Cuando Michel Houellebecq habla, sube el pan. El escritor vive abonado a la polémica. De hecho, parece que disfruta con ella. Saborea cada vez que le acusan de algo. Novela tras novela ha sido calificado de machista, misógino, homófobo, xenófobo -fue amenazado por fundamentalistas islámicos- o a veces todo a la vez. Su reacción suele ser un mítico ‘sujétame el cubata’ para ir más lejos.
Si en Serotonina se quedaba a gusto con las mujeres y el feminismo, ahora ha decidido ponerse él como centro de una ficción. Ya no son personajes los que dicen barbaridades, sino el propio Houellebecq, o mejor, el personaje que ha creado y con el que puede permitirse ser el más incorrecto de los autores en activo.
El juego ya lo realizó en El secuestro de Michel Houellebecq, la meta comedia loca e irreverente dirigida por Guillaume Nicloux. El mismo realizador ha parido una secuela en la que también dice ‘sujétame el cubata’ y une al escritor con Gerard Depardieu. Los dos 'enfant terribles' de Francia juntos y revueltos en un centro de thalasso terapia -precisamente Thalasso se llama la película que compite por la Concha de Oro-, una especia de spa donde los dos sueltan perlas a cascoporro. Se diría que no hay diálogos escritos, sino que ambos se han prestado a jugar y a decir cualquier barrabasada que se les pase la cabeza.
Ambos se ríen de sí mismos, y los dos ‘machirulos’ acaban más expuestos que nunca, dejando ver que en el fondo la masculinidad clásica es un concepto tan en descomposición como el cuerpo enclenque de Houellebecq, tan delgado que no sabe si puede tomar una terapia con nitrógeno por si se le “congelan los huesos o la polla”. Hablan de sexo, de religión, de política… de todo lo que les apetece mientras la película juega con los géneros y se atreve a meter a un actor interpretando a Sylvester Stallone, que a su vez conoce a Depardieu ya que hicieron un trío juntos. Una continúa cascada de gags y referencias que se ve con una sonrisa y alguna risa, pero que no es más que el chiste de unos provocadores.
A pesar de ello es inevitable divertirse con ese Houellebecq al que confunden con otro autor, al que no le quedan dientes, al que le quitan el vino y que se emociona hablando de la resurrección y de la vida eterna ansiando una caricia de su abuelo. O a Depardieu riéndose de sus declaraciones pro-Putin o de su propia carrera, porque para la gente es el actor que ha dado vida a Obélix. Nada de Novecento, los taquillazos son lo que te definen. Y ahí está él, con su cuerpo obeso paseándose en calzoncillos o en albornoz mientras fuma, bebe y reconoce que su vida ha sido un paseo por todos los excesos posibles.
La vergüenza de Francia
En uno de los momentos más inspirados del filme, un desconocido se acerca a ambos y les pregunta si son Depardieu y Hoeullebecq, cuando contestan afirmativamente el hombre anónimo les dice que son “la vergüenza de Francia”. Un gag que describe a la perfección a dos seres tan polémicos como a menudo brillantes que, además, disfrutan cuando alguien les dice esas cosas.
Por supuesto, cómo no en dos machos como ellos, hablan mucho de sexo. Se preguntan sobre el 69, sobre lo que les gusta o deja de gustar y Depardieu dice que se ha follado a todo lo que se mueve. Hombres, mujeres y viceversa. Para seguir con la broma da nombres sin apellidos. Juliette, Sandrine, Catherine, Isabelle… no hace falta conocer mucho del cine francés para saber sobre qué mujeres está haciendo el chiste. Otros dos personajes hablan de “trasplantes de chochos” y así todo.
La política hace acto de presencia constantemente, y Houellebecq no para de decir que se quiere presentar a las presidenciales de Francia y que Hollande quiere matarle porque siempre le vio como un rival político. Nada escapa a la presencia arrolladora de este peculiar dúo cómico que llega a compararse con el Gordo y el Flaco en un momento del filme. Por si la leyenda de Houellebecq no fuera suficiente, su presencia en San Sebastián sirvió para agrandarla: ni entrevistas ni rueda de prensa, sólo la foto en la Alfombra Roja y vuelta casa en su avión. Es lo que tienen las divas.