Fontao, el poblado minero de Vila de Cruces que abasteció a Europa en las grandes guerras
El uso del estaño y wolframio para la construcción de materiales bélicos propició el nacimiento en los años 50 de este poblado minero en Galicia, hoy reconvertido en urbanización residencial y espacio museístico
2 julio, 2022 06:00A finales del siglo XIX, el británico Henry Winter Burbury se hizo con la concesión del complejo minero de Fontao, impulsando la actividad en toda la comarca y propiciando una etapa de prosperidad para el municipio pontevedrés de Vila de Cruces. Así dio comienzo la historia del nacimiento de una aldea minera y una explotación que duró casi un siglo; y cuyos relatos son también los de las grandes guerras de la Europa del siglo XX. Hablamos del poblado de Fontao, cuyas galerías se convirtieron durante décadas en las grandes proveedoras de estaño y wolframio para la construcción de material bélico.
Lo que antaño llegó a convertirse en una de las minas más punteras de Europa, en la actualidad ―y tras un largo período de abandono― acoge una urbanización residencial y museística que la Xunta de Galicia puso a punto en el año 2010. Este proyecto de reconstrucción fue llevado a cabo por el Instituto Galego da Vivenda e Solo. Además, a pesar del cese de tan larga tradición extractiva, el poblado de Fontao ha logrado conservar un conjunto de labores e instalaciones en estado óptimo, pudiendo ser el reflejando de un importante capítulo en la historia minera de Galicia.
Un poblado minero con mucha historia
Antes de alcanzar su etapa dorada, la explotación pontevedresa de Fontao vivió dos importantes ceses en su actividad: el primero en mayo de 1921, ante la bajada de precios del mineral; y después en el año 1932, como consecuencia de la grave crisis desatada por el crack del 29. Tras aquellos contratiempos, la actividad continuaría de forma casi ininterrumpida hasta la década de los 70. La etapa inicial del complejo, durante la cual todavía se trabajaba de manera rudimentaria, fue dando paso a la incorporación de importantes conocimientos en materia minera, gracias sobre todo a la llegada de propietarios extranjeros que lograron forjar una industria puntera en todo el continente.
En el transcurso de los años, la repercusión de esta actividad fue tal ―la localidad llegó a jugar un papel determinante en la economía del país y el devenir de los conflictos europeos― que en los años cincuenta se construyó todo un núcleo urbano alrededor de estas minas, proyectado por los arquitectos César Cort (familia que más tarde poseería la compañía explotadora) y Basilio Blas. El objetivo por aquel entonces era crear una auténtica mini ciudad para trabajadores y directivos de la mina. De hecho, los primeros años en Fontao tan sólo residían aquellas personas que trabajaban o dirigían estos depósitos de wolframio y estaño que, desde la reactivación, se mantuvieron abiertos primero entre 1934 y 1963 y más tarde de 1968 a 1973.
El período de máximo esplendor del poblado de Fontao coincidió con los años que duró la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945. En esta época, el censo alcanzó la encomiable cifra de 3.000 habitantes y su urbe no paraba de crecer, llenándose de servicios e infraestructuras como viviendas y colegios, una clínica hospitalaria, cines, una treintena de bares, ultramarinos e incluso un café-teatro. Además, a este número de residentes habituales había que sumar unos 800 reclusos políticos que se encontraban en la cárcel pero que trabajaban forzosamente en la extracción de minerales, entre ellos el anarcosindicalista pontevedrés Desiderio Comesaña Prado.
Años de esplendor y posterior declive
Durante la guerra, el wolframio se convierte en uno de los bienes más preciados, pues este material pesado era clave en la fabricación de carros de combate y munición. En 1934 se restablece la actividad en las minas Fontao ―activas también durante la Guerra Civil―, y se inicia una fuerte expansión aprovechando la demanda internacional para usos militares de este conocido como oro negro.
De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, principalmente en los años 1942 y 1943, los precios de este mineral experimentaron una subida por encima de las 100 pesetas el kilogramo. Ya en 1944, los costes se vuelven a ver reducidos a la mitad, dando paso a una nueva caída de las cotizaciones que no se estabilizaría hasta una década más tarde, con la Guerra de Corea (1950-1953).
Poco antes del declive de Fontao, a finales de los 50 se llegó a inaugurar la línea de ferrocarril Sanabria-Ourense-Santiago, que contaba con la estación de Bandeira a tan sólo diez kilómetros de la explotación. Pese a todo, y tras esta última contienda, la caída en picado de los precios de los minerales (especialmente el wolframio) y el traslado de estas explotaciones a regiones de África y Asia provocó el cierre definitivo de las galerías de Fontao el 9 de mayo de 1963; así como la clausura de la última brecha a cielo abierto ya en 1974. Con todo, el negocio de la especulación minera llegaba a su fin.
Museo de la Minería de Fontao
En las últimas décadas, el poblado minero de Fontao ha dado paso a la creación de un amplio complejo de urbanizaciones, así como también un espacio museístico en sí mismo. El Museo de la Minería fue creado con el objetivo de difundiar el legado patrimonial y cultural creado a partir de la actividad en Fontao. Documentos, planos, publicaciones, fotografías o diferentes testimonios conforman el grueso del material expuesto al público. También las antiguas viviendas de los trabajadores fueron restauradas hace años para su habitabilidad, mientras otros edificios por su parte se destinaron a acoger la colección de piezas visitables, como es el caso de la capilla, el antiguo cine, las escuelas y varias zonas exteriores. En la actualidad, Fontao supone todo un ejemplo de conservación y puesta en valor del patrimonio industrial minero de Galicia.