Aquí una humilde idea para Alvise y sus ardillas: que organice un crowdfunding y contrate a Desokupa para desalojar a María de los Llanos Massó, Marta Fernández, Carlos Pollán y Gabriel Le Senne.
Son los presidentes de Vox de los parlamentos valenciano, aragonés, castellanoleonés y balear. Los cuatro se han aferrado a sus pingües nóminas, de entre 72.000 y 100.000 euros brutos anuales. Todo pese a proclamar Santiago Abascal en su discurso de ruptura con el PP que su partido "no tiene apego a los sillones".
Me emociona imaginar esa escena, a los ciclados desokupadores ejerciendo una versión macarra del Cobrador del Frac para señalar a unos presidentes parlamentarios de Vox atrincherados en sus contradicciones.
Díganme que no. Sería una manera creativa de retratar a Vox por quedarse a medio camino en su regreso al modo ultraderecha punki.
Su reculada ha sido tremenda. No hace ni un año de aquellos sollozos con los que rogaban carguitos al PP. Tanto los ansiaban que se dejaron engañar en todas partes. En la Comunitat Valenciana aceptaron gestionar solo el 6% del presupuesto. Lo importante era tener el 30% de los sillones que les correspondían.
Vox queda con este movimiento como un partido errático y con un respeto nulo por las instituciones a las que accedió. Pero escuchen: yo soy de los que comprende a Abascal. Auguré que el PP se merendaría a Vox en 2027 tras gobernar cuatro años en coalición, y por eso mismo veo interesante el volantazo que trata de impedirlo.
Ahora bien: ¿Qué es eso de romper solo una parte de los acuerdos autonómicos rubricados con el PP? Las presidencias parlamentarias que lograron formaban parte de un acuerdo que dan por roto. Retenerlas no se sostiene de ninguna manera. En la actualidad, como el propio Abascal definió el jueves, Vox ya no es más que una pequeña fuerza de "la oposición".
Por mucho que tengan la ley de su parte, que solo permite el relevo de los presidentes a mitad de la legislatura cuando estos dimiten -al menos así es en Les Corts Valencianes- ahora carecen de legitimidad para representar a la mayoría de la cámara.
Soy consciente de que apelo a demasiado a la lógica y a la ética justo en una semana en la que Vox ha destacado por lo contrario. Su reflexión tiene más pinta de haber sido un "ni de coña dejo esto, que se jodan".
Por eso propongo la intervención estelar de Desokupa. A Vox, desde las pasadas Elecciones Europeas, le mueve un nuevo miedo: el de perder la hegemonía de la irreverencia ultra.
Ataquen, pues, por ese flanco. Bríndenle a Vox un poco del jarabe fanático que tanto ha recetado. Subrayen que, al menos algunos de sus integrantes, sí que padecen ese "apego a los sillones".