Cada último domingo de marzo y de octubre repetimos la misma rutina: adelantar o retrasar una hora los relojes, respectivamente. Por suerte hoy los dispositivos electrónicos nos ahorran complicaciones ajustándose por sí solos a los horarios de invierno y verano.
El cambio de este domingo es bien recibido porque nos regala una hora más de sueño. Pero con cada empujón a las agujas se reaviva la misma vieja polémica sobre el ahorro energético y las repercusiones del ajuste en nuestra actividad diaria. El cambio de hora tiene sus defensores y detractores, pero en el fondo del debate queda una pregunta: ¿quién nos metió en este lío?
Siempre se habla de la crisis del petróleo de los años 70 como la responsable del actual esquema de cambio horario, y es cierto que fue entonces cuando se adoptó de forma continua hasta hoy. También suele citarse a Benjamin Franklin como el primer proponente del cambio de hora. Pero en realidad, ni este sistema fue fruto de amplios estudios energéticos globales, ni fue el inventor y político estadounidense quien lo ideó.
Franklin jamás propuso un cambio de hora, sino de costumbres, aunque con intención satírica. En 1784, durante su estancia en París, envió una carta anónima al Journal de Paris en la que decía haberse despertado a las 6 de la mañana a causa de un ruido, para sorprenderse con la visión del sol en el cielo. "Lo vi con mis propios ojos", aseguraba con sarcasmo, añadiendo que había confirmado su insólita observación en otros tres días sucesivos. Para forzar a los parisinos a madrugar, sugería gravar con un impuesto las contraventanas, racionar las velas, prohibir el tráfico nocturno y despertar cada amanecer a los habitantes de la ciudad con las campanas de todas las iglesias y un cañonazo en cada calle.
"Acientífico e impracticable"
A finales del siglo XIX, un adolescente inglés llamado George Vernon Hudson se trasladó a vivir a Nueva Zelanda con su padre. A los 16 años Hudson se hizo con un empleo en la Oficina de Correos de Wellington; pero al terminar su turno se entregaba a su afición favorita, la entomología. Con el tiempo, Hudson llegaría a reunir la mejor colección de insectos de su país de adopción, hoy conservada en el Museo de Nueva Zelanda Te Papa Tongarewa. Pero durante su labor recolectora, lamentaba que las tardes de verano se le quedaban cortas. Así que tuvo una idea: ¿por qué no añadir más horas de sol?
En 1895, Hudson redactó una propuesta que leyó ante la Sociedad Filosófica de Wellington. En ella sugería adelantar el reloj en los meses del verano austral, no una hora, sino dos; según reflejó el acta de aquella lectura, publicada en la revista Transactions and Proceedings of the Royal Society of New Zealand, "con el fin de encajar las horas de trabajo del día en el período de luz y, al utilizar las horas tempranas de la mañana, reducir el excesivo uso de luz artificial que actualmente prevalece".
Hudson no logró que la revista publicara su artículo, y su idea fue ridiculizada por los miembros de la Sociedad, según relata a EL ESPAÑOL el astrónomo Pere Planesas, del Observatorio Astronómico Nacional de España. De hecho, el acta refleja cómo otro miembro de la Sociedad, Harding, calificó la proposición de Hudson de "totalmente acientífica e impracticable".
Sin darse por vencido y motivado por el interés que su propuesta suscitó en algunos círculos, en 1898 el entomólogo insistía con un nuevo artículo que, esta vez sí, fue publicado por la revista. En el documento, Hudson alegaba que su sistema dejaría más horas de luz por las tardes para "el cricket, la jardinería, montar en bicicleta o cualquier otra actividad al aire libre deseada". Pero, según Planesas, tampoco en este caso logró repercusión alguna.
Más tiempo para el golf y la caza
Un caso diferente fue el del constructor inglés William Willett, "el padre del horario de verano que tenemos hoy", según lo define a EL ESPAÑOL el ingeniero de computación y escritor David Prerau, considerado el mayor experto mundial en la materia. En 1905, mientras Willett montaba a caballo al amanecer, se fijó en que la mayoría de las ventanas aún tenían las persianas cerradas, lo que le pareció un desperdicio de la luz del día. Así precisamente tituló su propuesta, The Waste of Daylight, publicada dos años más tarde y distribuida en forma de panfleto. La idea de Willett era algo compleja: reducir la duración oficial del día en 20 minutos cada uno de los cuatro domingos de abril, para ganar un total de 80 minutos de luz en las tardes del verano, y hacer la operación contraria en los domingos de septiembre.
En su panfleto, Willett planteaba unos cálculos sobre el ahorro energético que el cambio brindaría, pero no se olvidaba de destacar las ventajas para las actividades al aire libre; "como por ejemplo, la caza y el golf que él practicaba", precisa Planesas. En su libro Seize the Daylight: The Curious and Contentious Story of Daylight Saving Time (Basic Books, 2005), Prerau escribe que "como golfista apasionado (uno de sus muchos intereses), Willett lamentaba en particular tener que interrumpir su partida cuando oscurecía pronto". Sin embargo, el experto advierte de que en realidad la motivación de Willett era más profunda, y que su interés por el golf era algo meramente anecdótico. "Pasó más tiempo durante muchos años escribiendo, abogando y haciendo campaña por el Horario de Verano que jugando al golf".
