Radiografía personal de Domingo Villar: fantasioso y bueno "hasta límites insospechados"
A punto de cumplirse un año desde su fallecimiento, nos citamos en la taberna Eligio con Alfonso, Andrés y Clara, hermanos del escritor, para tirar del hilo de la memoria y conocer al vigués más allá de sus novelas
7 mayo, 2023 05:00El 18 de mayo de 2022 será recordado como un día negro para la literatura gallega y nacional. Ese día, fallecía Domingo Villar, que dejaba huérfano a su Leo Caldas y una mesa vacía en el Eligio, la taberna que inmortalizó en sus libros y que ha quedado ineludiblemente vinculada a él.
Aquel lugar tenía para él algo especial, el de un recuerdo de niñez, cuando acompañaba a su tío Cesáreo, que era muy amigo del propietario originario, Carlos Álvarez, que también ocupa un puesto detrás de la barra en sus novelas.
"Mincho era muy fantasioso", asegura Alfonso, hermano un año menor. Le acompañan Andrés y Clara, los otros dos hermanos en orden de mayor a menor edad. Son las siete y diez de la tarde. Nos sentamos en una de las mesas de la terraza del Eligio, que todavía se despereza para abrir a las siete y media, pero aquí están en casa. "Los Villar no tenemos cosas malas", exclaman antes de comenzar a tirar del hilo de la memoria para desgranar la figura de Domingo Villar, de Mincho, como el que acompaña la lectura de una biografía con el dedo.
"Con Bea mejoró en todos los sentidos"
Clara, la hermana pequeña, reconoce que no ha vuelto a hablar de él y que estará de oyente en la conversación "para ver qué cuentan estos". La voz cantante la lleva Alfonso, y Andrés hace las apostillas necesarias, haciendo gala del humor que les caracteriza. "Era muy puteón", coinciden los tres, señalando lo malo que era de pequeño; entre otras, recuerdan que Alfonso sale en su foto de Primero de EGB con cortes en la cara: "Decidió afeitarme para que fuese guapo el día que hacían las fotos", denuncia el protagonista entre risas. Como hermana menor, Clara también era víctima de las malas ideas del hermano mayor, en comandita con el que era su antigua víctima: le cortaban el pelo a sus muñecas o la metían en la funda de la guitarra y la mandaban en ascensor a otro piso.
Eso sí, con los años "se transformó" y, como señala Clara, "el tiempo le hizo ser mejor". De joven fue un "ligón", con mucho éxito entre las chicas y "muy echado para adelante"; todo cambió cuando conoció a Bea, la que luego sería su mujer, y "mejoró en todos los sentidos". Eso sí, el primer contacto con la que se convertiría en su familia política, naturales de Teruel, no fue el mejor. "Fue a dormir a casa de Bea, que le presentó como un amigo a su madre. Esa noche tiró una jarra de agua, quemó el sofá con un cigarro y rompió el mando de la tele", recuerdan. "Este amigo tuyo es muy simpático, pero un poco nervioso…", acertó a decir su futura suegra, con la que mantuvo una excelente relación.
De Domingo Villar, en el ámbito personal, siempre se ha destacado lo buena persona que era, algo que refrendan sus hermanos, lejos de los halagos exagerados para los que ya no están. "Era muy bueno hasta límites insospechados, hacía lo que fuese para evitar una discusión", confirma Alfonso. A su figura suman otras cualidades que también son repetidas por aquellos que lo conocieron: muy cercano, muy sociable y con una gran memoria para las caras y los nombres, lo que le ayudaba en las distancias cortas.
De Plásticos de Galicia a Madrid
De su calidad humana, sus hermanos destacan la labor que llevó a cabo, encargado por su padre, en el momento de vender la empresa familiar, Plásticos de Galicia, y tratar de salvar a la mayor cantidad de trabajadores. De hecho, su padre conocía a los 180, sus nombres, sus circunstancias, y ambos pelearon por cada uno de ellos para que mantuviesen su puesto. Domingo trabajó durante unos años en la empresa, "esa vida que parece que le pasó a otro", como decía él. El día que la empresa dejó de pertenecer a la familia, se presentó en la planta de abajo, donde estaban los obreros trabajando, para despedirse. Pararon las máquinas y, mientras subía las escaleras, le dieron una ovación. "Lo adoraban", sentencia Clara.
Tras esta experiencia se fue a Madrid a realizar un máster de Comunicación Audiovisual; allí conoció a profesionales como Toni Garrido y terminó montando una pequeña productora. "La que montó aquí fue graciosísima", anticipan; y es que, tras escribir el guion de un corto, decidió hacer un casting en Vigo para encontrar a una actriz que interpretase el papel protagonista: una niña rubia de 5 años. Lo organizó en una sala de la Fundación Fernández del Riego, en la plaza de la Princesa, y se presentaron "niñas de toda la provincia con sus madres" y la cola "llegaba hasta la Puerta del Sol".
"Pero estas niñas no saben hablar", se quejó Domingo según avanzaba el casting. "Él no tenía hijos y no tenía ni idea de las edades, tendría que haber buscado niñas de 9 o 10 años", razonan entre risas. Además, llegó a vender a la TVG una serie documental sobre leyendas del Celta, pero pronto la literatura se cruzó en su camino.
Escribir sin pensar en el éxito
Los tres hermanos reconocen que Mincho no escribía mucho antes de su primera novela, salvo canciones -"yo musiqué una letra suya, pero sin su permiso", incide Andrés- y poemas, algo que, junto a Alfonso, se les daba muy bien; una habilidad heredada de su padre, "que escribía muy bien". Su primera novela, Ojos de agua, la escribió "porque tenía una historia que contar", aunque lo hizo sin pensar en el éxito que podía alcanzar.
