El cambio de hora es ahorro, nos dice Bruselas; pero llega un momento en la vida en que uno empieza a pagarlo en la propia carne. Lejos quedan los tiempos despreocupados de la pandilla ("¿Una hora más esta noche? ¡Una hora más de fiesta! ¿Una hora menos? ¡Hoy antes al after!") y el no darse cuenta hasta el lunes al llegar tarde a clase de que este fin de semana tocaba. Como conté en otra ocasión, a mi edad y profesión, mis horas de sueño se han convertido en una precisa obsesión.
Además, tenemos niños de los que preocuparnos: son el segundo grupo poblacional más vulnerable al cambio de hora junto con los ancianos. A efectos experimentales, he decidido codificar a los dos especímenes que no han tenido otra que participar del proyecto de adaptación horaria. Alpha es un flamante varón de cuatro años y medio rebosante de energía con la enervante fijación de introducir variantes de la palabra 'caca' en cualquier conversación; Beta, una hembrita de dos años y pico todo sonrisas, mordiscos y la incapacidad de permanecer en el mismo sitio sin una pantalla táctil entre manos, para las que demuestra un talento precoz.
El horario de verano supuso un pequeño drama doméstico: de repente se veían en la cama con la luz del sol entrando por las rendijas de la persiana. Ni lo entendían ni lo aceptaban. El trastorno tampoco fue pequeño para los adultos. Decidimos que esta vez haríamos lo posible para prepararnos para el cambio, a vivir en la larga noche que se avecina.
Me he puesto en manos de la clínica de Eduard Estivill, alias 'doctor Sueño'. Lo hacía con total conciencia de la controversia que este nombre suscita. La obra de este médico, Duérmete niño, divide a padres y madres. Estivill apuesta por el método conductual para la época en la que el niño empieza a sentir ansiedad al quedarse solo por la noche. Aboga por crear las condiciones en las que se sienta seguro mientras los padres, en lapsos de tiempo que se acrecientan progresivamente, se van marchando de su lado.
Una rápida búsqueda online revelará auténticas historias de terror relacionadas por el método Estivill: niños perpetuamente traumatizados, marcados por la sensación de abandono. Otros progenitores toman partido por el pediatra Carlos González, autor de Bésame mucho y de un método más benévolo en el que los pequeños tienen derecho a exigir la atención de sus padres a discreción. Ambos profesionales, contrastados por El País, coincidieron en algo: que papás y mamás, en la Red, tendemos a sacar las cosas de quicio.
Si opté por recurrir a Eduard Estivill fue porque, en nuestra experiencia, no hay realmente tal conflicto entre métodos. En ambos casos se trata de inculcar una disciplina de hábitos, una independencia y una certeza: que los padres acudirán cuando haga falta, pero el resto del tiempo, las cosas están bien. El doctor respondió favorablemente al correo electrónico en el que le explicaba mi proyecto y me puso en manos de otro profesional de su clínica, el doctor Francisco Segarra.
Viernes
"La estrategia ante el cambio horario es siempre la misma, tanto si es de verano como de invierno" - me explica el doctor Segarra. "Consistiría en los días previos en ir adaptándose progresivamente al cambio de horarios, por ejemplo en tramos de 15 minutos". Sin embargo, el médico concede que "probablemente, por cuestiones logísticas familiares y laborales, esta estrategia no siempre es posible".
Efectivamente, el doctor conoce la cruda realidad de la conciliación: llegamos tarde para la adaptación escalada. Tenemos un único día por delante para preparar el aterrizaje en el horario de invierno. Si el objetivo era sincronizar nuestro sueño, además, el proyecto ha quedado desbaratado desde el minuto uno.
La pequeña Beta ha disfrutado de más de dos horas de siesta, pero el grandullón Alpha ha alargado sin dormir una excitante jornada de emociones y dulces de Halloween. Cuando le recojo a las cinco de la tarde, tras uno de los atascos más épicos que nos ha regalado nunca Madrid, caigo derrotado 20 minutos en el sofá antes de reemprender la marcha, que hoy toca piscina. La mamá, heroína anónima de esta historia, no ha descansado en todo el día y le toca trabajar por la noche.
La caída de la noche tiende a preocupar al mayor. "Se hace tarde", me reprocha al volver a casa, sin dejarse convencer de que ahora los días se van acortando. Pero a las siete de la tarde, de recogida, descubro que tienen ganas de quedarse a jugar en el parque. "Encienden las luces de las farolas" - explica Alpha, compartiendo el motivo de alivio. Decido aprovechar la ocasión para atrasar una hora el baño. La puesta de sol ocurre a las 19.16, pero pese a la oscuridad los juegos infantiles están concurridos. Eso sí, en cuanto dan las ocho, como en una película de suspense, descubro que nos han dejado solos.
Al volver a casa, sin embargo, Beta se coge un berrinche: su relojito interno le dice que la hora del baño ha pasado hace tiempo, y tengo que perseguirla por el pasillo mientras se arranca la ropa y el pañal. El chapoteo en el agua concede una tregua, pero una vez seca y en pijama, retoma su protesta. Estoy vistiendo a Alpha en el cuarto cuando oigo una arcada en el pasillo: el llanto y el empacho de golosinas de Halloween la han hecho vomitar.
