Las películas sobre la guerra tienen unos códigos claros para que el espectador entre rápidamente en la contienda que desarrolla la ficción. Uno sabe en dos minutos quiénes son los buenos, los malos, la línea enemiga, la motivación del héroe… Pero, ¿qué pasaría si nos introdujeran en un conflicto sin saber nada de lo que ocurre?, ¿si lo vaciaran de toda ideología y sólo viéramos los hechos sin más datos a los que asir nuestra opinión? Quizás nuestro posicionamiento cambiaría, o dudaríamos mucho más antes de establecer esa dicotomía entre lo que está bien y lo que está mal.
Eso es lo que propone Alejandro Landes en la salvaje Monos, una experiencia sensorial y casi física que nos sitúa en medio del horror. Con influencias claras y reconocidas de El señor de las moscas y El corazón de las tinieblas, el director colombiano clava su cámara en una cámara donde ocho adolescente guerrilleros viven en una montaña donde tienen secuestrada a una mujer americana y tienen la misión de cuidar una vaca. Siguen órdenes que vienen de arriba, casi como una voz omnipresente, pero no sabemos si pertenecen a las FARC, a grupos militares, paramilitares, anarquistas o simples locos.
No importa, no es eso lo que quiere Landes, sino meternos en lo sucio y visceral de una guerra a punto de estallar. Todo contrastado con ese estado volcánico que es la adolescencia. Siempre con una violencia a punto de estallar, y que lo hará, y con una propuesta visual que pasa de lo realista a un estado febril y de ensoñación a lo que contribuye la excelente música de Mica Levi. Landes no nos da una excusa moral a la que agarrarnos para decidir qué pensar de estos guerrilleros, y tampoco glamouriza la guerra ni la violencia. Una violencia que se hereda en un país donde se huele en el aire. Esto es la selva colombiana, no las trincheras de Sam Mendes en 1917.
El director visitaba España para presentar la película y explicaba que “Monos viene de las tripas”. “Por un lado vengo de un país que ha vivido seis décadas de conflicto, pero no había visto algo en pantalla que vaya al corazón de lo que es la guerra. En el cine creo que siempre regresamos al mismo tipo de película. Filmes de la Primera y la Segunda Guerra Mundial que tienden a blanquear la guerra, con líneas de batallas marcadas, donde todo está organizado y que que si ves los conflictos de hoy en día son más sucios, no hay esas líneas románticas y creo que el conflicto colombiano no ha sido convencional, ha sido un conflicto de muchos frentes. La gente conoce a las FARC, pero hay otros grupos de izquierda y de derecha. Hay soldados que llegan con esa noción patriota de abrazar una bandera y caen en Afganistán en una guerra en la que no saben qué significa ganar”, contaba a EL ESPAÑOL.
Para Landes ese “vacío ideológico” era importante para “que entres no con el contexto de una esvástica o del franquismo, sino desde lo humano y así no empatizar desde lo ideológico. No sabes si la propia doctora es una alpinista, una agente de la CIA o la trabajadora de una ONG, todos esos perfiles son de personas secuestradas, y creo que esto era una propuesta moderna en un género donde hemos visto cosas muy fuertes, como Platoon, Apocalypse Now o Salvar al soldado Ryan. Quería crear algo más fértil y crear también un espejismo entre la adolescencia, que es un momento conflictivo en el que quieres estar solo, pero también pertenecer a algún sitio, y eso sirve como un gran espejo con la guerra”, añadía.
La adolescencia es el otro gran tema de la película, una “etapa violenta” pero que el director no vincula sólo con una violencia como la que ha vivido Colombia, sino también con cualquier país “con un ejército financiado como el americano donde hay publicidades del ejército pidiendo a los jóvenes que se apunten. Y lo ven y está esa idea de pertenecer a algo más grande que tú. Muchas películas hablan de niños soldados, y de cómo un ejército mata a los padres y se lleva al pequeño pajarito, pero esto es más complejo. Monos no es una película de niños soldados, es sobre nosotros, sobre ejércitos regulares e irregulares a los que la gente va porque quiere, o porque no tienen otra opción”, zanja.