De hecho, presentó la obra a las dos grandes editoriales en gallego, Xerais y Galaxia, que la rechazaron; mandó decenas de mails a direcciones de editores y representantes literarios, y todas las puertas se cerraban. Salvo una. Le contestó a uno de esos mensajes lanzados como botellas al mar de un náufrago Guillermo Schavelzon, agente argentino afincado en Barcelona, que le pidió, tras leer un par de capítulos, que le mandase la obra completa. Le contestó un 26 de diciembre: "He pasado un día de Navidad perfecto leyendo tu libro". Se vieron en Barcelona y Domingo le dejó claro que el dinero no importaba, que intentase publicarla. Domingo no sabía que había topado con uno de los más reconocidos del mundillo.
Siruela fue la editorial que apostó por él y el éxito apareció como un chaparrón vigués que te coge sin paraguas. "No se lo esperaba" y "no salía de su asombro" repiten los hermanos, y más cuando un holandés apareció en el Eligio con la edición en neerlandés de El último barco bajo el brazo para que se lo firmase. "Es increíble", repetía.
Los premios y el reconocimiento le llevaron a tomar la decisión de dedicarse de manera profesional a la escritura, con la presión que conllevó tener que escribir en tiempos acotados La playa de los ahogados. Pero él tenía sus ritmos: tres años entre las dos primeras novelas y diez entre la segunda y El último barco.
Más allá de las novelas
Al margen de las novelas, se embarcó en la escritura de un guion para una serie, un proyecto que continúa, y terminó una obra de teatro, Síbaris, que Galaxia anunció que se representará en septiembre. De hecho, Andrés asegura que su hermano pensaba aparecer sobre el escenario interpretando un papel en la primera representación en Vigo para darle una sorpresa a su mujer.
También colaboró con el editor de Libros del Asteoride, Luis Solano, "amigo de toda la vida", en la traducción de la obra de Castelao Cousas, en la que escribió el prólogo, y para lo que Solano acudió a la casa de veraneo de la familia en Playa América para sentar a Domingo delante del ordenador a trabajar.
Sus padres, Alfonso y Andrés eran los elegidos por Domingo para leer en alto lo escrito. "Necesitaba leérselo a alguien para ver la musicalidad que tenía, decía"; si veía que algo no funcionaba, "te volvía a leer y parecía lo mismo: ‘no, he cambiado unas comas y un par de preposiciones‘", cuentan los dos hermanos.
Poldo, el Eligio, Leo Caldas y Domingo
En escena aparece Poldo. Leopoldo Celard es el que ha hecho renacer el Eligio tras su cierre y ahora es la cara visible de aquellos que se acercan por la taberna gracias a la brújula de las novelas de Domingo. "Ayer vinieron dos chicas a cenar a la taberna. ¿De dónde eran? De Nápoles", comenta con los hermanos Villar, para hacer hincapié de la cantidad de gente que visita Vigo y el Eligio siguiendo los pasos de Leo Caldas, de todas partes de España y Europa.
"Si Caballero colocó a Vigo en el mapa de España, Domingo Villar colocó al Eligio", sentencia. La relación que surgió entre ambos era de cercanía y cariño, para cualquier cosa que necesitasen, tanto desde la taberna como desde el novelista. "Era el embajador del Eligio, aparecía por el callejón y se paraba con todo el mundo. La última entrevista que le hicieron aquí, tres periodistas que venían de Barcelona, casi pierden el avión porque Domingo no llegaba a entrar en la taberna. Me preguntaron si sabía algo de Domingo, y les dije ‘pero si lleva media hora fuera’. Su cercanía era algo impresionante, siempre tenía un cariño y una palabra bonita para todo el mundo".
"Llegaba aquí y le plantaba un beso a Carlos, que también aparece en su libro, y éste daba un respingo. Era algo a lo que no se atrevía nadie, le daba miedo a todos", recuerdan sobre su relación con el anterior propietario. "Era muy besucón", refrenda Andrés.
El recuerdo grabado en la taberna
Poldo, que por alguna casualidad romántica su nombre se completa con el del protagonista de las novelas de Domingo, nos invita a pasar dentro de la taberna. A la derecha, debajo de un reloj de pared, se encontraría la mesa de Leo Caldas, desaparecida tras la reforma. En una de las esquinas, pegada a la ventana que da al exterior, donde posan los hermanos para la foto, se sitúa ahora el altar del escritor y de su creación literaria, con dos placas con sus nombres, igual que en las butacas de Balaídos.
"Iba a cambiar en su próximo libro la mesa donde se sentaba Leo Caldas para actualizar el nuevo sitio", dice Poldo mientras fuera arrecia la lluvia y la taberna empieza a llenarse de vida y clientes pasadas las ocho de la tarde.
La cita llega a su fin al tiempo que se han consumido las cervezas y la copa de vino blanco que han pedido. Clara se tiene que ir; Alfonso y Andrés se piden otra caña. Poldo regresa detrás de la barra, que también guarda en placas el recuerdo de otros clientes históricos del local.
Mientras, el recuerdo de Domingo, de Mincho, se toma un descanso, pero pronto regresará en cualquier conversación en el Eligio, en el Bar Puerto, en una playa vacía del Val Miñor, en Monteferro o en Vigo, escenarios que dejó para la posteridad anudados a sus novelas. Como para la posteridad quedó el hermano, el amigo y la persona, más allá de sus maravillosas novelas.