Miguel A. Delgado
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Cualquiera de los pioneros que se adentraban en los territorios misteriosos del Oeste norteamericano (por entonces las dos dakotas, Montana o la llanura del río Platte, considerada sagrada por los indios) habría caído en estado de shock si tuviera la posibilidad de ver la nueva película de Alejandro González Iñárritu, El renacido, por cómo transmite la experiencia de lo que era transitar por aquellos lugares donde la naturaleza deja huella en toda su grandeza y potencia. Frente a los paisajes y fenómenos que van desfilando por la cinta, los conflictos de los individuos poco peso parecen tener frente a un entorno que sigue sus propios ciclos y donde las duras condiciones condenan a la muerte a los más débiles. También entre los hombres.

La cinta, además, se detiene en el que es considerado el “padre” de todos los exploradores, en su mayor parte tramperos, que se atrevían a poner el pie en la primera mitad del siglo XIX en territorios donde sólo las más endurecidas tribus de pieles rojas podían sobrevivir. Eran los tiempos previos a las grandes guerras indias, pero el goteo incesante de expediciones enviadas por las compañías de pieles, sumidas en una competencia descarnada entre franceses, ingleses, norteamericanos, e incluso rusos, comenzaba a generar los primeros roces y a ofrecer indicios de que la convivencia entre blancos y pieles rojas iba a ser imposible.

En ese contexto destacó la figura de Hugh Glass, interpretado en The Revenant por Leonardo DiCaprio. Como muchos de los que buscaban redimir, superar o simplemente disimular pasados complicados, se sabe muy poco de su vida antes de volverse, suponemos que a su pesar, famoso. Nacido en algún momento de los primeros años de la década de 1780, con una dura mezcla de sangre irlandesa y escocesa en sus venas, nadie sabe muy bien a qué se había dedicado antes de 1822. Según algunos, habría servido a la fuerza en la costa de Texas con el pirata Laffite, que le habría hecho prisionero; según otros, fue adoptado por una tribu pawnee, en cuyo seno habría vivido durante varios años, e incluso tenido una esposa indígena. Pero ninguna de esas historias puede ser corroborada hoy.

Un siglo después de la historia de Hugh Glass, el Milwaukee Journal publicó un artículo recogiendo sus hazañas.

Glass apareció en la historia oficial como uno de 'los cien de Ashley', el grupo de hombres que respondió a un anuncio para servir durante varios años ascendiendo el río Misuri para hacer acopio de pieles, un negocio floreciente en aquellos años en que muchas de ellas, como la de castor, se habían puesto de moda. En el transcurso de la expedición, en agosto de 1823, Glass sufrió un estremecedor ataque de una osa grizzly que acudió en socorro de sus crías, que creía amenazadas por el trampero. Entre las acometidas del animal, logró dispararle e incluso clavarle de manera sostenida el cuchillo, mientras la osa le destrozaba la garganta, le rompía una pierna, le arrancaba buena parte del hombro y le dejaba malherido. Dos compañeros de Glass lograron llegar a tiempo para rematar al animal.

El trampero quedó en condiciones tan penosas que todos dieron por hecho que moriría de inmediato. Acuciados por el hostigamiento de los indios, el capitán Ashley dejó a dos de sus hombres, John Fitzgerald y un jovencísimo Jim Bridger, para que custodiaran el cuerpo y le dieran debida sepultura. Pero pasó el día y Glass, incapaz de moverse ni de articular palabra, seguía vivo, aunque sumido en inimaginables sufrimientos. Finalmente, sus dos compañeros decidieron abandonarle, no sin quitarle antes su rifle y todo su equipo.

Placa conmemorativa en Dakota del Sur sobre las hazanas de Glass.

La leyenda de Glass se comenzó a forjar cuando, contra todo pronóstico, no sólo sobrevivió al abandono, sino que logró recorrer 320 kilómetros hasta alcanzar el Fuerte Kiowa, la base a la que se habían retirado los tramperos, que le recibieron con el mayor de los asombros, porque Fitzgerald y Bridger les habían contado que efectivamente le habían dado cristiana sepultura tras morir dignamente. Glass (esto no es en realidad un spoiler, porque en la película transcurre de forma diferente, pero vaya por delante la advertencia) tenía intenciones de venganza, pero perdonó a Bridger por su juventud. En cuanto a Fitzgerald, supo que se había alistado, y eso le convertía en intocable, pues la pena por matar a un soldado era severa. Pero aún así fue a buscarle y le exigió que le devolviera su rifle.

Hugh Glass moriría diez años después en una emboscada india. Sus asesinos, a su vez, fueron ejecutados cuando un trampero reconoció en el hombro de uno de ellos su rifle. El joven Jim Bridger se terminaría convirtiendo en uno de los hombres más importantes del Oeste, donde sirvió como guía y asesor del ejército en la gran Guerra de Nube Roja. Se hizo famoso por la cantidad de historias que atesoraba; desconocemos si su poco lucido papel en la forja de la leyenda de Hugh Glass formaba parte de su repertorio.

Una imagen de la película de González Iñárritu.

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