El cine de terror tiene argumentos clásicos que se han repetido durante décadas. La pareja o familia que se muda a una casa nueva donde comienzan a pasar fenómenos inexplicables tras su llegada es uno de ellos. Poltergeist, Amytiville, o incluso Posesión infernal giraban en torno a esa idea de alguien despertando el mal que habitaba en una casa. Pero, como siempre, en Hollywood y en el cine de casi todo el mundo, se repetían unos patrones que dejaban fuera a muchos colectivos de la sociedad. ¿Cuántas de esas parejas protagonistas eran negras? El cine siempre había dado la voz a los mismos y siempre habían contado su historia los mismos.
Eso ha cambiado, y en una industria que pide a gritos más diversidad, empiezan a entrar otros relatos, y con ellos, además, se refresca un género que necesitaba nuevas voces. La presencia de mujeres dirigiendo películas de terror ha sido refrescante y novedosa, igual que la de directores y directoras de color. Tanto unas como otros han cogido tópicos del género para hablar de sus propios miedos y temores. Eso es lo que ocurre en Casa ajena, el filme de Netflix del que todo el mundo habla por saber conjugar el género con un cine social que mira a otras historias que no habíamos visto.
Quizás el mejor ejemplo de esto es Jordan Peele. El director y productor demostró que podía hacer un cine que arrasara en taquilla contando historias sobre la comunidad negra. Para ello cogió argumentos clásicos del cine de terror y les dio su toque personal. En Déjame salir la visita a la familia de la pareja se convirtió en sus manos en una disección del racismo de la sociedad EEUU, también en aquellos que gritan a los cuatro vientos eso de ‘no soy racista, tengo un amigo negro’. Su siguiente filme, Nosotros, le daba la vuelta a la ‘home invasion’ -una familia es asediada en su propia casa- para hablar de privilegios, de clase y de inteseccionalidad en la América actual.
En esa línea se encuentra Casa ajena, la ópera prima de Remi Weekes, que escribe un guion basado en una historia de Felicity Evans y Toby Venables. Una ópera prima que se ha convertido en un fenómeno gracias a su originalidad y a su capacidad para hablar de problemas como la inmigración, los refugiados o el racismo en la Inglaterra del bréxit a través de la clásica historia de casa encantada. Como lo oyen, donde antes sólo había sustos y familias que lo pasaban mal, Weekes se las apaña para crear un retrato social en el que los miedos son reales, y en los que el terror sufrido por unos inmigrantes puede ser más salvaje que el de un cementerio indio.
Casa ajena sigue a una pareja de Sudán que huye de su país, asolado por la guerra. En el trayecto perderán a su hija, y son llevados a un centro de detención de un pequeño pueblo de Inglaterra, donde tienen que esperar a ver si se les acoge o no. Ese CIES, aquí un piso de acogida en uno de los barrios más pobres de la ciudad, será la casa encantada. Donde en Hollywood había mansiones victorianas, ahora son centros de detención para inmigrantes. Allí es donde esta pareja a la que dan vida Sope Dirisu y Wunmi Mosaku se enfrentarán a apariciones, sueños que tiene que ver con los fantasmas de su pasado y presencias aterradoras.
Todo mientras se muestra la situación de dos personas que están en libertad bajo vigilancoa y si poder salir de una casa en la que sobreviven con unas pocas libras y una ayuda para la comida. Una supervivencia en un contexto hostil donde el racismo ha vuelto a meterse en la gente y donde el color ya no es un elemento de unión, ya que el odio al que viene de fuera se ha convertido en un argumento populista que ha calado. Una nueva muestra de que el terror es un caballo de Troya perfecto para hablar de asuntos importantes, y hacerlo sin perder de vista al gran público. Casa ajena asusta, conciencia y pone la mirada sobre temas importantes.