aunque no sea un festín sexual se muestra de forma natural sus relaciones con su mánager y cómo este le engañaba con cualquiera. Y cuando no quieren mostrar algo porque se podían pasar de explícito encuentran la fórmula más elegante de contarlo. Así, su caída total a los infiernos está mostrada dentro de un increíble número musical en el que van desnudando al personaje mientras se retoza con hombres y se mete de todo.
Sexo, drogas, y mucha purpurina y pelucas en un biopic vibrante que contagia su energía, igual que la contagia Taron Egerton, el actor elegido para dar vida a Elton John que derrocha carisma en cada plano. Decide que imitar como un clon al cantante es un error, y aunque conserva sus tics y modales, se decanta por la composición del personaje. Mucho más meritorio que la actuación de Tu cara me suena por la que Rami Malek ganó el Oscar por Bohemian Rhapsody y además tomando el riesgo de cantar él. Seguramente en la taquilla no funcione tan bien, pero en lo cinematográfico Elton John ha tumbado a Queen.
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