“Almozara-Cementerio, es la línea 34; es como la vida, como la vida en mi barrio”. Estos ripios conforman el estribillo de una canción que se podía escuchar allá por los años 90 en fiestas y saraos de La Almozara. Es un pequeño detalle que indica que en nuestra ciudad muchas líneas de autobús atesoran un fuerte componente identitario para los barrios a los que prestan servicio.

Yo diría que la propia red de transporte público forma parte del corazón emocional de la ciudad, probablemente porque ha crecido con ella, fruto de la acción colectiva de hombres y mujeres que pelearon cada tramo, cada parada, cada marquesina, porque tenían claro que esa red habría de vertebrar unos barrios que se diseñaban a la vez que se vivían.

Hoy, Zaragoza tiene un sistema de transporte público más que aceptable, bien valorado en comparación con ciudades españolas similares, aunque aún con zonas insuficientemente atendidas; un sistema que la ciudadanía disfruta y sufre a flor de piel. Incluso el tranvía se ha incorporado a esa alma de la ciudad; tras una implantación que trajo debates que con frecuencia apelaban más al corazón o a las tripas que a la cabeza, sin él hoy no se entendería nuestra estructura urbana, ni barrios como Valdespartera o Parque Goya serían lo que son.

Es posible que de esto ya se hayan dado cuenta las responsables municipales que planearon eliminar las líneas 24 y 34, sin consultar antes a la gente de Valdefierro, La Almozara u otros barrios afectados. La reacción vecinal es bien conocida, tanto que afortunadamente parece que esos planes se han paralizado o modificado, al menos de momento.

A las asociaciones vecinales no les ha costado mucho esfuerzo explicar por qué tocaba movilizarse en defensa de estas líneas de autobús; en las calles, en los comercios, en las redes, los argumentos han salido solos: esas líneas son las conexiones con el centro o con lugares clave como la Universidad o los hospitales, las alternativas planteadas con trasbordo evidentemente empeoraban mucho el servicio y los tiempos de viaje, no está claro el beneficio de esas nuevas líneas circulares… pero luego está el componente emocional, de pertenencia, menos explícito pero que todo el mundo entiende, ¿qué será de este barrio si nos quitan la principal línea de autobús? La sensación de abandono que produce una cosa así no hace falta explicarla con palabras.

Lo que sí hace falta explicar, estudiar, planificar e impulsar es un salto cualitativo en la calidad del transporte público en Zaragoza y su entorno. Desde la implantación del tranvía no se ha producido ningún avance significativo en esta materia. Las principales asignaturas pendientes son dos, a mi modo de ver: la primera, esa línea de alta capacidad este-oeste, que conecte rápida y eficientemente, con garantía de frecuencias, unos barrios en los dos extremos con características muy diferentes de los que unió la línea 1 de tranvía.

La segunda, dar un servicio decente a las zonas de nueva urbanización, incluyendo algunas localidades del entorno metropolitano y barrios nacidos con la
anterior expansión inmobiliaria cuyas conexiones quedaron mal resueltas.

Haría bien la administración municipal en exigirse la mayor solvencia técnica a la hora de diseñar este necesario nuevo impulso al transporte público. También debería tener claro que mayor calidad suele implicar mayor inversión, que es en este tipo de cosas en lo que hay que emplear el dinero público, que quitar autobuses de un sitio para ponerlos en otro no conduce a ninguna mejora sustancial, sino a dejar pasar la ocasión. Pero sobre todo, se equivocaría si no tiene en cuenta la opinión de un vecindario que siente y vive el transporte público como parte de su ser ciudadano, de
su manera de entender la ciudad.