Cuando el Ibex aplaudió a Irene Montero y Ayuso imaginó un Madrid ultravacunador
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Menuda bronca para estrenar la mañana. Cuando todavía me estoy quitando las legañas, un amigo de los de la barra del Wake Up me zarandea: “Tienes que decirle algo a la ministra de Educación. Lo suyo es intolerable”. Pienso que va a darme la matraca con la ley y lo del catalán, pero qué va. “¡No tiene piedad! Con su apellido nos castiga a una falta de ortografía diaria. ‘Celaá’, con tilde en la segunda, al revés que ‘Feijóo’, que la lleva en la primera”.
Le pido que se calle. Ya son las nueve y el discurso de la ministra va a comenzar. “¡Las erratas son las últimas que abandonan el barco! Lázaro Carreter, el académico, lo sabía bien”, insiste.
Cuando Celaá da los buenos días, mi amigo guarda silencio, pero poco tarda en alborotarse. A mí, el corazón también me da un vuelco. La ministra dice: “Voy a añadir algo…”. Y mi amigo: “¿Lo ves? ¡Otra ‘a’ en el apellido! ¡La tercera! Va a acabar con todos nosotros”. Menos mal que Celaá completa: “Voy a añadir algo al debate educativo”.
Desde ese momento, no vuelvo a respirar tranquilo. Me ha debido de sentar mal el café con Mazzucato. ¡Escucho en boca de la ministra que España tiene un único sistema educativo!
Cuando voy al baño a lavarme la cara, me avisan desde la barra: “Ahora no te puedes ir, acaba de llegar Irene Montero”. Pero, ¿cómo va a venir aquí Irene? ¡Si este es el salón de estar del Ibex-35!
Pero, sí. Es la ministra de Igualdad. Debo decir que, con su entrada en el coliseo, se hace el silencio. Un silencio de los de verdad, de esos que pueden escucharse, que diría Albert Rivera.
¡Un momento! ¡Irene! ¡Irene! ¿Cómo he estado tan ciego? Ella tenía razón. El Ibex es un lobo con piel de cordero. Recorre el pasillo flanqueada por la Policía y el Ejército. ¡La han detenido! ¡Van a amordazarla antes de que se acerque al micrófono! Aquí, en la barra, empezamos a improvisar el operativo de rescate.
Cuando voy a dar el grito de guerra -hemos convenido “¡Galapagar!”-, un miembro de la organización que se ha percatado de mis intenciones me agarra por el brazo: “No la han detenido, están charlando. Patricia Ortega, general de brigada del cuerpo de ingenieros; y Pilar Allué, comisaria de la Policía Nacional, también son ponentes. Intervienen justo a continuación”.
De la que nos ha librado este buen samaritano. Ahora, sí. Irene toma el escenario. Vaya ovación, señoras y señores, empresarias y empresarios, periodistas y periodistos, policías y policíos. Ver para creer, la cortesía lo puede todo.
Irene empieza su discurso. Y empieza con los consensos: el no rotundo a la violencia machista, la importancia de denunciar… Todo sonrisas. Uno cruza los dedos de las manos y de los pies. A ver si no… Pero sí. Y tanto que sí. El “sólo sí es sí” y una frase demoledora, más y cuando coge vuelo ante el empresariado: “Lo público es lo único que no se pone de perfil cuando vienen los momentos difíciles”. Pero la cortesía, se lo decía antes, entraña un poder hipnótico sobrenatural: al concluir, una segunda ovación.
Irene se va. Corro tras ella por las escaleras. Le digo: “Ministra, dos veces aplaudida por el Ibex, estamos escribiendo la segunda Transición”. Pero Irene no entra al trapo, me responde diplomática, se despide amablemente y se va.
Esto es un no parar. Una hora después, aparece Isabel Díaz Ayuso. Imaginen lo que habría sido el encuentro. Una hora puede arruinar el mejor de los destinos. Tanto consenso está saliendo de aquí, que vete a saber. Igual se iban de copas juntas.
Podrían haber empezado con la tos. La tos es el mejor de los consensos. Tosió Ábalos, ha carraspeado Irene y tose Ayuso poco después de tomar asiento. No sé si la presidenta de la Comunidad de Madrid escribe novelas, pero estoy seguro de que ha leído 1984, de Orwell.
En un abrir y cerrar de ojos, de manera muy barojiana, es decir; con palabras sencillas e imágenes contundentes, nos lleva a un Madrid donde la Administración “es la fiel compañera de los desvelos del ciudadano”. En ese Madrid, los gobiernos son mucho más pequeñitos, bajan los impuestos y las empresas germinan como las florecillas en El Retiro. Es un Madrid despiadadamente vacunador, en cuanto lo pisas te clavan la jeringa.
Isabel Díaz Ayuso genera una especie de fenómeno fan. Los de la barra queremos saludarla, pero la cola es larga. Casi tanto como los vuelos de su vestido rojo.
Isabel, en el corrillo, nos repite lo de la vacuna. Si por ella fuera, vacunaban hasta las empresas a sus empleados. A Pedro J. le parece bien. Mariano, mi compañero, da un paso atrás, como viéndose el próximo lunes ofreciendo la carne del hombro al director en su despacho. ¿No tienes una exclusiva? Toma Astrazeneca.
Le pregunto a Isabel por su relación con Pedro Sánchez, a ver cómo está la cosa. Le cuento que ayer, en este mismo foro, su amigo el alcalde de Madrid empleó la expresión “lealtad institucional”. Isabel se troncha. El asunto, esto lo digo yo y no ella, está jodido.
Isabel no descansa. Isabel sondea con la mirada. Pasa el escáner del “socialismo o libertad” por quienes le rodean. Isabel se marcha y pide que, cuando abran Madrid, no nos vayamos a la playa ni a la montaña. ¡Pero cómo nos vamos a ir, Isabel! ¡Si la fiesta acaba de empezar!