La pandemia del coronavirus ha marchitado de golpe en España uno de los negocios que más alegría y color dan a la vida, desde la cuna a la tumba: el de las flores. Las flores del día del Padre, las de Semana Santa, las de Sant Jordi, las de la Feria, las del próximo día de la Madre, ya no se pueden vender. “Nos vamos a arruinar”, dice armada de mascarilla y guantes de plástico Rocío Gómez, gestora de la empresa Rosas de Sevilla, que da trabajo a cuarenta familias en Los Palacios, donde es la principal mayorista.
“Una fábrica de tornillos o de coches cierra pero guarda el stock. Un hotel cierra pero no tira los colchones. Pero nosotros tenemos ahora que tirar toda la cosecha de flores a la basura o dejar que se marchiten en las plantas sin cortarlas”, explica la empresaria.
Los municipios sevillanos de Los Palacios y Lebrija y el gaditano de Chipiona, los tres en el Bajo Guadalquivir, son el corazón del cultivo de la flor cortada en España, una actividad de la que viven aquí unas dos mil familias, subraya Rocío Gómez.
“No estoy hablando de lucro cesante, sino de pérdidas. En mi empresa hemos perdido ya 700.000 euros. Las pérdidas en nuestro sector son millonarias”, añade. Su empresa importa flores de Holanda y las cultiva también en Los Palacios sobre una superficie de 50.000 metros cuadrados. De repente, por las restricciones para contener la pandemia, se ha quedado sin mercado.
Regalo a sanitarios
En medio del desastre ha encontrado una salida para sus flores que sea mejor que tirarlas al vertedero o, como están haciendo compañeros suyos, echarla como pasto para el ganado: regalarlas al personal sanitario de los hospitales de Sevilla como agradecimiento por su trabajo y como estímulo para que no decaigan.
Rocío Gómez ha cargado una furgoneta con 200 ramos de rosas de pitiminí amarillas y beis que le llegaron de Holanda este lunes y, acompañada de tres jóvenes, se ha venido a repartirlas a la plantilla, sobre todo mujeres, que salían de su turno a las tres de la tarde en el Hospital Universitario Virgen Macarena. Ha decorado los ramos con un cartelito que dice 'Sin vosotros no somos nada'. Los ramos han volado en pocos minutos.
Las flores que repartía la agricultora le han alegrado la salida a Dolores Ubri, que se dedica en el hospital a hacer pedidos de uniformes sanitarios y está muy preocupada con la posibilidad de que la escasez se agudice trágicamente por el coronavirus. “Hoy me han llegado 300 zapatos y he pedido 700 batas y pijamas de papel”.
Explica la trabajadora del hospital que como la lavandería no da abasto se ha optado por extender los uniformes de papel de un solo uso y que los lleven también los médicos de consultas normales, en vez de la habitual bata blanca.
Cuenta Dolores que hoy ha pasado un mal día en el trabajo acordándose de los camiones del ejército italiano cargando en Bérgamo con ataúdes de los muertos del coronavirus que vio anoche en televisión, y pensando si esa escena tendrá que vivirla aquí en breve.
Las rosas amarillas de Rocío la han distraído y arrancado una sonrisa, y se monta de mejor humor en el autobús (“autobús desinfectado”, avisa un cartel en el parabrisas, junto a un conductor con mascarilla verde) que la devuelve a su pueblo, Cantillana.
“¿Cuándo volvéis a repartir?”, le preguntan a la florista varias limpiadoras del hospital que se han quedado sin ramo. Ella explica que va a cortar más flores de las que cultiva en Los Palacios para regalarlas este próximo lunes al personal del Virgen del Rocío, el otro gran hospital de la capital andaluza. Si el coronavirus va a matar por ruina a la empresa Rosa de Sevilla, su administradora prefiere que muera al menos haciendo honor al lema rotulado en su furgón: “Regalamos vida desde 1973”.
