Villa Idalina, en Caminha (Portugal)

Villa Idalina, en Caminha (Portugal) Cedida

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Así es Villa Idalina, un palacete portugués con alma gallega sobre el río Miño

Una villa indiana, mucho amor y un proyecto gastronómico único han convertido a este singular espacio en un rincón único en el que disfrutar de la gastronomía galaico-portuguesa con Estrella Michelin

22 diciembre, 2021 06:00

Villa Idalina es un palacete construido en 1911 a orillas del río Miño, en el municipio portugués de Caminha. Andrés Carballo y Susana Fernández son un matrimonio de soñadores que ha hecho de la casa familiar un bed&breakfast mágico en el que celebran eventos con un catering de lujo.

La aventura, cuentan, comenzó cuando los abuelos de Andrés compraron la casona en 1968. "La veían desde el balcón de su casa y cuando supieron que estaba en venta se acercaron a cotillear, lo que no esperaban era que se vendiese a un precio asequible para ellos". Aunque reconocen que tuvieron que hipotecarse y vender varias propiedades, los abuelos de Andrés convirtieron Villa Idalina en su proyecto más personal y lograron reconstruir el palacete conservando su esencia original.

"Villa Idalina es como entrar en un museo que, encima, puedes usar", dice Susana, que asegura que para ellos es el pilar fundamental de todo lo que han hecho en la casona. "Amamos la casa y todo lo que hemos ‘reformado’ lo hemos hecho por mantenimiento, no hemos cambiado nada para que conserve su carácter".

Un homenaje de amor

Idalina, que da nombre al palacete, es la mujer del dueño original, un indiano portugués que, cuando volvió siendo rico de las Indias decidió construir una casa de ensueño para su mujer. Joaquim dos Anjos Costa, el primer propietario de la villa, estaba tan enamorado que creó un espacio inspirado en sus viajes, con aires modernistas y mucha atención en los pequeños detalles que hoy conforman el mágico espacio en el que se ha convertido Villa Idalina.

Ventura Terra, el arquitecto portugués que dio forma a los sueños de Joaquim e Idalina, creó una casona espectacular coronada por una alta torre desde la que contemplar la desembocadura del Miño. "El encanto de la villa es el conjunto", reconocen sus actuales dueños, "en total son unos 6.000 metros de jardín y 1.200 de palacete, además de los edificios anexos que antes eran las cuadras y las habitaciones del servicio".

A diferencia de los pazos gallegos, Villa Idalina es amplia, luminosa y con acabados en azulejo, como muchas otras construcciones portuguesas de principios del siglo XX. "Sus jardines, además, no son como los poblados bosques de los pazos, sino que son un espacio abierto bordeado por los soportes de hierro forjado que sostenían la viña que rodeaba la casa", explican.

El relevo perfecto

"Andrés es un apasionado de la casa y yo que estoy muy loca lo animé a perseguir juntos el proyecto de crear un bed&breakfast", confiesa Susana. Así comienza la historia en la que cuentan cómo han reconstruido la Villa Idalina original respetando el diseño de Terra "e incluso conservando los muebles y decoración que estuvo en el palacete desde 1920".

La casa, que era muy moderna para su época, contaba con calefacción central, luz eléctrica e incluso grifería y agua corriente, "que hoy conservamos casi intacta porque es otro de los encantos de la villa". El espacio que hoy conforma el palacete se ha convertido en un lugar exclusivo y único, "es muy difícil poder alojarse en un lugar así y por eso tratamos de potenciar este producto tan especial", reconocen los dueños.

Aunque comenzaron con un proyecto íntimo en el que solo tenían disponibles tres o cuatro habitaciones, desde 2013 celebran eventos en la villa y sus huéspedes disfrutaban utilizando los jardines. "Trabajábamos con catering españoles o portugueses, dependiendo del cliente, por lo que para nosotros 2018 marcó un antes y un después".

En ese momento, dicen, comenzaron a colaborar de forma exclusiva con Alberto González y Silabario, ofreciendo un servicio de excelente calidad a un precio muy competitivo. "Desde el principio tenemos a muchísimos clientes extranjeros, sobre todo de Estados Unidos, y para nosotros poder ofrecer gastronomía gallega en un espacio como este es un privilegio: para ellos poder consumirla a precios españoles es un lujo". Ahora, con la Estrella Michelin del chef, han sumado otro reclamo de calidad a su establecimiento.

Un parón obligatorio

Desde luego, Andrés y Susana han sufrido la pandemia como muchos otros dueños de establecimientos hoteleros, sujetos a unas restricciones que, en muchas ocasiones, eran más severas en Portugal. "Nuestros clientes extranjeros, por ejemplo, han dejado de poder venir porque tienen muy restringidos los viajes y la situación no está para hacer planes a largo plazo", reconocen.

"Hemos aprendido a vivir el día a día, nuestro medio plazo es mucho más corto ahora"

Por el momento dicen no tener planes a largo plazo, "porque la pandemia nos ha enseñado a vivir día a día". Todavía están pendientes de construir una carpa acristalada en el jardín que les permita hacer eventos con total confort durante todo el año, un proyecto que se ha tenido que paralizar por la situación de crisis que vive el sector.

"Cuando consigamos acondicionar el jardín empezaremos con una campaña superbestia para volver a llenarnos, por el momento nos preocupamos de seguir ofreciendo nuestro servicio de bed&breakfast de calidad". Lo cierto es que las cifras acompañan a su modelo de negocio, en el que logran llenarse cada verano y cada Navidad gracias a las espectaculares instalaciones y un servicio de desayuno casero con bollería y panadería recién hecha en su horno propio.

También esperan poder comenzar a hacer "mini-eventos" en cuanto empiece el año, "pero queremos que sean públicos: planeamos conciertos, brunch o incluso retiros mindfulness, todos estos pequeños encuentros que están muy de moda y podrían añadir valor al espacio". Un espacio que, desde luego, no necesita más revalorización, pero que ha conseguido ganar calidad y frescura gracias a la magnífica gestión de unos dueños enamorados del palacete.