M. J. Arias
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Verde y convulsa. Así es la Escocia que Outlander ha mostrado a los millones de espectadores, lectores o no de las novelas de Diana Gabaldon, que se han dejado seducir por la atípica y apasionada historia de amor entre Jamie Fraser (Sam Heughan) y Claire Randall (Caitriona Balfe) ambientada en las Highlands del siglo XVII. Una Escocia que vivía tiempos convulsos, con los Casacas Rojas en sus tierras intentando salvaguardar los intereses reales y gran parte de los clanes locales urdiendo un plan en la sombra para destronar al que consideran un usurpador y devolver el trono a su favorito, un Estuardo.

Outlander no es una serie histórica, es mucho más que eso. Complicada de enmarcar en un solo género –en sus fotogramas contiene amor, aventura, elementos de ciencia ficción y tintes históricos–, ha servido para retratar con bastante fidelidad una época agitada para las Tierras Altas escocesas (National Geographic definía en una entrevista a la autora de los libros como experta en la Escocia del siglo XVIII). En ese paisaje bucólico de naturaleza en ebullición continua y castillos que aún conservan su encanto natural dos siglos después, es donde transcurre el romance entre sus protagonistas, en medio de la violencia, el odio, el poder y la ambición de muchos de quienes les rodean. Todos estos elementos se enmarcan en unas localizaciones de ensueño convertidas ya en lugares de peregrinación para fans. Incluso sabiendo que muchos de los sitios que aparecen en la serie no existen, como el círculo de Craigh na Dun, que la ficción sitúa muy cerca de Inverness, localidad en la que sí se encuentra, en la realidad, el Lago Ness.

La historia existe, pero al servicio de la ficción, que predomina. Después de todo, se trata de una serie que arranca con un viaje en el tiempo. Aun así, y casi sin darse cuenta, al final de la primera temporada el espectador no solo ha seguido la historia de amor de una mujer del siglo XX que accidentalmente viaja dos siglos atrás en el tiempo y se enamora de un joven de esa época, sino que ha aprendido algo del pasado escocés. Son solo unas pinceladas, pero todo ese romance transcurre en un contexto histórico concreto, en 1973, en los momentos previos de la revolución jacobita y la batalla de Cullonden, que supuso su derrota más cruda. Los historiadores hablan de que sí hubo un clan MacKenzie y también un Fraser, nombres de los principales clanes en Outlander. Aunque cualquier parecido con ellos más allá de su jerarquía y sus derechos sucesorios es casualidad. No en vano, la inspiración para el personaje de Jamie se la debe la autora a un capítulo de Doctor Who en el que aparecía un joven del mismo nombre con kilt.

La clave de Outlander es Claire. Ella conoce lo que ocurrió porque su marido (el de su presente) se lo cuenta en su viaje a Inverness y, de paso, hace partícipe al espectador de unas nociones históricas que le serán muy útiles. Una vez en el pasado y tras ver cómo los clanes se unen para recaudar dinero y fuerzas de cara a la futura revuelta, sabiendo como sabe cómo acabará todo, la enfermera viajera del tiempo convence a Jamie de que deben hacer algo para dinamitar el levantamiento y evitar así miles de muertes. Ahí lo dejaba la primera temporada. La segunda recoge al matrimonio Fraser y su futuro retoño en París, en la corte de Luis XV (Lionel Lingelser) con nuevos personajes y dos objetivos: evitar que los jacobitas cumplan su objetivo de luchar por colocar en el trono inglés a Carlos Eduardo Estuardo (Andrew Gower) y salvar su matrimonio después de lo ocurrido en el desenlace de la temporada a manos de Jack Randall (Tobias Menzies).

La Escocia de entonces no era para mujeres

Escocia queda atrás, pero todo apunta a que será temporal. Una Escocia de paisajes bucólicos, donde los clanes tienen el poder, la brujería se persigue y castiga con la muerte (aunque el juicio al que se somete a Claire es una licencia que se tomó Gabaldon ya que, como ella misma ha reconocido, estos dejaron de producirse veinte años antes), la justicia se aplica a latigazos y la mujer queda relegada al calor del hogar y el cuidado de los hijos. Algo que Claire no está dispuesta a asimilar y que le causará más de un dolor de cabeza a su marido, Jaime, quien la castiga, como parece ser habitual, con unos cuantos azotes en el trasero. En una sociedad tremendamente patriarcal, la mujer debía obediencia a su esposo. De lo contrario, tenía que asumir el castigo y aprender la lección.

Pero eso no va con Claire. Contaba Diana Gabaldon, autora de las novelas, que cuando comenzó a escribir su historia tropezó con la tozudez de su personaje hasta el punto de tener que ceder ante ella. Su idea original era que tanto Claire como Jamie compartiesen época, pero ella se negaba a hablar y comportarse como una mujer del siglo XVIII. Por más que la escritora intentaba enderezarla, parecía cobrar vida en el papel. Al final, no le quedó otra que recurrir al subterfugio de un viaje en el tiempo aprovechando las muchas leyendas que otorgan cierto poder mágico a esos círculos de piedras como el de Stonehenge. Así se explicaba su comportamiento sin que desentonase con el resto de la ambientación donde el kilt es el vestuario estándar y el gaélico la lengua oficial. Si hasta algo de este complicado lenguaje se aprende viendo Outlander. Quién no sabe a estas alturas, con la segunda temporada a las puertas, que 'sassenach' significa 'extranjera'.

Hacia dónde va la segunda temporada

Tras mostrar una Escocia que enamora por sus paisajes y que invita a ser visitada, ahora le llega el turno a París y a la corte de Versailles. Allí, en Francia, los jacobitas buscan aliados para su causa y la situación no es menos convulsa que al otro lado del mar. La diferencia está en las artimañas. Hay mucho más de política de corte, de mentiras, de apariencias y de grandes banquetes y fiestas. Sam Heughan lo define muy bien en una entrevista incluida en las notas de producción de esta segunda temporada: "Yo diría que el peligro en París y Versalles es menos físico que con las espadas y las armas. Es más por la política, las traiciones y el veneno. Está más oculto".

Ahí, a ese mundo, es donde se traslada parte de la acción de esta segunda temporada, que se estrena el 9 de abril en EEUU y que llegará a España de la mano de Movistar + solo un día después (a partir de las 22:15 horas).  Además, las dos temporadas estarán disponibles bajo demanda en Yomvi y en la sección Series de Movistar+.

Claire y Jamie cambiarán el kilt y las sucias ropas del camino de su huida por la elegancia de la corte parisina, su pompa, su boato y sus pelucas. Un nuevo estilo que dará aires renovados a Outlander más allá de los nuevos fichajes y del  vestuario, que cobra un papel tan importante en la ambientación de la serie. "Tenemos telas muy caras, colores preciosos y todo luce increíble. Es tan suntuoso", explica Caitriona Balfe, quien asegura que el vestuario de Escocia es mucho más "práctico, con una paleta de colores muy  apagada".

Con más de 25 millones de copias vendidas en todo el mundo y traducida a 24 idiomas, no sorprende que la serie producida por Ronald D. Moore (Battlestar Galactica) tuviese tan buena acogida en su primera temporada. Nominada a tres Globos de Oro, cuenta con una activa y entusiasta legión de fans que esperan ansiosos seguir las andanzas del matrimonio Fraser a lo largo de estos nuevos 13 episodios. Y no todos son lectores de las novelas.

'Outlander: de la verde Escocia a la convulsa Francia' es un contenido elaborado con la colaboración de Movistar +.