Hay una vieja canción, que de vez en cuando oímos en verbenas, bodas y similares, que dice “tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, el que tenga estas tres cosas que le dé gracias a Dios”.

Hoy, más allá del dinero y el amor, quería hablar de la salud, ese bien del que solo nos acordamos cuando nos falta, como de Santa Bárbara cuando llueve.

Y es que el pasado 7 de abril se celebraba el Día de la salud, que conmemora el aniversario de la Organización Mundial de la Salud -75, este año- y que en cada ocasión elige un lema dentro de este ámbito para concienciar y llamarnos a la reflexión.

En 2023 el tema escogido fue “salud para todos”, algo mucho más importante de lo que a primera vista pensamos. Y es que, al margen de que el lema debería ser “salud para todas las personas”, porque las mujeres son en gran parte quienes más sufren de las carencias de un sistema de salud adecuado, se estima que un porcentaje importante de la población mundial carece de acceso a la salud.

Tal vez por eso, el lema de 2024, enlazando con el anterior, ha sido “Mi salud, mi derecho”, destacando esta faceta de derecho fundamental de un derecho que, aunque reconocido por las Constituciones de 140 estados, no siempre tiene su reflejo en el día a día de las personas.

Es evidente que problemas como hambrunas, conflictos armados o cambio climático son factores que impiden el acceso a la salud o lo dificultan notablemente. Pero no hace falta irse tan lejos.

Hay muchos países de los que consideramos civilizados y con economías saneadas en los que el acceso al sistema sanitario está directamente relacionado con la posición socioeconómica, y por eso hay personas que carecen de acceso a los servicios sanitarios. Y esto está radicalmente en contra de la concepción de la salud como un derecho.

Orgullo

En nuestro país tenemos la fortuna de gozar de un sistema de sanidad universal. Cualquier persona, por el hecho de serlo, tiene derecho a acceder a los servicios sanitarios que necesite, algo que no puede sino enorgullecernos como sociedad democrática. A pesar de que haya sectores que quieran negar a las personas migrantes muchos de sus derechos, entre ellos el acceso a la salud, no podemos consentir que ello ocurra.

Lo bien cierto es que no basta con que exista un sistema de salud pública, del mismo modo que no basta que exista una educación pública para garantizar el acceso de todas las personas a la educación en igualdad de condiciones. Al sistema sanitario hay que dotarlo de medios personales y materiales que hagan que el servicio sea eficiente y efectivo, tanto cualitativa como cuantitativamente.

La cruda realidad es que nunca fuimos tan conscientes de la importancia de salud como bien público, y no solamente en la vertiente individual, que en la pandemia que nos asoló en el año 2020.

Ahora puede parecer algo muy lejano, pero hace apenas cuatro años estábamos sufriendo un confinamiento hasta entonces impensable, y lamentábamos cada día unas cifras de muertes insoportables.

Fue entonces cuando fuimos conscientes, más de lo que lo habíamos sido nunca, de la importancia de un sistema público de salud universal, de que la enfermedad no hace distingos y una pandemia lo hace mucho menos.

No olvidemos lo que aprendimos entonces y, aunque no hayamos salido mejores como auguraban los más optimistas, que al menos nos haya servido para reflexionar sobre la importancia de un tema que más de una vez nos pasa desapercibido.

Porque, aunque diga la canción que hay tres cosas en la vida, sin la salud no hay ninguna. Y eso no podemos olvidarlo. Como no podemos olvidar que la salud es más que la ausencia de enfermedad. Mucho más.