No fue la primera película en retratar los horrores de la experiencia de la mujer y la infancia bajo el estricto e inhumano control del régimen talibán. Sin embargo, puede que El pan de la guerra (actualmente disponible en Netflix) sea la más efectiva y sorprendente de todas ellas. Es fácil que su punto de partida nos haga pensar en el cine de autor que sobrevive y viaja por el mundo gracias al escaparate de los festivales de cine. La realidad es que estamos hablando de una película de animación para todos los públicos. Y eso incluye a los niños: nadie debería ignorar lo que está pasando estos días en Afganistán.
A sus once años, Parvana vive en Kabul durante el estricto dominio del régimen talibán a finales del siglo XX. Tras la detención de su padre y el peligro inminente de inanición y pobreza extrema para una familia de mujeres que no pueden ganar dinero por sí mismas ya que tienen prohibido trabajar o salir de casa sin la supervisión de un hombre, la joven se corta su larga melena para poder hacerse pasar por un chico. Negar su identidad es su única esperanza para salvar la vida de su familia y encontrar a su padre.
El viaje de la heroína de la tercera película de Cartoon Saloon (el estudio irlandés de animación responsable de La canción del mar, El secreto de Kells y Wolfwalkers) va mucho más allá de las familiares y a menudo infantiles fórmulas salidas del cine de Hollywood. Muchos creerán que la historia que cuenta El pan de la guerra no está dentro lo esperado o lo recomendable de una película para todos los públicos. Nola Towmey, su directora, tiene su propio punto de vista.
"Nuestro trabajo como adultos no es proteger a los niños de cosas que puedan asustarlos, sino ayudarles a lidiar con las cosas que les asustarán", explicaba a la web Cartoon Brew. "Si crecen sin saber nada de estas cosas, todo lo que van a hacer es ignorarlas o simplificarlas. Si lidian con ellas, llegarán a ser adultos más fuertes con la capacidad de hacer cambios en el mundo. Para mí esa es la máxima expresión de esperanza".
Hollywood ha retratado en numerosas ocasiones a mujeres que se hacían pasar por hombres para poder hacer todo aquello que se les prohibía simplemente por no pertenecer al género dominante. En Shakespeare in love, el personaje de Gwyneth Paltrow ocultaba su espectacular cabellera para poder cumplir su sueño de actuar en el teatro. Las motivaciones de Parvana son más inmediatas. Sobrevivir. Alimentarse. Proteger a los suyos.
Durante los años de la fundamentalista dictadura del Emirato Islámico de Afganistán, que ahora está a punto de repetirse a seis mil kilómetros de distancia de España, se volvió a popularizar un infame concepto surgido hace más de 100 años: las bacha posh (expresión persa que en castellano quiere decir "disfrazado de niño"). Ocultar su aspecto femenino era la manera de evitar la vergüenza, la persecución y el deshonor para miles de niñas en familias sin hijos varones, además de un triste aperitivo de la experiencia de ser mujer en un mundo controlado por los talibanes.
Ser un bacha posh era también la única oportunidad de salir al mundo, jugar o educarse. Para muchas familias pobres, disfrazar a sus hijas y mandarlas a trabajar era una vía de ingresos hasta que un matrimonio concertado volviera a encerrarlas para siempre detrás de un burka.
La escritora y activista Deborah Ellis fue una de las primeras voces en explorar y denunciar esta trágica y misógina figura en la serie de novelas El pan de la guerra, fuente de inspiración de la película de Cartoon Saloon. La canadiense publicó el primero de los libros centrados en Parvana en 2001, justo cuando el régimen talibán entró en decadencia temporalmente por la invasión de Estados Unidos al país asiático tras los atentados del 11-S. Cuando están a punto de cumplirse 20 años del momento histórico que marcó el cambio de siglo, la marcha de los 300.000 soldados estadounidenses que aún seguían allí, el terror que tan bien retrata la película irlandesa vuelve a las calles afganas.
Los niños no son los que pueden aprender lecciones fundamentales de la experiencia de enfrentarse sin prejuicios a una película, como El pan de la guerra, que busca retratar una realidad devastadora antes que señalar con el dedo. La directora quería huir de contar la realidad afgana desde un único punto de vista. "Eso es lo maravilloso que tiene la animación. Creo que si hubiéramos hecho esta película en acción real, habría quedado muy claro y muy rápidamente a qué grupo étnico pertenecen Parvana y el resto de personajes", alegaba Twomey en 2018 a la web Screen Mayhem.
"Pudimos contar esta historia de una manera más universal que específica". Para asegurarse de esa objetividad, la irlandesa habló con supervivientes de los talibanes de diferentes grupos étnicos, religiones o intereses políticos. La naturaleza del proyecto fascinó hasta a Angelina Jolie, que ofreció su nombre y sus contactos para llevar la película por el mundo. En su estreno en 2018, El pan de la guerra conquistó a la crítica, fue nominada al Oscar (cayendo ante Coco, de Pixar) y nos recordó que la animación no es un género, sino un formato con posibilidades ilimitadas que podía informar al mundo de lo que estaba pasando al otro lado del mundo. Incluso si todos estaríamos más cómodos mirando hacia otro lado.
'El pan de la guerra' se puede ver actualmente en Netflix.
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