La cara de Curro Díaz debió ser un poema. Entraba por la tronera del burladero después de matar su último toro cuando el público se cerró en una ovación, con algunos satélites en pie, a 'Bolsero', que no había tenido más de media arrancada. Ese cabezazo final había hecho las delicias de la sabia afición de Bilbao, entusiasmada con la profundidad con la que se tiraba al cáncamo el entrepelado y el victorino, horrible por dentro, tuvo su momentín. Como en Cámbiame. Ay.
Antes, la lidia fue mala. 'Bolsero' inició su cuento de hadas haciendo cosas raras en los capotes, huyendo hacia delante en un terco galope. Manso, como cuando salió de chiqueros. El quite por gaoneras de Ureña aclaró lo que ocurría: no pasaba. Curro Díaz corrió la mano en los primeros compases de faena. Todo basado en la derecha, apoyado en la cadera. Medio pecho para media arrancada. Luego más de perfil, con sabor también. El toro tenía cierta transmisión en 30 centímetros. No rebosaba la pierna de salida. Ya está.
Limpió los muletazos el de Linares. La gente acudió a la llamada. Sonó la música y Curro se echó la muleta a la izquierda. No fue igual pero se mantuvo la ilusión hasta que el matador se fue a por la espada. La faena había quedado así así, sin terminar de romper. 'Bolsero' lo hizo todo tan mal que quedó bien. Al Bilbao de ahora esos detalles no se le escapan. No sentó bien que calzara el acero Curro Díaz. Protestaron cuando lo cuadraba. Quizá tenía que haberlo vendido más, con un gesto, una mirada, tirón o algo. Los públicos actuales están acostumbrados a eso. No es que se conformara el torero: es que no había más. Se tiró detrás de la espada. Nada. 'Bolsero' se los había ganado. Una atronador reconocimiento, más por lo que supone que por lo que sonó, arropó el arrastre del toro mejor comprendido de la historia del toreo.
Curro Díaz vio rapidísimo al primero. Debutaba en Vista Alegre con la alternativa escondida ya debajo de una montaña de años. Escribano, cojo y de civil en la plaza, dejó un hueco que es un misterio cuándo podrá volver a ocupar. El sevillano recogió los dos brindis de sus compañeros con la sonrisa enlatada.
Digo que Curro Díaz vio rapidísimo al toro que abrió la tarde. Como un relámpago se echó la muleta a la izquierda y en la segunda raya, en los terrenos de sol y sombra, desencadenó la primera tanda. El toro no tenía poder pero se dejaba. Qué bien toca a los toros Curro Díaz con esa mano. Toque y vuelos para envolverlos. Se estiró. Luego el desmayo sostenido. Encajado. La barbilla debajo, la muleta planchada. Cerró la mayoría de series con trincherillas. Dos pases de pecho tuvieron la expresión calibrada, cálida y cerrada. Aquello se fue apagando progresivamente, distraído el toro y sin fuerza. Ni siquiera hubo un atisbo por el lado derecho.
'Macama' pesaba en la tablilla 562 kilos. Estaba fibroso. Más bien escurrido. Si la cambian y ponen 490 no pasa nada. No se le intuía el recodo donde guardaba los casi 600, con ese aire agalgado de perfil.
Curro Díaz brindó al público. Quedó un derechazo en el inicio, solitario en toda la faena. Un manantial. 'Macama' medía bastante. No lo transmitía arriba. La corrida había derivado ya en una charla general. El murmullo se posaba sobre la faena indolente. Lo intentó el matador con tandas cortas pero nada. El victorino reponía por el derecho.
El segundo fue hipócrita. Era un toro muy fino, tocado arriba. Ureña, amortiguado ya el impacto de Las Ventas en un verano cortísimo, lo recibió por verónicas, en el mismo aire que el quite al primer toro. Galleó por chicuelinas para dejarlo en el caballo. Era un mano a mano. Había que darle contenido. Debajo de la primera raya no se lo pensó: toreó desde primera hora con derechazos, con un momento en el que se relajó, calcados los inicios de los dos toreros en sus primeras faenas. El compás cerrado.
Se sucedían las tandas. El toro humillaba con intención hasta el tercer muletazo. Después un muelle tiraba de la cara hacia arriba. La faena transcurrió con los dos a medias. Ureña tenía intención sin terminar de llegar donde quería. Si lo de San Isidro marca una línea, él estaba unos centímetros por detrás. Un pase de pecho se quedó a medias desde el embroque y toro y torero giraron buscándose en un enganchón infinito. Los naturales a pies juntos fueron lo último. La espada voló defectuosa y utilizó el descabello.
El siguiente suyo, cárdeno como el sexto, los dos únicos de la corrida, fue el más flojo de presentación. La identidad de Victorino no se vio este jueves en la plaza. Sí hubo nobleza, al menos en los dos primeros y en este, que respetó al subalterno Pablo Simón cuando se quedó a merced de él tras escurrirse a la salida de un par.
El ambiente en la plaza era raro por entonces. El mano a mano se había desinflado. Sonaba una campana, crepitaban los abanicos y una charleta general lo inundaba todo. La calma chicha era espesa y movediza. El toro no tenía nada. Vacío. Lo intentó Ureña, que tragó bastante en los embroques. Cuando parecía que no podía remontar eso, se descalzó. La gente lo celebró pidiendo música. Y en esa tanda tuvo la confianza Ureña de desplegar el pecho y la cintura. No rompía el toro. Si es que no había nada que hacer. Afrontó un desplante con la muleta escondida el marciano, desengañando al bicho y el desengañado fue él: no estaba entregado y se le arrancó como un tejón. Una vez muerto, la indiferencia se mantuvo como si no hubiera ocurrido nada.
El último fue un mulo que confirmó la infumable sucesión vivida. La brisa molestó. Ureña se libró en una. Los naturales estaban apagados. Muy deslucida la embestida. Bah, imposible.
VICTORINO MARTÍN/ Curro Díaz y Paco Ureña
Plaza de toros de Vista Alegre. Jueves, 25 de agosto de 2016. Media entrada. Toros de Victorino Martín, sin poder el 1º, 2º humilló sin fondo, complicado 3º, un 4º vacío, tuvo media arrancada el 5º y el mulo 6º.
Curro Diaz, de rosa palo y oro. Media estocada contraria y agarrada (saludos). En el tercero, dos pinchazos y menos de media estocada. Tres descabellos. En el quinto, espadazo caído (división de opiniones).
Paco Ureña, de verde hoja y oro. Espadazo casi entero tendido y atravesado. Dos descabellos (saludos). En el cuarto, pinchazo tendidísimo y media estocada muy baja. Seis descabellos. Aviso (silencio). En el sexto, pinchazo y espadazo caído (silencio).