Torear el domingo de Resurrección en Sevilla se ha convertido en una subasta pública. Ramón Valencia ha vendido los puestos de una de las fechas más emblemáticas de la temporada y se ha apuntado hasta Talavante, al que la estrategia de andar por su cuenta como un José Tomás pobre le ha durado, más o menos, una semana.
Si las figuras del toreo no respetan ya ni sus propias decisiones –pobre Juan Bautista: faltan ojedas y sobran adolescentes–, no habría que esperar mucho de los empresarios, lo sé, pero mantengo la ilusión de asistir a la literatura, creo en leyendas intocables, que todavía existen tótems, hasta que me encuentro a Pagés desmantelando lo poco que queda de un sector arruinado y de la Maestranza, tomada por los camorristas, sin preferia, sin lunes de resaca, con una temporada discutible centrada sólo en las novilladas y desde ya, por la ausencia de Pablo Aguado, sin domingo de Resurrección, o al menos sin el domingo de Resurrección que conocíamos. Sevilla se parece más a Valdemorillo que a Ronda.
Dejar en la cuneta al sevillano es la última traición de Pagés a Sevilla, a la ciudad que mejor entiende los conceptos del toreo no comerciales. Los maestrantes tienen un inquilino, más bien un okupa, capaz de vender a precio de saldo su patrimonio a cambio de sellar una jubilación de oro gracias a las comisiones de Roca Rey.
El dinero que existe en la industria es el mismo, cambia de manos tarde a tarde, y Ramón Valencia participa de esa endogamia representando al torero destinado a mandar en los próximos años. Entre el apoderado y el empresario que mira por los intereses de la plaza, a largo plazo, ha ganado el apoderado cortoplacista que defiende los intereses de su torero. El sector está envenenado, herido de muerte, asfixiado por sus agentes.
Aguado tiene que hacer el paseíllo el domingo de Resurrección por ser el triunfador de la Feria de Abril, revolucionar la temporada y por mantener la llama de un concepto al que han atropellado entre unos y otros, convencidos de que lo práctico es superior a lo bueno. Roca Rey es capaz de cuajar muchos toros pero eso pasa a un segundo plano si surge alguien que los acaricia.
Y si hay una fecha para potenciar a ese tipo de toreros, que pertenece a ese tipo de toreros, es el domingo de Resurrección, copado por Morante de la Puebla, independientemente de lo que haga, y antes por Curro Romero. A Aguado le acompañan la horterísima estadística y la razón histórica. Y la necesidad: son muchos años a la búsqueda –Salvador Cortés, Lama de Góngora, Esaú Fernández, Oliva Soto, entre otros– del matador que renovara el toreo sevillano como para dejarlo fuera de la fecha que los define a cambio de cuatro perras.
Juli, al que también le pertenecía un puesto ese día, ha decidido no participar del aquelarre. Morante escurre el bulto, consciente de que sin Pablo Aguado podrá pasar la tarde sin apretarse. Talavante le ha hincado el diente a las sobras, toreando 24 horas después del soufflé de su reaparición. Roca Rey se tendrá que enfrentar, además de a Garcigrande, al público enfadado por su paso de Atila. Entiendo que quiera torear lejos de la presencia imantada de Aguado –su entorno lo desmiente: "Todo mentira"–, de la sugestión que causa, igual que entiendo que Aguado se mantenga firme en sus peticiones. No se trata de cuidarlo más o menos, sino de ver quién tiene las llaves de Sevilla.
Aquellas cuatro orejas cambiaron la perspectiva, y se pudo comprobar que el público se entretiene con los domadores hasta que aparecen los toreros. José Luis Lozano le decía a Zabala en la magnífica entrevista de El Mundo que los matadores dominantes se pierden en la historia, que recordamos en las tabernas a los otros. Pues claro. ¿De qué vamos a hablar, de naturales o estrategias?