Tengo que pensar rápido: las noches refrescan, así que enfundo la parte de arriba del pijama al mayor y me centro en cambiar a la pequeña limpiando de camino la vomitona para evitar el efecto contagio. "Papá, mira lo que he hecho" - no deja de llamar el muchacho; cuando por fin puedo atenderle, esperándome lo peor, descubro que ha terminado de vestirse sólo. Le doy un beso.
Pocos planes resisten el contacto con la realidad de unos niños pequeños. Para cuando acabamos con la cena de pizza de los viernes, se me ha hecho mucho más tarde de lo que pretendía. Decido saltarme la sesión de dibujos animados de antes de dormir y pasar directamente al cuento. Aunque de forma accidental, estoy siguiendo otra recomendación del doctor Estivill: evitar las pantallas antes de acostarse, provocan insomnio. Agotados, ofrecen menos resistencia de lo esperado. Acostados, papá se administra su somnífero particular: una Paulaner tostada.
Sábado
La noche ha transcurrido sin incidencias para todos. La princesa del hogar anuncia su despertar sobre las ocho de la mañana a su manera, arrojando al suelo todos los objetos a su alcance. El mayor la sigue instantes después. Es pronto para ella y tarde para él. Los resultados del experimento no ofrecen de momento conclusiones.
Va siendo hora de planear los siguientes movimientos. "Una dieta rica en triptófano por la noche puede ayudar", aconseja el doctor Segarra. Se trata de un aminoácido esencial, cuya falta contribuye negativamente a cuadros de ansiedad, insomnio y estrés. La buena noticia es que una dieta bien equilibrada nos aporta triptófano en cantidad: lo encontramos en huevos, leche y chocolate; carne y pescado, en el atún y salmón especialmente; en frutas como el plátano, idóneo para la merienda; en legumbres como las lentejas y los garbanzos; y en verduras como la calabaza.
¿Calabaza? ¡Ya va siendo hora de que Halloween colabore con nuestra adaptación al horario de invierno! De hecho, no debería de ser de otra manera: estamos celebrando también el Samhain celta, el fin del verano y la llegada de la estación oscura. Compramos la calabaza más parecida a una cabeza que podemos encontrar: los niños se emocionan ante la idea de tallarle una cara terrorífica, y eso hará más sencillo que acepten el menú que tenemos en mente: crema de calabaza; arroz con calabaza, panceta y salchichas; y de postre, para honrar la tradición estadounidense, una tarta de zanahoria.
El plan de retrasar los horarios resulta menos complicado el sábado con distracciones, paseos y juegos. "Cualquier actividad puede servir" - aconseja el doctor Segarra. "Pero lo fundamental seria exposición a la luz". En esta ocasión, es el tiempo insólitamente primaveral que nos acompaña. En otras latitudes se ven obligados al uso de lámparas específicas tipo LED para compensar la falta de sol.
Por la tarde la hora adicional de juego nocturno trascurre con naturalidad pero tanta actividad ha terminado por tener efecto sobre los adultos. Estamos demasiado cansados para negarles el tiempo de televisión, y finalmente pasamos el elaborado menú a la noche siguiente. Los niños reciben su aporte de triptófano en forma de una tortilla francesa con gulas, y los mayores, gracias a una cena de sushi por encargo.
Domingo
El cambio de horario ha transcurrido sin incidentes. Los dos han vuelto a dormir del tirón y se sincronizan para despertarse a las antiguas ocho de la mañana. La actividad prevista para la mañana es una visita al Festival de series organizado en la estación de Chamartín. No es estrictamente al aire libre, pero terminamos comiendo en una terraza bajo un sol que tiene poco que envidiarle al de verano.
Por la tarde decidimos hacer sesión de cine en casa, y aquí se empieza a notar el desajuste: para cuando termina la película ya es noche cerrada. Sin embargo ya no le ponen reparos a una última hora de juegos nocturnos, aunque las temperaturas caigan en picado con la oscuridad y toque abrigarse engorrosamente.
El arroz con calabaza goza de su aprobación y podemos celebrar haber añadido un nuevo plato a la carta familiar. Eso sí, el menú ha resultado más copioso de lo calculado y tenemos que renunciar a la tarta bajo amenaza de desbaratar todo el trabajo por mor de una indigestión. El aporte de triptófano no se resiente; después de todo, ya nos la habíamos comido para merendar.
Lunes
Hora de hacer balance: tercera noche sin incidencias, lo que no es poco decir. Alpha se ha despertado a las siete del antiguo horario, lo normal para él en un día lectivo; como nos advirtió el doctor Segarra, nada garantiza que un niño pequeño se quede en la cama un festivo. Beta remolonea un poco más, pero es también lo normal en ella.
Todo apunta a que el cambio de hora ha transcurrido sin percances. Han ayudado las anómalas condiciones impropias del otoño. Pero la naturalidad con la que los pequeños lo han asumido ha resultado sorprendente. No atribuiré al triptófano o al ajuste de horas virtudes mágicas, pero lo cierto es que planear en lo posible el cambio de hora ha tenido efectos salutíferos en lo referente al descanso de la familia, y nos ha permitido disfrutar de la hora extra ahorrada a lo largo del año más plenamente que otros años.