Teniendo muy recientes, los diversos episodios de lluvias torrenciales acaecidos en diversas regiones españolas, y lamentando las graves consecuencias que se han producido en algunos de ellos, se plantea una ocasión excelente para reflexionar sobre otras consecuencias de tipo sanitario que pueden aparecer asociadas a este tipo de fenómenos.
No entraré a discutir sobre los factores desencadenantes de este tipo de catástrofes naturales: calentamiento global, cambio climático, cambios en el uso de suelos, desforestación… y me centraré en algunos efectos sobre la salud que podría suceder.
El primer problema sanitario al que se enfrenta las poblaciones (tanto humanas como animales) es a la contaminación de las aguas no sólo con lodo, sino también con aguas residuales y fecales por desbordamiento del sistema de alcantarillado. Esto supone la potencial infección (generalmente por vía oral) con bacterias de origen fecal que pueden causar cuadros de gastroenteritis agudas. En el caso de las personas se puede solucionar a corto plazo mediante el suministro de agua embotellada y el establecimiento de medidas higiénicas básicas (ej: duchas de campaña, lavado y desinfección de ropa…).
Sin embargo, apenas se ha pensado en la problemática que supone el acceso a agua de bebida para los animales, tanto silvestres como domésticos, que consumen esas aguas contaminadas y se pueden convertir en amplificadores del problema. Por no hablar de que de la necesidad de recibir tratamientos adecuados por parte de veterinarios. Especial consideración merecen las mascotas desplazadas de su vivienda habitual, que podrían ser devueltas a sus propietarios para recibir los cuidados necesarios. Esta medida a priori sería sencilla ya que su identificación mediante microchip es obligatoria desde hace más de un año, pero desafortunadamente el grado de cumplimiento de la ley es limitado.
Poco se ha hablado de los 3.000 cadáveres de animales que se han retirado de casi una veintena de explotaciones afectadas, ni de los problemas asociados con suministro de alimento y cuidados que requieren los animales supervivientes. Pero es que estas inundaciones también han supuesto la destrucción de los alojamientos y hábitats de muchos animales silvestres. Citemos como primer ejemplo a las ratas, que además de ser excelentes nadadoras, son capaces de aprovechar los recursos alimenticios que les brindan estas catástrofes.
El problema es que pueden convertirse en reservorios de numerosos patógenos, como por ejemplo las leptospiras, unas bacterias capaces de producir cuadros febriles graves con alteraciones renales, hepáticas y hemorrágicas. La leptospirosis ha sido una de las enfermedades que mayor preocupación ha causado en las autoridades sanitarias que han alertado a los profesionales sanitarios para que estén pendientes de posibles cuadros clínicos compatibles. Sin embargo, parecen olvidar el papel que desempeñan en su transmisión sus reservorios animales naturales, entre los que además de las ratas, se encuentran los perros. Solo algunos profesionales veterinarios han dado la voz de alarma para que se proceda a la vacunación urgente frente a leptospirosis, ya que existen vacunas efectivas frente a los serovares de aparición más frecuente.
En otras latitudes, además de la leptospirosis se enfrentan a otras enfermedades asociadas a contaminaciones del agua como son la hepatitis A, el cólera, la fiebre tifoidea o la criptosporidiosis, por citar algunas de ellas, que también podrían llegar a ocurrir en nuestro país en determinadas circunstancias. La comprensión del posible papel de reservorios animales ante algunas de estas enfermedades debe estar siempre presente en los planes de contingencia sanitaria como factor clave a controlar.
Uno de los problemas sanitarios que inicialmente despertó preocupación fue la posible emergencia de enfermedades vectoriales (especialmente las transmitidas por algunos mosquitos). En parte es debido a que en zonas tropicales suelen estar entre los problemas sanitarios de primer orden ante inundaciones por lluvias intensas. Enfermedades como dengue, zika, malaria… enseguida nos vienen a la cabeza. Sin embargo, en esta ocasión el riesgo se considera bajo fundamentalmente por varios factores: progresiva baja de temperaturas en las próximas semanas (poco adecuadas para que sobrevivan los mosquitos), desaparición en las zonas afectadas de los lugares de cría de mosquitos (especialmente el mosquito común, Culex pipiens, y el mosquito tigre, Aedes albopictus), excesiva carga orgánica y lodos en las áreas encharcadas que es poco propicia para la cría de las fases larvarias y escasa o nula incidencia de estas enfermedades en España, ya que en general son casos importados de zonas tropicales (aunque a finales de verano se registró un brote con transmisión autóctona de dengue que afectó a 8 personas en la costa de Tarragona).
Sin embargo, hay que pensar a medio plazo en otras enfermedades emergentes en nuestro país como es la fiebre del Nilo Occidental. El virus que la causa infecta especialmente a múltiples especies de aves, que debido a las tormentas han podido desplazarse a otras zonas, y el principal vector que lo transmite, el Culex pipiens, cría especialmente bien en aguas estancadas existentes en sótanos y garajes inundados. Estas dos circunstancias podrían favorecer la aparición de casos de esta enfermedad cuando llegue el próximo verano tanto en personas como en caballos. La implantación de un programa de vigilancia entomológica y de una red de vigilancia de caballos centinelas sería clave para detectar precozmente este problema.
Acabaré comentando que la mayoría de países que sufren este tipo de fenómenos catastróficos de forma recurrente ya cuentan con planes de contingencia desarrollados con el fin de minimizar este tipo de consecuencias, y que se aborda desde una perspectiva One Health. El concepto de Una Salud es relativamente reciente, aunque el colectivo veterinario hace décadas que lo tiene asumido como algo inherente a la prevención de problemas tanto en el ámbito de la Salud Pública como de la Sanidad Ambiental.
Ignacio de Blas, profesor de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza