'No respires' salva al cine de terror mojigato
El director uruguayo, Fede Álvarez, rompe la taquilla de Estados Unidos con 'No respires', una película de asalto doméstico donde nada es lo que parece
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Hace unas semanas, comentaba por aquí el chascazo que me había llevado con la (a priori) prometedora Nunca apagues la luz (2016). Por suerte, la segunda película del uruguayo Fede Álvarez me ha curado los males, me ha liberado de la sospecha de que el cine de terror mainstream (no confundamos una película independiente en intenciones con un cine independiente desligado de los estudios), con evidente voluntad comercial, había caído definitivamente en una espiral de desgana infinita y falta de ingenio y talento.
No respires no es tan original y subversiva como se cuenta. Si eres consumidor habitual de cine de terror, no esperes encontrar en ella ideas totalmente nuevas o planteamientos revolucionarios. Es cierto que Álvarez y Rodo Sayagues, su coguionista, subvierten y pervierten esquemas clásicos del género. Para empezar, convierten a la víctima en el verdugo. Pero no hay nada (o casi nada) en No respires que no hayan hecho otros antes. Lo que no quiere decir que no sea una película extraordinaria.
Álvarez se sacude los clichés y busca las opciones menos transitadas, pero su última película no es tan valiosa por innovadora como por bien planteada, resuelta y ejecutada. El argumento es sencillo: tres adolescentes, una chica y dos chicos sin oficio ni beneficio, entran a robar en casa de un anciano ciego. Parece un plan ideal: una víctima teóricamente indefensa, una casa en una zona casi deshabitada y la garantía de un botín generoso. Pero las cosas se tuercen cuando la víctima, un ex veterano de guerra, se revela lo opuesto al pobre tipo que parece.
La última película de Álvarez no es tan valiosa por innovadora como por bien planteada, resuelta y ejecutada
Álvarez rueda la pesadilla de los chavales con una clase y una contundencia fuera de lo común. De hecho, se me ocurren pocos directores de cine de género en activo que filmen como él. Sus películas pueden ser valiosas por otras razones, pero pocos planifican, mueven la cámara y tienen un sentido de la puesta en escena, del ritmo y de la tensión como Álvarez. Tiene el don de saber contar en imágenes, una aptitud, por desgracia, en horas bajas.
Director de la notable Posesión infernal (2013), revisión del clásico de Sam Raimi, el cineasta convierte la casa del viejo en un laberinto infernal, donde hasta el objeto más inofensivo y cotidiano es un arma en potencia. Coreografía con maestría los movimientos de los personajes dentro de la ratonera. Y noquea con una violencia menos grandilocuente y menos líquida que en su anterior película: como el remake de Posesión infernal (1981), No respires es más bruta que un arado, pero su violencia es más seca y precisa.
Álvarez se apoya, además, en un guion (del que es coautor) coherente en su locura y más cuidado de lo habitual en filmes de esta naturaleza. Sin jugar al cine social o político encubierto, el texto encierra apuntes sobre el contexto de la historia (ambientada en Detroit, el escenario favorito del nuevo cine de género: allí también se rodaron Sólo los amantes sobreviven, Lost Rivero It Follows). Se detecta en él un empeño por dotar a los personajes de cierta entidad. Y es indiscutible que el guion tiene soluciones inesperadas y sorprendentes.
El director está dispuesto a zarandear el cine de terror comercial, empeñado en sacarlo de su letargo y librarlo de la mojigatería
La revelación más hardcore de todas, un giro enfermito y retorcidísimo que no conviene desvelar, me despierta sentimientos encontrados. No me entusiasma el cine de terror que toca esas teclas para impresionar, pero eso es más problema mío que de la película. Sin embargo, al margen de mi respuesta a esos estímulos, sí creo que ese descubrimiento está fuera de tono y altera la siniestra armonía de la película. Pero, al mismo tiempo, aun sin ser santo de mi devoción y considerar que no acaba de estar bien jugado en el filme, valoro profundamente ese giro salvaje y atroz porque revela a un cineasta dispuesto a zarandear el cine terror comercial, empeñado en sacarlo de su letargo y librarlo de esa cosa mojigata que, salvo en contadas excepciones, últimamente lo invade.