Ha pasado una semana y el perezoso baja a tierra para hacer sus necesidades al borde de una plantación de caña de azúcar. A su lado, el macho de la jacana sudamericana, una pequeña ave zancuda, persigue a la hembra, de un tamaño mucho mayor. Parece estar diciéndole, entre piadas, que no se vaya a copular con otros machos por los humedales mientras él cuida de los polluelos.
Nos encontramos en El Ingenio El Viejo, una antigua y romántica hacienda campestre de estilo guanacasteco a las puertas del Parque Nacional Palo Verde. Rosalito, una salada y guapa moza costarricense vestida de época hace de guía en esta ocasión: “Aquí, los visitantes aprenden a vivir la experiencia del trapiche. Les enseñamos cómo se extrae el jugo de la caña de azúcar, aprenden a elaborar tortillas caseras, el tradicional sobado o la tapa dulce, y les preparamos un verdadero café chorreado a la manera tradicional”.
Embelesados, entre iguanas amarillas de un metro de longitud, seguimos a Rosalito hasta la zona extracción de jugo de caña de azúcar. Puntalito, un buey un tanto mayor, ya casi para el retiro, gira sobre sí mismo haciendo funcionar la maquinaria que machaca la caña. La transforma en un líquido dulce y refrescante del color del ámbar. “¡Ummmm, qué rico está!” Lo acompañamos con un exquisito casado de carne, un plato típico costarricense compuesto de sabrosa res de la zona, arroz, vegetales y ensalada.
En la casa de Somoza
“Así era una casona típica de la provincia del Guanacaste, al noroeste del país, hace tan solo unos pocos años. Es una pena que haya cambiado tanto la vida”, sentencia Rosarito. Por esta maravillosa hacienda construida en madera hace más de 130 años han pasado personajes como el polémico ex presidente Anastasio Somoza, que compró y se retiró en El Viejo después de casi destruir Nicaragua.
Continuamos el paseo, esta vez en bote, ya sin Rosarito, por la cuenca del Río Tempisque, que hace de puerto natural de la casona. Con casi 300 especies de aves, 60 de ellas acuáticas, y con 76 tipos de mamíferos, ha sido declarado humedal Ramsar. En este lugar, uno de los que tiene una mayor diversidad ecológica en Costa Rica, podemos encontrar, entre otros; monos capuchinos, cocodrilos, lagartos basiliscos, guacamayos y tortugas.
Después de tanta fauna y algún que otro mosquito, hacemos unos pocos kilómetros por carretera, en dirección noroeste. Vamos en busca de otro río, este de un color más peculiar; azul turquesa intenso. Por el camino paramos en Guaitil de Santa Cruz y en San Vicente, donde es típica la cerámica nicoyana, también conocida como cerámica chorotega. Con más de 3.500 años de antigüedad, se convirtió en un preciado producto de intercambio comercial con otras regiones de Mesoamérica y Sudamérica.
Consiste en una cerámica policromada elaborada con elementos naturales; los pigmentos son obtenidos de piedras negras, rojas y blancas que luego se muelen y se mezclan con agua, arcilla y con “arena de iguana”. Esta actividad artesanal constituye el soporte económico más importante para unas 800 familias y fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de Costa Rica en 2013.
Dios lavó los pinceles en sus aguas
Por fin llegamos al curso fluvial protagonista de nuestro último viaje por Costa Rica, a unas cuatro horas de San José en Coche y a unos pocos minutos de la Hacienda El Viejo; Río Celeste. Una leyenda local dice que esta corriente tiene ese color porque, cuando Dios terminó de pintar el cielo, lavó los pinceles en sus aguas.
Está formado por los ríos Buena Vista y Quebrada Agria, que se enmarcan dentro del Parque Nacional Volcán Tenorio, uno de los más activos del país. “El color, dicen los entendidos, se debe a un efecto óptico”, comenta el ranchero Pedro Alvarado, culpable de que otorgaran al lugar la importancia ecológica que se merece.
De hecho, las tonalidades turquesa, según un grupo de científicos de la Universidad Nacional de Costa Rica, se deben a una mezcla mineral (una sustancia blanca que recubre las rocas del fondo del río compuesta de aluminio, silicio y oxígeno) que hace que se reflejen los tonos celestes de la luz que llega al río.
Con su camisa azul con cruces, a juego con el curso fluvial, su medallón de oro y sus zapatos de cowboy, este guanacasteco de pura cepa reconoce que “un amigo me dijo que Río Celeste podría convertirse en un núcleo turístico, ya por los años 80. Y acertamos”. El parque, al que Pedro cedió un terreno para que el Minael (Ministerio Nacional de Recursos Naturales y Minas) construyera una entrada, es el hogar de pumas e incluso de algún jaguar, el felino más grande de América.
El ranchero nos lleva hasta los lugares más visitados, las cataratas y los Teñideros, donde por arte de magia el río adopta su característico color. Por el camino aparecen focos de agua termal y espectaculares vistas panorámicas, donde aunque solo sea en sueños, podemos tratar de divisar algún jaguar en este paraje mágico, no sabemos muy bien si mirando hacia el azul celeste del río o hacia el azul cian del cielo.