La Coca-Cola, presuntamente, viene de Estados Unidos; la pasta, de Italia; el shusi, de japón; los tacos, de México; y las salchichas, por ejemplo, de Alemania. Eso nadie lo pone en duda. Pero, ¿y las golosinas que compramos en el supermercado, en el chino o en la tienda de la esquina? ¿Dónde se fabrican? Pues bien, la mayoría, aunque cueste creerlo, proceden de Molina de Segura (Murcia). En este municipio de 70.000 habitantes, Fini produce 44 millones de kilos (75 a nivel mundial) de chicles, huesitos, ladrillos, regalices… y todo lo que se puedan imaginar. Una auténtica barbaridad. “Somos, dentro del sector, la compañía más grande de España y una de las referentes del mercado internacional”, espeta, con total tranquilidad, su actual presidente –pero no único dueño–, Antonio Andrés Sánchez (Molina de Segura, 1962).
Él, a sus 58 años, como si fuera el Willy Wonka de las gominolas español, conserva intacto su olfato para la creación de dulces para los más pequeños. “En la fábrica, seguimos siendo un poco niños y algo payasos”, bromea en conversación con EL ESPAÑOL. Da igual la edad. Allí, exploran nuevas formas, diseños y colores; allí, hacen catas de chucherías –quién no lo hubiera deseado con 10, 20, 30 o 40 años, quizá incluso con algunos más–; y desde allí, gestionan un imperio de chucherías a nivel internacional. “Distribuimos a 80 países, tenemos fábricas en Brasil y Murcia, y delegaciones en el resto de España, en Portugal, Reino Unido, Francia, Chile o Estados Unidos. El 80% de lo que producimos, lo exportamos”, explica Antonio Andrés, orgulloso por los resultados que expone.
Su vida la ha dedicado al completo al oficio de crear gominolas. Algo que, en un primer momento, gestionó con facilidad junto a su hermano y su padre, el fundador, Manuel Sánchez Cano. Pero que ha derivado en un conglomerado gigante a nivel mundial, referencia en la venta de regaliz, siendo la mayor productora a nivel europeo (44 millones de kilos), así como en chicles y otras gominolas. “Ahora somos más, hemos reorganizado la empresa...”. Junto a él, en la dirección, hay un CEO Mundial y tres directores en función de la delegación. Pero eso es el final. Volvamos al principio…
Fábrica de licores
Manuel Sánchez Cano fue el fundador de Fini en los años 70. “Mi padre había sido siempre muy emprendedor”, recuerda su hijo, Andrés, hoy presidente de la compañía. “Nunca había sido asalariado de nadie y siempre tenía sus propias empresas”, prosigue. De todo tipo: de pimentón, de infusiones, de perfumes, de compuestos para helados… Aventuras que duraban 10 ó 12 años y morían. Hasta que encontró su hueco definitivo el mercado.
“Mi padre montó una empresa de licores y a la vez se fijó en el sector de las golosinas”, rememora Andrés. Simultáneamente, de hecho, mantuvo ambas ideas: en la fábrica de bebidas espirituosas hacía ambas cosas. Pero, finalmente, se decantó por seguir produciendo chucherías.
— ¿Usted, Andrés, y sus hermanos, estarían encantados, no? No creo que sus padre les prohibiese las golosinas.
— Pues mira. Te cuento. Como la empresa de licores era muy pequeñita, mi padre era el que mostraba el producto. Iba a los bares y hacía una cata. Pues bien, a nosotros siempre nos dijo que dejó aquello porque no quería que sus hijos heredaran un negocio así. Dice que pensó: '¿Qué les gusta a los niños?'. ¡Las golosinas! Y montó la empresa para que sus hijos comieran chucherías y no bebieran licores. Es un anécdota que no sé qué veracidad tendrá [risas].
Sea como fuere, Manuel aprovechó que en Molina de Segura sobraba excedente de azúcar y que había más demanda que oferta de los dulces y puso en marcha la empresa de golosinas. Algo bastante precario, con apenas 20 trabajadores en una nave de 1.000 metros cuadrados, donde envolvían los chicles a mano –ahora una máquina es capaz de hacer miles en pocas horas–. “Entonces todo era más sencillo y fuimos evolucionando a través del método prueba-error”, explica Andrés.