De hecho, Willett convirtió el horario de verano en la misión de su vida: "invirtió un montón de esfuerzo y de su propio dinero durante años para intentar que se adoptara", dice Prerau. El infatigable empeño del constructor logró atraer la atención del miembro del Parlamento Robert Pearce, que en 1908 presentó un proyecto de ley en la Cámara de los Comunes. Sin embargo, fue rechazado. Willett nunca desistió, pero falleció a causa de la llamada gripe española en 1915, a los 58 años, sin ver realizado su propósito.
Irónicamente, al año siguiente Alemania y Austria-Hungría, rivales de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial, adoptaban el horario de verano para ahorrar el carbón tan preciado durante la contienda. En apenas dos años más la medida se había extendido por el planeta. "La eventual adopción del Horario de Verano por muchos países del mundo durante la guerra fue fruto del trabajo de Willett", señala Prerau. Y aunque el fin de la guerra hizo que cayera en desuso, el cambio horario fue regresando en décadas posteriores, hasta que la crisis energética de la década de los 70 lo impuso definitivamente en muchos países, sobre todo en Europa y Norteamérica; España se sumó en 1974.
El caso balear
El asunto del cambio de hora ha cobrado especial actualidad estos días después de que el Parlament balear aprobara esta semana una declaración institucional para pedir al Gobierno que el archipiélago pueda mantener el horario de verano, con el fin de disfrutar de una hora más de luz en las tardes de invierno. Sin embargo, advierte Planesas, esta aspiración es inviable: "Se enfrentan a algo imposible, pues la aplicación de la hora de verano es de obligado cumplimiento en toda la Unión Europea, no pudiendo ser decidida unilateralmente por un país miembro y, menos aún, por un territorio". En la UE, el cambio horario está regulado por una Directiva actualizada en 2001 que obliga a todos los Estados miembros a adelantar el reloj en marzo y retrasarlo en octubre, sin posibilidad de elección.
Se da además la circunstancia de que el cambio de hora se diseñó para el verano, por lo que el horario estándar es en realidad el de invierno, al que regresamos este domingo. Si Baleares mantuviera un horario diferente de la Península durante el invierno, la situación sería similar a la de saltar a otro huso horario. Según explica Planesas, incluso dentro de la UE "los países son soberanos en cuanto a decidir a qué huso horario refieren su hora oficial, para todo o para una parte del territorio nacional". El astrónomo agrega que algunos países deciden cambiar de zona horaria, como ha sucedido recientemente en Venezuela, Corea del Norte y algunas regiones de Rusia, y es bien conocido que territorios extensos como los de Rusia, EEUU, Canadá, Indonesia o Australia se dividen entre varios husos.
De hecho, el debate de la zona horaria también está vigente en España, que por su ubicación geográfica debería integrarse en el huso de Reino Unido y Portugal, al que también pertenece Canarias. La hora estándar oficial en España, exceptuando el archipiélago canario, es UTC+1, siendo UTC, o Tiempo Universal Coordinado, el equivalente a la hora del meridiano de Greenwich. En el horario de verano, pasamos a UTC+2. Pero curiosamente, si España decidiera cambiar al huso UTC (UTC+1 en verano), el efecto sería justo el contrario del que pretende el Parlament balear: anochecería una hora antes, tanto en verano como en invierno.
"Si lo que proponen en Baleares es pasar al huso horario UTC+2, o sea, adoptar la misma hora oficial que Grecia, entonces cuando apliquen el horario de primavera/verano obligatorio tendrán durante siete meses la hora UTC+3", detalla Planesas. En otras palabras: si Baleares cambiara de huso horario para conseguir el propósito manifestado por su Parlament, se convertiría en una isla en Europa occidental del huso horario al que pertenecen países como Grecia, Bulgaria, Rumanía o las Repúblicas Bálticas. Y si además España decidiera finalmente integrar el territorio peninsular en la zona horaria de Canarias, Reino Unido y Portugal, el resultado sería no una, sino dos horas de diferencia con Baleares durante todo el año.
El cambio de hora seguirá resucitando la polémica cada último domingo de octubre y de marzo. Para Prerau, y aunque el horario de verano tiene sus inconvenientes, sobre todo en cuanto a la adaptación, se trata en todo caso de "problemas transitorios", mientras que sus beneficios son más importantes y prolongados: "reduce el uso de energía, rebaja los picos de consumo al distribuirlo más uniformemente a lo largo del día, disminuye los accidentes de tráfico y delitos como los atracos, promueve la salud pública al fomentar más actividad al aire libre por las tardes, y ofrece a la mayoría una mejor calidad de vida al darles una hora más de luz aprovechable".