La importancia de la educación sexual en la mejor ópera prima española del año
El debut de Pilar Palomero cuanta las sombras de la educación en la España de los 90. Es la favorita para ganar la Biznaga de Oro.
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Año 1992. España daba pasos hacia la ansiada modernidad. Los Juegos Olímpicos, la Expo de Sevilla… el país se hacía un lavado de cara para vender fuera que ya no éramos gris. Después de 40 años de dictadura y de la Transición, España le decía a Europa que de aquello no quedaba nada. Eran también los años del ‘póntlelo, pónselo’, aquella campaña de protección contra el SIDA que inundó las marquesinas fomentando el uso del preservativo entre los jóvenes para no contagiarse.
De cara a la galería cogíamos carrerilla hacia el progreso, pero de puertas para adentro era sólo una ilusión que se daba en unos sitios muy concretos y que parecían más una postal de sitio turístico que una realidad concreta. Las sombras de aquel año 92, aquellas que los políticos nunca han querido ver ni reconocer, han empezado a calar en nuestro cine. Lo hizo Alberto Rodríguez en forma de thriller en la magnífica Grupo 7, y este año llega también con las películas de Luis López Carrasco, El año del descubrimiento, y Pilar Palomero, Las niñas.
Esta última se ha presentado en el Festival de Málaga donde ya se ha convertido en la principal favorita por la Biznaga de Oro. El debut de Palomero sigue la estela de Verano 1993, de Carla Simón, que ya ganó en Málaga y con la que formaría un precioso díptico sobre una época concreta. Las niñas es la mejor ópera prima española del año, un filme que sabe bien lo que quiere contar y lo hace con precisión. Es el retrato de un momento muy preciso, ese año 1992, y de un lugar concreto, una Zaragoza que no estaba en el mapa y no tenía a Curro y Cobi para venderla fuera.
Lo que hace Pilar Palomero es mostrar la cara B de un país, y lo hace centrando su mirada en unas niñas de un colegio de monjas que pasan a la adolescencia. El contraste entre la imagen que se vendía y la que realmente se daba en la educación religiosa del país es el gran acierto de un filme que emocionará a todas esas generaciones que vivieron en sus carnes ese choque. Fuera veíamos el cartel contra el SIDA, en TVE veíamos a una liberada Rafaella Carrá hablar de preservativos con Francisco Umbral, y sin embargo en los colegios se les decía a las niñas que el sexo era malo, prohibido y sucio.
Una película que en su análisis se convierte en un alegato por la educación pública, laica y por la importancia de la educación sexual en las niñas. Aquí, el grupo de protagonistas, encabezado por Andrea Fandós -todo un descubrimiento- irán descubriendo su cuerpo, y sus nuevas inquietudes adolescentes sin tener un referente o un apoyo. Los chicos, las discotecas, el tabaco, el alcohol… todo lo que les decían que era prohibido y que no era más que parte de su propia iniciación. Una película de crecimiento, como tantas otras, pero que acierta al concretar en mostrar ese choque que todavía se arrastra en nuestro país, donde en muchos colegios siguen ocultando el sexo y mostrándolo como pecaminoso.
La mirada de Palomero muestra los detalles, clava la recreación de la época, desde su fotografía a la música, pasando por todos esos detalles en forma de carpeta de gomas o revistas de chicas, y con todo eso construye un bofetón a la versión oficial de los años 90 y un canto por la necesidad de que las mujeres alcancen su propia voz que muchas veces se les intentaba quitar. Lo cuenta en forma de preciosa metáfora con ese cierre casi circular que repite la misma escena con la que comienza, un coro de niñas, pero con un detalle muy diferente. Uno de esos cierres hermosos que emocionan y que hacen que el filme se quede en la retina del espectador.
Las niñas también cuenta qué les pasaba todavía en la España de los 90 a esas jóvenes que habían decidido ser madres solteras. Mujeres a las que se las señalaba, de las que se decían cosas -ninguna buena-. Mujeres que escuchaban cuchicheos cuando ellas pasaban, y cuyas hijas sufrieron en el colegio por los prejuicios y el machismo de una sociedad a la que le faltaba mucho por andar. Lo hace gracias a la madre de la protagonista, a la que da vida Natalia de Molina con el mismo acierto que siempre. Una madre con complejo de culpa, que quiere que su hija no sufra lo que ella y que cree que una educación religiosa lo logrará.
Todo eso lo cuenta esta película que supone un debut portentoso, otro más, salido de la ECAM, y un nombre, el de Pilar Palomero, que hay que apuntar en la lista de estupendas realizadoras que están saliendo en nuestro país en los últimos años.