Sabemos que a Arturo Pérez-Reverte le va la marcha en las redes sociales. Sin pelos en la lengua y con la seguridad de la edad y el oficio, el escritor no recula a la hora de decir lo que piensa por muy polémicos que sean sus tuits. Sin embargo, esta semana se ha visto desbordado hasta el punto de mandar a la mierda a gran parte de sus habituales comentaristas.
Todo comenzó con un tuit de Reverte en el que compartía un fragmento de la conocida como Rapada de Chartres, un acontecimiento que pasó a la historia gracias a una icónica foto de Robert Capa en la que se veía a una joven llevando a su bebé en brazos, con la cabeza rapada, marcada a fuego su frente y detenida por la policía. A su alrededor se agolpaban sus vecinos en lo que fue una suerte de paseo de la vergüenza.
Once jóvenes más fueron rapadas y marcadas con un hierro candente en la ciudad francesa ese 18 de agosto de 1944, coincidiendo con la liberación de París de los nazis. Había sido juzgadas sin ninguna garantía y condenadas por "colaboración horizontal" con los invasores alemanes. Vamos, que básicamente dijeron que habían mantenido relaciones sexuales con ellos. Las imágenes de aquel barbero local y el tumulto dieron la vuelta al mundo:
Para ampliar su disertación sobre "la risa de las ratas", Reverte publicó un artículo en el que explicaba lo infame de la condición humana ante el derrotado, con la advertencia de que cosas como estas podría ocurrir en cualquier lugar también en nuestro tiempo.
Los comentarios se agolpaban a cada tuit y Reverte decidía entonces echar la vista atrás para poner rostros a lo que sucedió en nuestro país a manos de uno y otro bando:
Y, claro, en este tiempo de extrema polarización de la sociedad española, Reverte estaba dando en hueso. Las menciones se le dividieron en las tristemente habituales dos Españas hasta que se hartó para cortar por lo sano el debate diciendo "lo que nunca digo":
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