Por 25 pesetas cada respuesta, digan nombres de humoristas famosos que hayan triunfado haciendo monólogos por teatros de todo el mundo. Seguramente le vengan a la cabeza nombres como Eddie Murphy, Adam Sandler o Dani Rovira. Seguramente pocos se hayan acordado de una mujer. No es sólo vuestra mente, haced la prueba en Google y poned en el buscador ‘cómicos de stand up’. Ahí están ellos. Todos hombres. Jerry Seinfield, Richard Prior, Bill Cosby, Lenny Bruce… hay que deslizar el cursor unas cantas veces para encontrarse a la primera mujer, Ellen DeGeneres, que aparece justo después de Luis Piedrahita. Sí, para Google, Piedrahita está por encima de una de las cómicas más famosas de todo el mundo. Antes de que alguien ladre, si pones ‘cómicas de stand up’ el resultado es el mismo.
Viendo todo esto muchos podrían pensar que las mujeres no son graciosas o que han decidido que no era su sitio. Error. Hay muchas humoristas tan buenas y provocadoras como todos esos nombres, el problema es que nunca les han dado el espacio y la falta de referentes ha provocado que haya tan pocos nombres en el panorama de la comedia en teatros. En los últimos años unas cuantas han decidido cambiar esto. Gente como Sarah Silverman, Amy Schumer han mostrado que necesitaban que alguien apostara por ellas y han abierto la puerta a muchas más. También series como La maravillosa Sra. Maisel han contribuido en esta misión.
En ese contexto llegó hace dos años una revolución a Netflix, se llamaba Hannah Gadsby y era una humorista australiana de la que nadie había oído hablar fuera de su tierra. La plataforma colgó su monólogo Nannette y se creó un fenómeno global. Era un show hilarante, pero sobre todo muy político y comprometido. Hablaba del machismo, de abusos sexuales, de patriarcado… temas muy espinosos y siempre con muy mala leche, pero señalando con el dedo. Nada de equilibrismos, Gadsby se lanzaba a la piscina en el que decía que era su show de despedida… Mintió. No ha podido irse de los escenarios, y su regreso dos años después llega de nuevo a Netflix.
Se llama Douglas, como su perro, y si bien no sorprende tanto, sigue siendo la muestra de que las mujeres tienen mucho que decir en el mundo de la stand-up comedy. Ella sigue con sus señas de identidad, y construye un especial político, cañero y divertidísimo. Otra vez pone el espejo delante de la sociedad occidental, especialmente de los hombres blancos privilegiados que se han dedicado a hostigarla y atacarla por su anterior trabajo. Sigue teniendo para todos y también construye un show con otra revelación: sufre autisimo. Pero aquí no hay dramas y vuelve a usar algo personal para hacer una radiografía del momento actual que vivimos.
Ella misma es consciente de que no hay factor sorpresa, así que se abre en un preludio en el que cuenta todo lo que va a haber durante la siguente hora. Primero, quien espere más traumas que se vaya. Ya no le quedan, y confiesa que “si hubiera sabido que el trauma tenía tanto éxito lo hubiera dosificado para tener más éxito, hubiera hecho una una trilogía, pero puse toda la carne traumática en el mismo asador como una puta idiota”.
Sus dianas están claras: los americanos, el patriarcado, los haters, el machismo y los antivacunas, y para los ‘ofendiditos’ un mensaje: tienen dos opciones, coger la puerta e irse o recordar que son sólo chistes. También advierte que habrá un chiste sobre Louis C.K, pope de los cómicos que fue acusado por cinco mujeres de masturbarse delante de ellas, algo que reconoció y que puso en el foco los abusos de poder en el mundo del show business. Hannah Gadsby no miente, y cierra su monólogo -palabra que odia- con un zasca de altura al humorista. Hasta para Harry Potter tiene bilis, con una broma sobre Hermione, a la que define como feminista TERF.
Lo primero que saca de su chistera es un ataque a los americanos, a los que dice que “no son tontos”, pero que confían tanto en su identidad americana que lo parecen. O como les define: “sois el hombre blanco hetero de la cultura”. Se ríe de su lenguaje, de sus tradiciones… y todos los americanos presentes se ríen ante el espejo y su reflejo deformado. Los hombres son el centro de sus dardos, y es que deja claro que ellos han nombrado todo. Tanto que para decir que algo es lo peor dicen que es “un coñazo”, pero cuando ella usa la palabra piensa en un golfista y no en sus genitales, “porque un hombre que pasa seis horas con sus amigos jugando mientras su mujer hace tareas no retribuidas es un cabrón”.
¿O es que a alguna mujer se le hubiera ocurrido llamar a la píldora anticonceptiva, ‘La Píldora’? No. Tampoco ninguna se le hubiera ocurrido crear una frase como “son vuestras hormonas” o “los hombres son así”, una frase que según Gadsby esconde mucho más que “una coartada para justificar el abuso sexual”, sino que la sociedad nunca ha preparado a los hombres para el mundo real.
'¿Dónde está Wally?' es el mejor retrato de los privilegios del hombre blanco hetero: un tío que no se esfuerza nada y piensa que a todo el mundo le debe importar su puto paradero
Los hombres blancos heterosexuales y sus privilegios son los que se llevan la peor parte. La mejor definición del “privilegio” que tienen está en un libro de niños: ¿Dónde está Wally?. “Un tío que no se esfuerza nada y piensa que a todo el mundo le debe importar su puto paradero”. Ironía a raudales pero con mucha carga reivindicativa. Y los haters que ni se molesten en odiarla -ella explica que ha tenido amenazas- porque “me gusta el odio, me alimento de eso”.
Así hasta llegar al cénit. Su repaso a la historia del arte y como ha perpetuado el machismo. Ahí está la escuela de Atenas, el cuadro que mostró a los grandes pensadores, filósofos y científicos del momento y donde, sorpresa, no había ninguna mujer representada. Porque las mujeres en los cuadros sólo eran cuerpos desnudos objetivados. Para Gadsby sólo hay tres tipos de representaciones: “mujeres desnudas en el bosque esperando que los hombres lo nombren todo, bailes desnudos en bosques y mujeres que se frotan contra las piedras”. Una reproducción que no es casual, porque como la cómica destaca, eso fue “una decisión”. No es una fotografía de un momento casual, sino que un artista decidió pintar a una mujer que tiene una tela metida por su trasero.
Tiene para todos. Hasta para el santoral. Y ahora ya no amenaza con su retiro. Ha entendido cómo es su mente, su proceso creativo y quiere compartirlo con los demás. Su estilo está claro, y al que no le guste no le hará ninguna concesión. Hannah Gadsby ha vuelto para quedarse, y todos deberíamos estar contentos.