Robin Campillo: “El neoliberalismo ha provocado que no haya jóvenes activistas”
El director francés estrena 120 latidos por minuto, un filme sobre el movimiento activista que luchó en los 90 por los derechos de los enfermos de SIDA.
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Durante el pasado Festival de Cannes, una película robó el corazón del jurado. Desde su primer pase, por la Croisette corría el rumor de que Almodóvar había llorado con una película francesa que, a priori, no contaba entre las favoritas. Se trataba de 120 pulsaciones por minutos, relato de los jóvenes activistas -la mayoría de ellos gais y lesbianas- que durante la década de los noventa salieron a las calles francesas para luchar por los derechos de los enfermos de sida.
Un relato comprometido y emocionante que huele a verdad. Lo hace porque su director, Robin Campillo, fue uno de esos chavales que se enfrentaron a la policía y que se dejaron la piel para que la gente entendiera que el SIDA no era una cosa de depravados sexuales, sino una enfermedad por la que la gente estaba siendo marginada y señalada.
El enamoramiento de Almodóvar se confirmó unos días después, cuando al concederle el Gran Premio del Jurado, se emocionó y definió a esta generación como “héroes”. Campillo quita importancia a lo que hicieron él y sus compañeros de Act Up. “No creo que lo que hiciéramos fuera heroico, en aquel momento no consideraba ni que fuera político, sólo luchaba por los derechos de la gente, pero si se considera que luchar por lo que crees con toda el alma, incluso dejándote el cuerpo en ello, es algo heroico, entonces sí lo fue”, contaba el director a EL ESPAÑOL en el pasado Festival de San Sebastián.
La película, que también ha representado a Francia en la carrera por el Oscar, es la mezcla de sus recuerdos y sentimientos cuando se unió a la organización en 1982. Lo hace tras vivir el SIDA en primera persona en alguien de su entorno. “Fue terrible. Eso me hizo cambiar mi perspectiva de la vida y de ver las cosas. Cuando llegue a Act Up me di cuenta de que había estado encolerizado durante diez años, y fue una liberación llegar a una asociación tan alegre, pero no quería que la película fuera real, sino construir a unos personajes desde mi propia experiencia”, explicaba.
120 pulsaciones por minutos describe con precisión milimétrica los entresijos de esta organización, pero también lanza el guante al espectador, que se sentirá avergonzado de pertenecer a una generación que disfruta de todos los logros que se consiguieron en las calles, pero que no es capaz de moverse de su sofá para pelear por todo lo que hay que mejorar. Por eso, Robin Campillo lo tiene claro: “no hubo descendencia de Act Up, y sin embargo y por desgracia, el movimiento que ha habido en Francia en contra del matrimonio homosexual ha imitado lo que hacíamos allí”.
Ahora mismo, en la época de Internet, la gente es muy violenta en facebook y en redes sociales, pero luego no salen a las calles
Desde entonces, sólo el 15M sacó a la gente de sus casas. Ni los recortes, ni los casos de corrupción, ni el maltrato… nada despierta lo suficiente nuestra consciencia, algo que para el realizador es fruto de una sociedad en la que sus miembros cada vez se sienten más separados entre sí. Ahora mismo, en la época de Internet, la gente es muy violenta en facebook y en redes sociales, pero luego no salen a las calles. Act Up fue antes de que llegara Internet, y se notan mucho las diferencias entre sus miembros antiguos y los de ahora, porque antes se lograba una unión muy humana, muy íntima y muy fuerte. Es muy difícil movilizar a la gente políticamente si su corazón no está implicado en una lucha, y ese fue el caso del sida, del o movimiento a favor del aborto, o incluso de algún movimiento antirracista, pero están liderados por árabes o por negros, y la gente no se implica porque es muy difícil si no están involucrados en esa causa”, opinaba sobre la inacción de la gente.
Ese pasotismo cree que tiene también un culpable político. Ese conservadurismo que se impone en casi todos los partidos y que ha hecho que la gente sólo critique mientras se toma un gin-tonic en el bar o cada cuatro años a la hora de votar. “Desde hace 15 o 20 años los jóvenes no se movilizan, y eso es una fatalidad política, no hay activismo porque el neoliberalismo es nuestro único horizonte político en la sociedad occidental, y los movimientos políticos se han basado en la pereza y la inactividad de la gente. Si la pregunta es, ¿por qué nos deberíamos movilizarnos? Sólo el hacer esa pregunta significa que es demasiado tarde”, decía Campillo con franqueza.
A los miembros de Act Up les acusaron de radicales, igual que se hace ahora con aquellos que se manifiestan en las calles contra el poder establecido, pero él cree que no hay nada de radical en ello. “Simplemente luchábamos por una causa y nos llamaban radicales, pero es que ahora, los debates que me preocupan, que son la legalización de las drogas, la libertad sexual, la eutanasia… eso son aspectos humanos y me parece increíble que todavía sean considerados radicales los que lo defienden. Francia es el peor país del mundo para el activismo, porque se cree que ha fundado los derechos del hombre y que es abierto, pero consideran radical lo que debería ser considerado normal”, opinaba con dureza sobre los políticos franceses.
Francia es el peor país del mundo para el activismo, porque se cree que ha fundado los derechos del hombre y que es abierto, pero consideran radical lo que debería ser considerado normal
120 Latidos por minuto apuesta por “la política en primera persona”. No dejar que los líderes que elegios tomen todas las decisiones por nosotros, sino que actuemos cuando se desmarquen de aquello que prometieron defender. “La política se hace porque la gente lucha por sus propios derechos, en Act Up ni pensábamos que el matrimonio homosexual podía ser legalizado, pensaban en algo que les afectaba a ellos, en que si su pareja se moría de SIDA querían tener derecho a quedarse con su apartamento, y la lucha por esos derechos hizo que se llegara después al matrimonio homosexual”, zanjaba. Una de las películas más importantes del año, que demuestra que el cine puede emocionar sin perder su compromiso político y sus ganas de cambiar el mundo.