El 27 de junio de 1973, Uruguay sufrió un golpe de estado que daría comienzo a una dictadura que durá hasta 1985. Un golpe de estado apoyado por EEUU y que cercenó las libertades del pueblo. Encarcelamientos, secuestros, torturas, asesinatos… todo valía para apagar los movimientos de izquierdas y acallara a cualquiera que pensara diferente. La prensa fue uno de los primeros sectores que controlaron en una década ominosa para el país latinoamericano. Un informe de 2011 cifraba en 465 las víctimas de aquella dictadura. Muchos de ellos nunca aparecieron y sus cuerpos siguen desaparecidos.
Mientras que la dictadura argentina o chilena ha llenado muchas más páginas de periódicos, minutos de telediarios y ha dado más películas; la uruguaya no ha tenido tanto foco mediático. Por eso destaca la llegada de un filme como El año de la furia, dirigida por Rafa Russo -ganador del Goya al Mejor cortometraje en 2003- y que pone su mirada en aquel trágico suceso. Pero no mira directamente a los años de la dictadura, eso ya se ha hecho más veces, sino a los momentos previos. A esos meses anteriores donde todo se fragua. Donde las libertades ya empiezan a recortarse y donde muchos miran para otro lado. Es la previa al horror, y a veces es igual de horrorosa y terrible. Las torturas ya se sucedían, y se preparaba lo que vendría después.
El año de la furia es una película que te coloca en “la antesala del horror”, como explica su director, que cree que este lugar es “más interesante porque se ha contado menos”. “Se ha hablado mucho de dictaduras en Latinoamérica, sobre todo las de Chile y Argentina, pero menos de Uruguay, y es curioso porque Uruguay es un país que siempre ha estado en la vanguardia de los derechos humanos y el profesismo, y ves cómo un país se iba despeñando hacia el precipicio del totalitarismo”, cuenta Rafa Russo a este periódico.
Para contar esa caída a los infiernos no quería hacer un filme que fuera “didáctico ni discursivo”, sino un mosaico de personajes que ayudara a “contar esa historia de ese recorte progresivo de libertades”. Lo hace contando las vivencias de “la gente más normal, la más corriente”, pero también contando el punto de vista de “los opresores”, como muestra el personaje de Daniel Grao, un torturador al que presionan para ser más contundente y que duda sobre sus actos.
Una ambigüedad que le gusta como director. “Me gusta explorar la oscuridad, y mirar cómo realmente funcionó esa máquina del mal tan bien engrasada. Los que ejecutaban ese plan no eran robots, eran personas, gente que por la mañana se levantan y se miran en el espejo. Me interesaba cómo convive con ello. Creo que en gran parte es algo común a toda la sociedad, y es la bala del miedo, que una vez que se inocula en la sociedad la gente se paraliza”, añade.
Define su película como “una historia de gente que busca vivir con dignidad y libertad en un clima opresivo”, pero subraya que también dentro de los opresores hay “ese pequeño resquicio de libertad, de hecho han existido casos de torturadores que se han negado o que han huido con sus torturadas”. Todo con una máxima clara: “que los elementos más discursivos fueran pinceladas”. Lo consigue porque la película suena terroríficamente real en un contexto de auge de la extrema derecha.
La libertad de expresión hoy en día se siente amenazada y no sólo por los enemigos de siempre, sino por nuevos enemigos y nuevos flancos
“Esto es algo que se veía venir desde hace bastantes años”, comenta Rafa Russo de este aumento de la ultraderecha, y por eso “sentía que esta historia, aunque ocurra en un contexto definido iba a tener relevancia”. “La libertad de expresión hoy en día se siente amenazada y no sólo por los enemigos de siempre, sino por nuevos enemigos y nuevos flancos. Lo vemos en los juicios mediáticos o con la cultura de la cancelación. Yo como creador siento que tengo que medir mucho lo que digo, y sí creo que la libertad de expresión está amenazada y que no sabemos defenderla demasiado bien. Se ha bajado mucho el nivel, se han perdido los grises, y al final la cultura se empobrece y eso no es bueno, y está visto que una vez que cae la liberad de expresión, el resto va cayendo como un efecto dominó”, zanja.
El año de la furia cuenta con un reparto donde se mezclan caras argentinas como Alberto Amman, Martina Gausman o Joaquín Furriel, con rostros españoles como Maribel Verdú o Sara Sálamo y Daniel Grao, que sorprenden con sus acentos. Consecuencias de las coproducciones, pero un elemento que para el director “enriquece la película porque hay actores uruguayos, argentinos y españoles”. Todos ellos con un pasado común, una dictadura reciente que durante décadas asoló cada uno de sus países, y un presente donde las libertades parecen más frágiles que nunca.