El Festival de Málaga terminaba el sábado pasado con una cosa clara. El mejor cine español del año, al menos hasta ahora, ha venido de la mano de las propuestas más personales y arriesgadas. Lo acreditaba la Biznaga de Oro y los otros cinco premios para El vientre del mar, de Agustí Villaronga. Un experimento que mezcla cine y teatro; pasado y presente, para hablar de la crisis de refugiados. Pero sobre todo quien daba muestra de ello era Destello Bravío, de Ainhoa Rodríguez, la gran revelación del festival que se conformaba con el premio especial del jurado.
Destello Bravío -que se ha estrenado en cines este viernes- es la película más radical y única del cine español en lo que llevamos de 2021. No se parece en nada a lo que hemos visto en nuestras películas en mucho tiempo. Una película que podría entroncarse en un surrealismo rural. Una mezcla en la que caben Las Hurdes y Twin Peaks. Inland Empire en un pueblo extremeño. Una propuesta sensorial, diferente y arrebatadora. De esas de las que no tienes que ir a entender todo, sino a dejarte llevar y disfrutar.
La historia de Destello Bravío es la de las mujeres de Tierra de Barros, en Badajoz. La de Isa, que se habla a sí misma dejándose mensajes en su grabadora para cuando desaparezca o pierda la memoria. O la de Cita, que se siente atrapada en un matrimonio en una casa llena de santos y vírgenes. También la de, que María regresa a la población donde nació para enfrentarse a su soledad. Un pueblo suspendido en el tiempo y azotado por la despoblación y donde las mujeres quieren reclamar su espacio y su momento. Un momento de liberación. También sexual.
La directora paso casi un año en este pueblo, y sació así una fascinación que siempre había tenido, la de trabajar con “la gente de los pueblos, porque la materia prima que me ponen delante es un regalo, rico y extraordinario. Lo había hecho en pequeñas piezas y ahora quería hacer algo más ambicioso en mi tierra. Al final hay una cosa inexplicable que son las raíces, lo emocional, de la tierra que te atrapa”.
En Tierra de Barros construyó su propio “Cinecittá, me establecí como una vecina más y crear vínculos”. “Fui con un guion abierto, con millones de ideas, de hilos argumentales, de sueños, y al mismo tiempo que construía el guion iba haciendo cástings, ensayábamos y todo era retroalimentación, era un proceso completamente fuera de la norma y el sistema, y tiene lógica que la haya autoproducido porque la libertad era esencial para ello”, cuenta la directora a EL ESPAÑOL.
Las mujeres de Destello Bravío son mujeres reales que la directora descubrió en un taller y a las que ha dado una experiencia que ha sido revolucionaria y liberadora. Las ha dado un lugar en el cine y en su historia. Destello Bravío también habla de “las herencias patriarcales que están en todos lados”. “Hacer cine es posicionarse políticamente y elegir seres humanos, cuerpos no normativos, acentos determinados, paisajes, costumbres, irnos donde no pasa nada, forma parte de una idea y también de una estética”, explica Ainhoa Rodríguez.
Hacer cine es posicionarse políticamente y elegir cuerpos no normativos, acentos determinados, irnos donde no pasa nada, forma parte de una idea y también de una estética
También es una declaración de intenciones, y una declaración política “elegir mujeres maduras que están invisibilizadas es colocarte en un lugar”. “Y hay que hablar de su liberación, de la sexualidad y el autoplacer. No están en el cine y por tanto no existen para la sociedad. No es una reivindicación, está ahí delante, lo otro es silenciarlo. Su fuerza, lo dura que es la vida en el campo, también de la que está por venir, ese en este mundo globalizado. La conexión es absoluta”.
Un estilo personal, que para la directora tiene algo de realismo mágico, aunque también podría ser un surrealismo rural, porque para ella “la cotidianidad y la transgresión de la cotidianidad, las transgresiones, y el surrealismo están en la idiosincrasia española. El pueblo me brindaba todo eso, la cotidianidad y también las contradicciones y los momentos surrealistas, las leyendas, los sueños, había algo esencial de lo que yo partí que es la idea del dolor por la pérdida de la infancia y es de donde yo parto para hacer cine”.
Una película que es un misterio, igual que fue un misterio para aquel pueblo el rodaje de una película. Hay “realismo y reinvención de la realidad, suspense, realismo mágico, leyendas, cuando cae la noche surge la magia, pero se ve ese pueblo en descomposición, también se ve en el sonido, una psicodelia que tiene que ver con esa idea esotérica”. Todo gracias a una fotografía exquisita y a un diseño de sonido que mezcla los sonidos cotidianos con ruidos que parecen psicofonías en una mezcla tan extraña como sugerente.
El pueblo de Destello Bravío es un “pueblo indeterminado en el suroeste español, donde no hay niños y que va menguando”, pero poco tiene que ver con esa expresión de España vacía que tan de moda se ha puesto, porque para ella los pueblos han sido vaciados por la falta de políticas por y para ellos: “Hay que tomar medidas pero lo ensencial, tienen que tener las necesidades cubiertas, si a niveles laborales no hay desarrollo la gente va a emigrar. Extremadura ha estado muy abandonada. Desde lo nacional no se apoya a lo local”. Una película que mezcla “la psicodelia y lo tradicional, las jotas y la música experimental” y que lo hace desde su propio título, porque “destello es una cosa mágica y bravío como el torito”.