Bienvenidos al Gran Hermano de la explotación laboral
¿Te importa que te miren mientras trabajas? Eso se pregunta esta película basada en la novela de Isaac Rosa, "La mano invisible".
Imaginen el nuevo reality show de Telecinco. Una nave industrial, once trabajadores, un público que les aplaude, se ríe de ellos y juzga constantemente lo que hacen. Nadie sabe bien qué hacen allí, sólo siguen ordenes. La organización tensará poco a poco la cuerda y exigirá cada vez más a sus conejillos de indias. Más horas, más productividad, más resultados y menos quejarse. ¿Les suena familiar? El espectáculo del trabajo metido en un escenario para que todo el mundo vea lo que se sufre cada día. Así es el Gran Hermano de la explotación laboral que presenta La mano invisible, la película de David Macián basada en la novela de Isaac Rosa que se ha estrenado esta semana.
Una radiografía despiadada del sistema laboral. Un sistema que aliena y exprime al trabajador hasta que explota. Después, la solución es fácil: sustituirle por alguien más joven y dócil, alguien que calle y asienta. La excusa de 'si no lo hago yo, vendrá otro que lo hará' llevada a las máximas consecuencias. Entre estos once trabajadores no hay ejecutivos ni grandes cargos, son once 'curritos' mileuristas que han visto en este experimento sociológico una oportunidad de salir de una crisis que les ha hundido.
El propio nombre de la película -y de la novela de Isaac Rosa- lo deja claro, ya que hace referencia a una expresión del liberalismo económico que sugiere que los gobiernos no deben entorpecer el libre comercio. Dejar que los mercados compitan y se autorregulen la oferta y la demanda. Nada de defender a los trabajadores ni legislar por sus derechos. Cuanta más libertad para el empresario y menos para el obrero mejor para el sistema. Una mano invisible que aprieta y ahoga a los más débiles y enriquece a los más fuertes.
No se ve, se nota
En este reality show de la película de Macián, esa mano invisible no se ve, pero se nota. Lo hace cuando estos trabajadores sean obligados a ampliar sus jornadas y producir más sin motivo aparente. Es entonces cuando surgen los conflictos y los dilemas que todos los trabajadores de la sociedad actual viven en su día a día. Un filme, como la novela en la que se basa, que escupe preguntas al espectador para que él mismo las conteste y cuestione si no debería implicarse más en la lucha obrera.
¿Por qué aceptamos trabajar más horas de las que pone en el contrato?, ¿por qué parece que si no lo aceptas eres peor trabajador?, ¿cuándo surgió el miedo a ir a la huelga?, ¿por qué manifestar que las condiciones son injustas es penado y aceptar como un borrego premiado? Esas son las cuestiones que estos once concursantes y trabajadores van encontrándose mientras el espectáculo en el que participan se convierte en un fenómeno de masas que traspasa las cuatro paredes de la nave industrial donde interpretan esos roles que no son más que una metáfora del sistema laboral.
Y el trabajador ha dicho basta. Tras aguantar durante años con las orejas gachas ha explotado. La gente vuelve a salir a la calle y hasta la política ha dado un giro de 180 grados gracias al hastío de la gente. La explotación de la clase obrera se ha traducido en un descontento “grave”. “En otros tiempos, este malestar se encubrió y nos permitía llevarlo mejor, pero ahora mismo ha estallado. Hay un malestar general grave. Estos personajes reflejan la violencia que se da en las relaciones laborales. Mi conclusión es que el modelo de producción capitalista realmente es muy violento. Violento en lo que tiene de sometimiento, humillante, servil, cómo nos arranca de nuestro entorno...”, contaba Isaac Rosa a Peio H. Riaño en el periódico Público cuando presentó su novela.
Sí al sometimiento
Esa violencia se vive también en la película cuando los trabajadores deciden reunirse para poner fin a la explotación creciente, allí uno de ellos plasma una preocupación habitual: al que alce la voz le echan a la calle. Él ya lo ha vivido, hizo una huelga por unas condiciones penosas y nunca volvió a su puesto de trabajo. Eso produce roces entre lo que él llama con retintín “héroes de la clase obrera” y los títeres del liberalismo que aceptan ser sometidos. “Eso es lo que más me sorprende, el sometimiento al que somos capaces de llegar. Nos han educado para esto, para aceptar que tenemos que dedicar parte de nuestra vida al trabajo sin pensar mucho si eso tiene relación con nuestras necesidades básicas, si eso beneficia o no. Hemos aceptado que la vida es así, por lo menos en los últimos dos siglos. Hemos aceptado que es malo, que nos hace sentir mal, pero que nos compensa con otras cosas”, contaba el escritor en Público.
En La mano invisible hay denuncia, crítica, pero también compromiso en cuanto la forma de rodar el filme. Nada de financiación al uso o subvenciones, la película ha llegado a ser realidad gracias a la cooperativa que todo el equipo creó. Ellos pusieron el capital de su trabajo para poder realizarla, basándose “en un modelo de trabajo asambleario, horizontal y transparente”, como cuentan los responsables del filme. Una película para la clase obrera, un puñetazo al estómago del sistema y un espejo en el que mirarnos y ver todo lo que tragamos cada día.