Manuel, junto a sus hijos, empezó así comercializando gomilonas en Murcia y después fue exportando al resto de España. En concreto, sus primeras creaciones fueron los chicles grajeados –algo así como una especie de chicles macizos– y el chicle de carrete –el que es largo y se enrolla, para entendernos–. “Éramos muy pocos, pero como iba bien fuimos aumentando poco a poco las líneas de producción y contratando trabajadores”.
Los herederos
Manuel legó aquella fábrica a sus dos hijos varones, Antonio Andrés y Manuel –aunque también tuvo dos hijas–. “Ahora mismo sólo quedo yo. Mi hermano se jubiló”, aclara el primero. En cualquier caso, ellos cogieron el testigo y apostaron por seguir siendo un poco niños y hacer crecer poco a poco Fini. “Los primeros 20 años atendimos exclusivamente al mercado nacional. Pero en los 90 empezamos a importar y a crecer internacionalmente”, reconoce.
Fini apostó entonces por un mercado donde apenas les conocían: Brasil. En 2001, inauguraron su primera fábrica allí –la segunda tras la de Molina de Segura–. Y, sin duda, acertaron. “Revolucionamos el mercado porque llevamos la calidad de las golosinas europeas a un mercado todavía por desarrollar. Tuvimos que convencer a los clientes de las bondades del producto, pero cuando lo probaron… no dudaron”, cuenta Andrés. Con un resultado excepcional: hoy en día copan el 90% del mercado. “De hecho, a las golosinas les llaman ‘Fini’ –como nosotros llamamos al pan Bimbo, Bimbo–. Somos la ‘Coca-cola’ de las chucherías”, celebra.
Pero eso no es mas que una parte del mercado que han conquistado en los últimos años. Fini es, a día de hoy, la primera empresa de golosinas en España con una facturación de 224 millones de euros. Fabrica 44 millones de kilos en Molina de Segura y 75 a nivel mundial, exportando el 80% de sus productos.
Además, son la empresa que más regaliz vende en toda Europa, con una fabricación de 35 millones para consumo internacional. Un gigante empresarial con 1.000 trabajadores en España y 2.500 empleados en todo el mundo entre sus diversas delegaciones y las fábricas de Molina de Segura y Brasil.
Productos
En todo este tiempo –Fini cumplirá 50 años en 2021–, Antonio Andrés y su familia han ido desarrollando todo tipo de gomilonas. Aquellos chicles primerizos hoy conviven con un surtido todavía más amplio. “Nuestro buque insignia sigue siendo el regaliz, de los que somos reyes de Europa”. Pero su catálogo es inmenso: marshmallow (nubes), gelatinas, caramelos… “Este año hemos desarrollado una línea como la que tiran los Reyes Magos normalmente”. Aunque no ha sido el mejor año para probar.
— ¿Quién es el encargado de idear las formas y los sabores?
— Lo hacemos entre todos en reuniones que son bastante divertidas con tormenta de ideas y demás. Lo pasamos muy bien. Muchas veces consisten en ver a quién se le ocurre el mayor disparate. Fíjate si es así que un día vino mi hijo, cuando era muy pequeñito. No tenía colegio y me lo traje a una cata de golosinas. Cuando llegó a casa le dijo a su madre que yo no trabajaba, que me pasaba el día comiendo golosinas (ríe). La creatividad es cosa de todos.
Así, han ido desarrollando numerosas líneas siendo pioneros al incluir regalices sin gluten o para veganos, además de una línea gourmet u otra que apenas lleva ingredientes. Y lo han hecho en múltiples canales. Por supuesto, en tiendas (chinos, quioscos, estancos…) y en supermercados. “Se pueden adquirir en todos (Carrefour, Alcampo, Dia..) y, por supuesto, Mercadona”, explica. Eso sí, en esta última cadena bajo la marca Hacendado.
Lo único que han tenido que cambiar es el formato. Con el coronavirus, han reducido la cantidad que llega para venderse individualmente en piezas por más bolsas individuales.
— ¿Y qué van a hacer con Garzón y su idea de ir contra el azúcar?
— De momento, hemos reducido un 30% el azúcar. Luego…
Ya verán. De momento, seguirán disfrutando como niños y haciendo el payaso. A nadie le amarga un dulce –mucho menos si es propio–.