El director francés Michel Hazanavicius en la rueda de prensa de 'Le Redoutable'.

El director francés Michel Hazanavicius en la rueda de prensa de 'Le Redoutable'. Efe

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Jean-Luc Godard: el rey de los cretinos amarga Cannes

El filme “Le redoutable” narra, de manera inocua y burda, las contradicciones del mítico cineasta francés en los años sesenta.

VIOLETA KOVACSICS
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Todos los caminos conducen a Godard. Al menos, en el cine francés. El director Michel Hazanavicius, que creyó descubrir la magia del cine mudo en The Artist, retrata al Godard de finales de los años sesenta en Le redoutable. Basándose libremente en los libros que la actriz Anne Wiazemsky escribió sobre su vida junto a Godard, Hazanavicius ha hecho una comedia sobre los años en que el director de Al final de la escapada se fascinó por la revolución estudiantil y decidió dejar atrás el cine que le había dado su título de nobleza.

En un festival que ha arrancado discutiendo la pujanza de Netflix en detrimento de la exhibición cinematográfica tradicional, una película como Le redoutable parece aclarar el debate sobre los nuevos lenguajes audiovisuales. Se trata de un filme terriblemente superficial. En un momento de la película, la pareja habla en el cine, mientras ve La pasión de Juana de Arco de Dreyer.

Las palabras de Godard y Wiazamsky discurren al ritmo del movimiento de labios de los personajes del filme, mudo. Hazanevicius pretende hacer así una broma sobre el juego entre texto e imagen que abunda en el cine de Godard, un cineasta profundamente wittgensteniano. Sin embargo, todo queda en la anécdota. Los planos de Dreyer son los más preciosos de Le redoutable, los únicos que tienen un aura, que trascienden. El resto de imágenes son planas, emulan el cine de Godard, pero carecen de alma ni cerebro.

Perdido en el viaje

Hazanavicius demuestra que ha visto algunas películas de Godard, pero que no ha entendido nada. Cita constantemente El desprecio, Al final de la escapada, Pierrot el loco y La chinoise, pero se nota que no se ha tomado la molestia de ver ninguna de las películas que Godard hizo con el grupo Dziga Vertov (si quiere, le podemos mandar la excelente edición que se publicó en España). Cuando, al principio de la película muestra una escena de amor entre los dos protagonistas, de manera fragmentada, como lo hubiese hecho Godard, en vez de evocar el cine pensante del director franco-suizo, lo que nos deja es un anuncio de perfumes.

Todos los caminos conducen a Godard, aunque haya incidentes en el camino. La proyección de prensa de ayer estuvo a punto de cancelarse, debido a un bolso sin identificar que se encontró en una de las salas del festival. Tras la alarma, comenzó la película. En ella, el Godard de Hazanavicius es un auténtico cretino. Un burgués condenado a vivir su condición de burgués. Y de genio. Y de estrella del cine y de la cultura francesa. “Godard es como la Coca-Cola o Mickey Mouse”, espeta uno de los estudiantes asamblearios en una escena de la película, intentando hacer ver al director que forma parte del mismo sistema que quiere combatir.

Es comprensible que el cine francés quiera matar al padre, poner en duda al intocable Godard, pero esta es una tarea demasiado ambiciosa para Hazanavicius, cuyo retrato se limita al gag reiterativo del cineasta perdiendo sus características gafas oscuras. Es decir, que, en la película, la figura del cineasta funciona verdaderamente como un icono, como Mickey Mouse o la Coca-Cola.

Wiazemsky, autora del texto original, queda en un segundo plano: callada, dependiente de los deseos de su marido, celoso, caprichoso, demandante. Hacia el final, cuando la actriz permanece en el baño de un hotel mientras Godard le inflige hirientes palabras, la broma inofensiva que hasta aquel momento había sido la película se convierte en una ofensa. Se trata de una broma que, además, elimina la compleja y emotiva mirada que Wiazamsky ofrecía en su texto.

Hazanavicius dibuja la decisión de Godard de renegar del cine que había hecho hasta aquel final de los años sesenta a partir de una contradicción: la de un hombre que desea ser revolucionario pero que en verdad es un genio incapaz de conectar con las clases más populares, ni con nadie. En cualquier caso, lo que importa no es si Godard es un cretino, sino que Hazanavicius es un cineasta incapaz de plasmar cualquier tipo de complejidad.

Godard visto por Varda

Todos los caminos conducen a Godard, figura que recorre Visages Villages, el hermoso documental de Agnès Varda presentó ayer en Cannes. La película de Varda funciona como verdadero contrapunto a aquello que se expone en Le redoutable. Es ella, y no el misántropo Godard, quien elabora un cine humanista. Es ella quien trabaja desde el movimiento colectivo. En Visages Villages, la directora acompaña a un fotógrafo en un viaje por la Francia profunda, donde hacen retratos de sus habitantes y los pegan con cola en muros, fachadas e instalaciones industriales. Varda, en cierta manera, está reivindicando a las personas.

La figura de Godard recorre el grueso de la película: primero, a partir del gesto de ocultar sus ojos detrás de sus gafas, luego, en una reconstrucción de la carrera por los pasillos del Louvre de Bande à part, y finalmente en una visita frustrada a la casa de Godard en Suiza. El director, convertido en un ermitaño en su refugio a orillas del lago Lemán, deja plantados al fotógrafo y a Varda, que, de pie junto a la puerta cerrada de su viejo amigo, llora mientras recuerda el pasado y a su marido, el fallecido Jacques Demy.

Visages Villages es también una película sobre la memoria, sobre la pérdida, sobre la posibilidad de supervivencia que ofrecen las imágenes. De ahí que recuerde a Godard, el último cineasta vivo, junto a Varda, de aquella Nouvelle Vague que revolucionó el cine. Truffaut ya no está, ni Charol ni Rohmer, ni Jacques Rivette, el más brillante de todos ellos.

De nuevo, poco importa que Godard sea un miserable. En Visages Villages, Varda define a Godard como un genio, como un revolucionario de la forma. Entre lágrimas y enojo, Varda dice que le quiere, aunque en aquel momento él le haya hecho daño. El momento resulta excepcional, íntimo, sencillo, inesperado, y justo. Con Le redoutable, Hazanavicius ha tenido que construir todo un aparato para tratar de señalar una contradicción: que Godard es a la vez un genio y un cretino. A Varda le basta con un instante, con un simple gesto para revelar un momento complejo, de amor, de rabia, de respeto artístico y de melancolía. Ojalá, todos los caminos nos condujeran a ella.