He de reconocer que cuando escucho a Emiliano García-Page, el presidente de Castilla-La Mancha, siento cierta envidia. Los castellanomanchegos tienen un líder en quién mirarse más allá de cual sea su opinión o adscripción política. Dice lo que piensa en política nacional y lucha por los intereses de su comunidad, triunfe o no. Si no está de acuerdo con los indultos, no se calla. Si piensa que le imponen a Podemos, habla de vaselina como regalo navideño.
Nada que ver con Ximo Puig. Todos los ciudadanos de la Comunidad Valenciana sufrimos en nuestras carnes las afrentas que cometió junto con Susana Díaz en 2016 al desalojar por la fuerza al secretario general legítimamente elegido por los militantes del PSOE. Puig sólo piensa en repetir como candidato, algo que no se discute. Pero tampoco se discutía con Tomás Gómez.
En una reciente entrevista en EL ESPAÑOL, el presidente valenciano hacía examen de conciencia sobre aquellos sucesos: "En la parte que a mí me corresponde, yo he hecho esta parte de autocrítica y no estoy satisfecho de lo que hice en ese momento. Del comportamiento en general. Yo creo que no estuvimos a la altura de las circunstancias. Eso pasa en la vida".
Y está muy bien eso del examen de conciencia y el arrepentimiento, pero siguiendo con la analogía religiosa, ahora le toca la penitencia para expiar sus culpas. ¿A él? Desgraciadamente no. Nos toca a todos los ciudadanos de la Comunidad.
Si Pedro Sánchez condena a una pena de sed a la agricultura alicantina, Puig se pone a hablar de cambio climático y de los millones de Europa que están por venir para convertir agua de mar en regadío. Que están por venir, ¿y mientras tanto? Si al PP de Alicante se le ocurre levantar la voz y hacer fuerza con el campo, son -en la terminología de Puig- culpables de provocar una guerra. Hay que "dialogar", y seguimos dialogando, y el agua sin llegar.
¿Eso es un líder? La historia nos ha enseñado en demasiadas ocasiones que la política del "apaciguamiento" sólo condena a quien la practica frente al "abusón", al desastre más absoluto. Que se lo digan a Neville Chamberlain y a los británicos que tuvieron que buscar en Wiston Churchill a un verdadero líder.
Si Pedro Sánchez no manda las vacunas que necesita una comunidad de cinco millones de habitantes y una población flotante veraniega difícil de determinar. Puig vuelve a callar. Penitencia por sus pecados. "Estamos a la cabeza de la vacunación en el mundo", repite como mantra. Ya, a la cabeza del mundo y en mitad de la tabla clasificatoria de España.
Si Pedro Sánchez niega la financiación que necesita la Comunidad Valenciana, Puig arremete contra Díaz Ayuso y el supuesto "dumping fiscal" de Madrid. Con un cupo vasco y navarro como ejemplo de la desigualdad y el desequilibrio más sangrante del país, el problema es que Madrid rebaja los impuestos en los que tiene competencias para generar empleo y riqueza. Vamos bien.
Que no se le ocurra a Puig levantar la voz contra vascos, navarro o catalanes, que buscan su financiación por medios más agresivos. Primero porque su complejo de inferioridad respecto a otras regiones se lo impide. Y segundo porque no debe enfadar a los socios del jefe, no vaya a ser que le impongan más penitencia.
Y así seguimos como una comunidad, no ya de segunda, que tal vez es el puesto que nos corresponde en la situación actual, sino de tercera. Y sin previsiones de avanzar, al borde del descenso administrativo. A menos de dos años de las elecciones. O no.