¿Está todo perdido para esas margaritas, liliums, claveles o paniculatas que son su fuente de vida? “El seguro agrícola no te cubre una catástrofe como ésta. No tenemos un colchón económico para mitigarla. Esto es la ruina del sector. La única solución es que nos den ayudas directas en proporción a las pérdidas justificadas”, razona la empresaria, que acepta como lógico que las floristerías “tienen que estar cerradas ahora”.
La Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía se ha hecho eco del problema del sector de la flor cortada y este mismo viernes, a la vez que Rocío cargaba su mercancía para regalarla a la puerta del hospital, se ha pronunciado en su defensa, anunciando en Twitter que pedirá al Ministerio homólogo “que impulse medidas para que se considere la retirada de cosecha [de flores] como pérdida de producción indemnizable por el Segurio Agrario Combinado”, como ocurriría si las hubiera destrozado un granizo.
Belleza fugaz para arropar el fin
“Las flores representan vida”, dice Rocío Gómez. Trae los bulbos de Holanda y los planta y cultiva en su terreno durante una media de tres meses, hasta que llega la hora de cortar las flores y venderlas, para que luzcan algunos días más en su máximo esplendor, hasta marchitarse, en ramos para parturientas, bautizos, bodas, cumpleaños, amantes, fiestas populares… También para los muertos y sus coronas fúnebres. Belleza fugaz para arropar el fin. Pero esta nueva enfermedad ha acabado casi con las flores. Y su ausencia es aún más triste en los cementerios.
Cerca del hospital Macarena está el cementerio de San Fernando, uno de los mayores de España. Todavía sigue abierto a su lado el pequeño hospital medieval de San Lázaro, adonde a lo largo de los siglos han traído a los enfermos desahuciados, desde la peste al sida.
Todos los puestos de flores a la entrada del cementerio están vacíos y chapados. No hay casi nadie a quien vender porque el camposanto está cerrado al público. Sólo se permite el ingreso de los entierros de cada día, limitados a unos pocos familiares íntimos del difunto.
En España, no se puede enterrar a los muertos por coronavirus: hay que incinerarlos en el crematorio. Salvo que lleven un marcapasos, porque el aparato estallaría y provocaría un accidente en el horno. Por eso, aclara un trabajador municipal, a la primera víctima mortal de la pandemia en Sevilla, una anciana de 90 años con marcapasos, no la quemarán sino que la enterrarán, este sábado al mediodía. En la capital del sur el coronavirus no ha golpeado como en Madrid. Todavía.
Detrás del toldo echado de la Floristería David aguanta un único empleado, sentado en la penumbra junto a un vaso de cerveza. “No vendemos al público, sólo cubrimos el servicio mínimo para las coronas que nos piden las funerarias”, explica. Es decir, que sólo se verán unas pocas flores en el último viaje de los muertos de estos días o meses, las de la corona que cubra piadosamente el ataúd en el coche fúnebre desde el mortuorio del hospital hasta el crematorio del cementerio. No hay velatorios, no hay despliegue de color. El empleado se ocupa también de cuidar las flores que su jefe guarda dentro del puesto en una pequeña cámara frigorífica, y de vigilar el sitio para evitar que los ladrones se lo desmantelen.
Con las floristerías cerradas, ¿no se podrían vender en los supermercados todas las flores de esta primavera huérfana, junto a los rollos de papel higiénico, los huevos, el pan y el jabón, como un artículo de necesidad para el espíritu? Es una posibilidad, pero implicaría un gran cambio en la red de distribución y comercialización. En Mercadona, que no vende flores, explican que de momento no han recibido ninguna petición comercial en ese sentido por parte de los productores andaluces de flor cortada.
Las flores que cultiva Rocío Gómez no pueden comerse, es verdad. Pero a las mujeres que salían hoy de trabajar con los enfermos les ha alimentado la moral. Se iban contentas e iluminadas con el ramo entre las manos, como si este efímero tesoro les diera fuerzas para volver a cuidar a los otros mañana. Vendrán días más duros. Y harán falta más inútiles ramos de rosas frescas.