Nostradamus.

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Nostradamus

Juan José Vijuesca
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Ante la deriva tan poco fiable en lo que a política se refiere, el futuro que nos espera en España en particular, me he refugiado en Nostradamus. No es que este buen hombre sea la panacea para solucionar nuestros problemas más relevantes, es que la cosa no pinta de mejor color por mucho que se quiera.

Vayamos por partes. La movida que tenemos en clave política es de ardor de estómago. Por un lado los que se van pero que no lo hacen porque dicen que de eso nada, que nos vamos a enterar el 28 de abril. Me refiero al PSOE. Los otros, es decir, el Partido Popular, Ciudadanos, y Vox para no ser menos andan frenéticos por cambiar de nuevo el colchón de Moncloa que Sánchez y Begoña a su vez cambiaron de sus antepuestos moradores, Rajoy y Viri.

Parece que el jergón del palacio es el principal objeto de deseo. Uno se pregunta si el afán no lo será por los secretos de alcoba. Ya sé que la higiene juega un papel determinante, pero cuando uno llega a la cama tan exhausto, como debe ser el caso de sus señorías después de tan fatigosa campaña electoral, no parece que el colchón deba ser la primera necesidad del país.     

En fin, que las urnas están para servir al ciudadano y luego vayan ustedes a saber si el voto llega al destino apropiado o lo hace a esa nube de almacenamiento OneDrive que todo lo guarda y nadie sabe quién tiene la llave, ni el lugar de residencia. Pero ya que les hablo del saber, y puesto que el famoso astrólogo Nostradamus es el que mejor nos invita a conocer nuestro legítimo porvenir en la Tierra, pues me he enfrascado con sus conocidas profecías. Lo vengo haciendo desde hace años.

A mí me resulta fascinante saber que el fin del mundo ya ha sucedido en varias ocasiones, lo que no recuerdo es en qué lugar del planeta me encontraba  el día de autos. El caso es que me perdí el acontecimiento. Debo reconocer que cuanto más leo las predicciones de este hombre menos me entero. A mí es que el futuro se me antoja muy disperso, como si la clase política en general estuviera dando por saco todo el día para no sacar nada en claro. Pues eso. 

Quienes me conocen, al igual que los que no, saben que soy un bicho muy raro en esto de la política. Vengo a ser como un híbrido. Una especie de sujeto aprensivo y a la vez  inanimado acerca de quienes dicen defender e incluso administrar nuestros intereses con la honestidad debida. No me lo creo. Soy incrédulo respecto de quienes tratan de seducirme con su mejor sonrisa. Por cierto, en campaña electoral todos ellos gozan de una dentadura blanca satén al hilo dental con aromas de engaño. Prefiero a los políticos de retaguardia. Los que hacen el trabajo de infantería trabajando a destajo para la honra ciudadana. Los hay en todas las formaciones políticas. Doy fe de ello. Lo que sucede es que éstos no guardan protagonismo de relieve. Caen para gloria de sus jefes y si te he visto no me acuerdo. Son los soldados desconocidos, pero honrados.           

Por eso leo a Nostradamus. Ya sé que no es una solución que satisfaga a mi público lector, pero según dicen los estudiosos de este filósofo entre sus muchas predicciones  está la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Ya me dirán si después de esta tragedia lo de vaticinar sobre el circo político español no es pan comido para un visionario que se precie. Por eso me gusta Nostradamus. Hay otras razones para perder la cabeza con el astrólogo y es que nos ha reservado para el 2019 un gran terremoto en Estado Unidos (esto debe estar ligado con lo de Donald Trump). También la tercera guerra mundial, cosa que cada año no debe faltar en ningún hogar del mundo por lo que pudiera pasar.

Sin embargo, hay dos cosas para frotarse las manos. La primera, que la población civil dejará de pagar impuestos debido a la mala administración del dinero público y la corrupción (esto me lo creo a pies juntillas porque estamos hasta los dídimos). La segunda buena noticia, la comunicación con los animales. El profeta afirmó en su día que los animales serán más cercanos y más leales a las personas que sus semejantes. A mí esto me llena de gozo y a mi perro más, que en cuanto se ha enterado de este protagonismo personal me ha exigido que le diera de alta en la Seguridad Social. Es lo suyo.

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