Que la de este jueves fuese la segunda corrida del abono significaba que el homenaje a Víctor Barrio inauguró la feria. Los toreros donaron sus honorarios pero no el empresario. Matilla es tan listo como aparenta. Capitán general dentro del gremio, claro. Me recuerda a la diferencia entre los jóvenes que van a Magaluf y el resto: no se sabe si es mejor dejarse llevar o ganar dignidad para el futuro. Hacía más fresco en Valladolid este jueves superado el bochorno de aquel día. Otro calor dio la corrida impresentable de Zalduendo. Vaya sonrojo, joder. Tan blanda como desigual y fea.
El quinto le puso cara al desastre. Era una rata. Tenía expresión de motorratón, de verdad. Un nazgul con pinta de galgo. El armazón de madera sobre cuatros cilindros. El caballo de Troya. Cuando salió alguien dijo que si se había colado una vaca para tentar. Pues no. Era un toro. Sorprendentemente fue el que mejor lo hizo en el capote. Metió la cara. Manso en el quite, donde Castella lo sujetó con tafalleras. Se lidió en los terrenos de chiqueros y el picador lo rozó.
Castella brindó desde la boca de riego al público. Y allí se colocó para esperar a eso que había criado Zalduendo. El toro huyó hasta chiqueros. Se lo pasó por la espalda. El francés fue a su encuentro. Aculado en toriles, el toro no hizo caso a la montera que le lanzó el matador con tan poca gracia. De nuevo el cambio de viaje y unida una tanda por la derecha. Muy inteligente Castella corrió la mano con limpieza. El desastre de toro perseguía la muleta. La muleta por debajo de la pala del pitón esquivaba la metralla que rompía el palillo. A saltos. Las desquiciadas hechuras lo lanzaban. Hubo limpieza milagrosamente. Mérito de Castella. El francés incluso se desató con una trincherilla muy ligada. De una punta a otra de la plaza, la faena bajó a la sombra perdiendo fuelle. El toro se vio lejos de su querencia. Ese punto de casta perdió la guerra a la mansedumbre y acabó parado. Metido en su terreno, Castella sacó algo más. Muy poco. Volvió a pinchar, y cuando moría el toro más feo que se ha lidiado esta temporada, sonó un aviso. Tuvo que descabellar. La petición alcanzó su mayor grado cuando las mulillas iban a tomar al toro. Suficiente para cortar la oreja. Antes, sencillamente, no había mayoría.
Sebastián Castella tuvo que remar a contracorriente del segundo. Desde las verónicas tiró de él, agarrado. También con genio. Era feo el toro. Medía. Las chicuelinas lo arrastraron. Lidió bien el subalterno Chacón. Se decidió Castella por estatuarios. Con fiereza irrumpía el zalduendo en el telón. El desprecio fue muy toreado. Castella se fue hasta los medios. Allí toreó con la derecha, tirando de la embestida, templando los cabezazos. Estuvo firme. A la embestida le faltaba romper. Todo con genio. Al natural, menos ritmo. Rota la continuidad. Al menos sonaba Dávila Miura. Algo atenazaba al bicho: la lesión salió a la luz tras un pase de pecho, que tomó tan descompuesto. Se dolía de una de las manos. Castella pinchó, restando a la faena lo justo para no tocar pelo.
Devolvieron al tercero. El sobrero estaba hecho con el molde contrario al toro de lidia. Otro dije pero del revés. También de Zalduendo. Podría haber entrado en el once por aquel quinto. Abierto de cara, alto, cuesta arriba y cabezón. 'Simpatía', el titular, perdió las manos al salir del caballo y conoció a los cabestros. El tercero definitivo salió suelto siempre. López Simón inició la faena por banderas, que resultaron una evidente excusa para dar rienda suelta a la expedición que lo empujaba por dentro. Se abrió un resquicio. El toro a regañadientes metió el pitón derecho. Simón tuvo la virtud de sujetarlo. Despacio, tiró de él. Por fuera el recorrido del toro, una circunvalación completa que rodeó al matador y encendió los tendidos. El toro metía el pitón como si una fuerza invisible le tirara del rabo. López Simón lo toreó a ese ritmo. La convergencia encandiló al público. No consentía tanto al natural el toro. Midió. Ya no le quedaba nada. Convirtió en una oreja el espadazo a la segunda.
A pies juntos López Simón saludó al sexto, de noche ya, que traía una cara de novillote. Qué simpleza. Brindó a Gabi, de atlético a atlético. El defensa vestía de blanco. Los estatuarios no tuvieron compás. Un látigo el desprecio. Los pases de pecho igual de desangelados. Un borrón todo. La gente, especialmente sensible a este tipo de conjuntos, guardó un singular silencio. Levantaba la muleta el viento, una desagradable brisa fresca como vanguardia de Otoño. El toro era tardo. Cuando iba lo hacía con transmisión. Sólo una serie por la derecha fue ligada. El resto, cruzado el torero, acortando las distancias consumió el acto. Por el izquierdo era más complicado y no existió el acople. Quiso más, con tres horas de festejo encima. Los circulares se hicieron pesados. Pinchó.
También el cuarto fue para atrás, con la corrida ya en barrena. El presidente tardó en echarlo para atrás: sacó el pañuelo verde cuando tomó bien el capote de Morante. No lo hizo las dos veces que trastabilló. Antes, en el saludo, una chicuelina emergió de la tierra, girado Morante sobre sí mismo en una bellísima peonza.
El nuevo sobrero resultó de Las Ramblas. Morante lo recibió muy metido en tablas. La locomotora castaña apuró esos terrenos. Morante abrió los brazos cercano al naufragio. Dos veces esquivó el arreón.
El toro después resultó blandísimo. No se tenía en pie. Que humillara era pedir tantísimo. Morante cogió a la vez que la muleta la espada de verdad, como cuando uno se echa colonia los viernes: por si acaso. La primera serie de tanteo se convirtió en una larga tanda de naturales, la muleta cogida del medio del palillo. En el centro, relucía el estoque en la mano derecha. Muy natural y entregado, Morante dibujó tres naturales. Al toro le pesaba hasta el alma. Ambos acabaron en el tercio. Morante crecía mientras a 'Tatuado' se le escapaba la vida. Muerto en vida, se dejó en una ristra suave, dando el pecho el matador. Con la derecha medio muletazo. Pasajes tan bellos como insostenibles por la flojera, asfixiado, del oponente.
Morante dejó la torería con la que macheteó tan suave al largo primero para convertirse en carnicero. El toro resultó una birria hundida desde el puyazo. Un picotazo lo afligió como mil latigazos. El sevillano entró a matar varias veces con la primera espada dentro. Una imagen aberrante que recuerda a las pegatinas antis. En el inicio, hubo alguna verónica, siempre por el lado izquierdo, borrada por la poca profesionalidad del final. Las cosas se hacen de otra manera.
ZALDUENDO/ Morante de la Puebla, Sebastián Castella y López Simón
Plaza de toros de Valladolid. Jueves, 8 de septiembre de 2016. Segunda de feria. Casi lleno. Toros de Zalduendo, una birria el 1º , geniudo el 2º, 3º bis manso, flojísimo 4º bis de Las Ramblas, 5º manso encastado, con transmisión el 6º.
Morante de la Puebla, de visón y oro. Espadazo desprendido casi entero, que no sacó, sartenazo, pinchazo y estocada casi entera (pitos). En el cuarto, pinchazo arriba y estocada casi entera.
Sebastián Castella, de grana y oro. Pinchazo, pinchazo bajo y espadazo muy tendido (saludos). En el quinto, pinchazo arriba y estocada atravesada. Un aviso. Un descabello (oreja).
López Simón, de azul marino y oro. Pinchazo y espadazo delantero (oreja). En el sexto, pinchazo hondo tendido y estocada entera atravesada (saludos).