No me creo el 'porno adolescente' de 'Élite', en mi generación éramos unos mojigatos
La segunda temporada de la serie española de Netflix ya está arrasando y vuelve con más intriga y, cómo no, sexo.
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Después de ver la segunda temporada de Élite creo que no aproveché bien mi adolescencia. Yo pensaba que había seguido los tiempos normales, pero me quedo ojiplático con las cosas que dicen y hacen los alumnos de Las Encinas. No me consideraba un mojigato, pero me he replanteado mi existencia después de la serie de Netflix. Allí, los chicos de 16 años (o eso dicen porque algunos deben haber repetido cinco cursos), hacen tríos, consumen droga como pipas y realizan planes maquiavélicos que incluyen asesinatos, robos y otros delitos.
Yo a los 16 hacía botellones debajo de un puente (esos reservados del Teatro Barceló ni los olía), me daba besos furtivos con alguna chica y realizaba los primeros coqueteos con el sexo. Y pensaba que eso era lo normal, pero, o había una vida paralela para la gente de los colegios de gente rica, o las generaciones han avanzado tan rápido que hacen que no pueda entrar en nada de lo que ocurre en Élite.
Después de mucho pensar en ello, o quizás para no aceptar que he sido un mojigato, he llegado a la conclusión de que ese ‘porno adolescente’ que vemos no puede ser real, sino que es la fantasía erótico festiva de una generación y que los guionistas, más listos que los ratones colorados, han puesto todos los deseos y sueños húmedos de la chavalería juntos y bien mezclados para que se convierta en su nuevo fenómeno favorito.
Porque en Élite no hay reflexión sobre la generación como en Euphoria, o crítica social y política, como en Derry Girls, sino un puro 'exploit' constante. Me imagino la sala de guionistas y creo que la frase más oída dentro fue ‘sujétame el cubata’, porque no es posible que el crescendo sea tan rápido, loco y sin ningún interés por la lógica narrativa. Si en la primera temporada el motor era un asesinato, aquí es una desaparición, que luego torna en muerte y que luego, cómo no, termina con giro final sorpresa.
Todo esto se aprovecha para lo que realmente importa. El salseo. Ver el gustoseo de los personajes. Y aquí todo es más grande y pomposo. Mención especial para el segundo capítulo, donde en 50 minutos vemos a un actor con simplemente un calcetín cubriendo sus partes, un polvo en un baño y a tres chavales con el torso fornido en calzoncillos en la misma cama. Dos de ellos deciden hacerse ‘una paja de colegas’ mientras el otro duerme. Una apuesta decidida para ganar la atención del público adolescente (de cualquier orientación sexual).
Si bien es verdad que la serie tiene una libertad que nunca habíamos visto en una ficción adolescente española. Aquí hay todo tipo de orientaciones sexuales, todas aceptadas y tratadas con una normalidad digna de aplaudir. Igual que el trato del VIH en la primera temporada. Puede que los árboles no me dejen ver el bosque, pero aparte de esas virtudes no puedo ver más allá de un grupo de pijos con las hormonas revueltas. Chavales que, además, no hablan como la gente de su edad. Dicen unas frases que parecen sacadas de trabajadores de una consultora de lujo en vez de un instituto cuya presencia no aporta nada. Sus personajes podrían tener 35 años y todo sería igual.
Hay otra cosa en la que creo que Élite no acierta, y es en su representación de 'pobres' y 'ricos'. En la primera todo lo malo que le ocurría al personaje de Marina venía por juntarse con gente de ‘baja estofa’ (tenía VIH y se quedaba embarazada). En esta, lo que vemos, es que la gente que no tiene recursos vive por y para convertirse en los pijos a los que ven. Eso hace que la serie se convierta un modelo aspiracional que enseña a los jóvenes que lo más guay es ir a un reservado de la discoteca de moda (por cierto, en el Teatro Barceló nunca sonaría Joe Crepúsculo), tener dinero para pagar champán y por supuesto tener un cuerpo de modelo, porque no hay un actor ni actriz gordo ni feo o que simplemente no tenga un cuerpo canónico.
Pero también hay aciertos. Como la incorporación de esta temporada del personaje de Cayetana, interpretada con gracia y soltura por Georgina Amorós. En ella podemos atisbar un complejo de clase y su relación con su madre (la siempre a reivindicar Marta Aledo), limpiadora en el colegio Las encinas, dibuja un panorama que en el resto no vemos, ni siquiera en La Rebe, la ‘narco barbie’ que se guarda las mejores frases.
Nadie puede dudar la capacidad de Élite de conectar con los jóvenes y de convertirse en un fenómeno de masas, tampoco parece preocupada por trascender su condición de ‘producto adolescente’. Hasta yo acabo cada capítulo deseando saber qué ocurre en el siguiente. Sus creadores saben cómo engancharte y crear interés a pesar de todo lo dicho. Serán cosas de la edad, pero yo, desde mi mojigatería, me quedo con Quimi y Valle antes que con Samuel y Lu.