***Este artículo contiene spoilers del final de Juego de Tronos.
Ninguno de los dos Targaryen que aparecían en las quinielas para ocupar el Trono de Hierro han terminado por conseguirlo. Daenerys y Jon Nieve/Aegon han sido sacrificados o se han sacrificado, cada uno a su manera, para que los Siete Reinos cerrasen el capítulo más sangriento de su historia. No ha habido romance gubernativo ni matrimonio idílico, sino que de su encuentro se han derramado las únicas gotas de sangre del episodio final de Juego de Tronos. Los dos son los principales perdedores del finale, pero por motivos muy diferentes.
La batalla final en Desembarco del Rey había revelado la faceta más tiránica y despiadada de Khaleesi. Subida a lomos de su dragón perpetró una masacre incendiaria en la que murieron miles de inocentes, muchos de ellos niños. No tuvo clemencia la libertadora de esclavos, justificando su carnicería en la paz rechazada por Cersei. En este último capítulo, con la guerra ya ganada, alienta a su ejército de Inmaculados y Dothrakis a seguir peleando hasta que todos sus enemigos hayan sido derrotados, y lo hace envuelta en una escenografía totalmente dictatorial.
El dolor y la sed de venganza tras la decapitación de su fiel consejera Missandei y la pérdida de su segundo dragón, comenzaron a cegar a una cada vez más solitaria Daenerys, que se sentía extranjera y rechazada en una tierra que no era la suya. Todo ello, sumado a las ambiciones de poder, han terminado por corromper su alma buenista y en principio justiciera. La Targaryen, en lugar de erigirse en la libertadora de Poniente se reveló en la nueva amenaza para la gente.
El primero en verlo fue la araña Varys, calcinado por conspirar contra la reina. Le preguntaban que cómo había podido, pero el maestro de los rumores estaba en lo cierto, demostró ir un paso por delante del resto; y de eso se da cuenta su buen amigo Tyrion cuando ya es demasiado tarde. Él prefiere arrojar la insignia que le identifica como Mano y entregarse a una muerte segura que seguir aconsejando —o intentándolo— a una reina que empieza a dar signos de locura, como los de su padre Aerys.
El enano le reconoce a Jon haber traicionado Daenerys, y también le dice que lo volvería a hacer visto lo visto: "Seguirá liberando hasta que todos los pueblos del mundo sean libres y ella los rija a todos". "Es terrible lo que te estoy pidiendo, aunque también lo correcto", añade Tyrion aventurando que él no será la última ejecución ordenada por la Madre de Dragones, y quién con más papeletas que el legítimo heredero al Trono de Hierro para ser el siguiente en enfrentarse a un dracarys.
Luego todo se precipita de forma trágica y simplona: un beso entre Jon y Daenerys a los pies del ansiado sillón y, de repente, un cuchillo clavado en el vientre de la reina. De renacido a Matarreinas. Es la traición definitiva que sufre Daenerys, la que acaba con su vida y todos sus sueños de un mundo mejor dominado por su inflexibilidad. Sobre Jon Nieve recae la responsabilidad de cortar de un tajo la más que probable tiranía, y tiene que renunciar al amor por el destino del pueblo. Pierde a la mujer que ama en lugar de desistir a obrar justamente.
Pero el Targaryen no halla el frío del acero tras su necesario acto —otro ejemplo de lo sola que estaba Daenerys—, sino un nuevo comienzo, un regreso al punto de partida donde todo despegó para él: la Guardia de la Noche, el Muro. No recupera su posición de Lord Comandante, sino que decide partir con Tormund y el resto del pueblo salvaje más allá del Norte, ya sin la amenaza de los caminantes blancos, al lugar donde había sido verdaderamente feliz con Ygritte. Jon perdió el amor y la posición de poder, pero en su lugar se entregó a la libertad.