Crítica: ‘El poder del perro’, la obra maestra de Jane Campion con la que Netflix quiere el Oscar
El peliculón de la directora se estrena el 1 de diciembre en la plataforma de streaming, en plena campaña por lograr el premio de la Academia de Cine que le falta.
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Cuando una directora como Jane Campion se pasa 12 años sin dirigir una película es que algo malo pasa. No puede ser que una pionera, autora de grandes películas como Un ángel en la mesa o El Piano llevara más de una década sin poder levantar un filme. Refugiada en las series con la interesantísima Top of the lake, Campion seguía siendo recordada como la primera directora en ganar la Palma de Oro, pero nadie le daba la libertad creativa para que ella consiguiera crear títulos como The power of the dog, su maravillosa relectura del western que ganó el León de Plata a la Mejor dirección en Venecia y es una de las favoritas al Oscar a la Mejor película.
Y uno entiende aún más por qué los grandes directores se entregan a Netflix. Ha sido la plataforma la que ha rescatado a la directora y le ha dado un cheque en blanco para hacer otra obra maestra y su mejor película desde El piano. Gracias a ellos ha podido rodar su soñada adaptación del libro del mismo nombre -escrito por Thomas Savage- y hacerlo con todos los medios necesarios y tomándose el tiempo que esta historia requería.
Probablemente una major hace diez años le hubiera dicho que no a este western sobre una pareja de hermanos que viven en Montana en 1924, y cuya relación se desmorona cuando uno de ellos, bondadoso y tierno, se enamora de una viuda con un hijo al que todos señalan por su amaneramiento. Que duraba demasiado, que era demasiado enfermiza. Y menos mal que lo es, porque lo que hace Campion es descolocar al espectador con una revisión del western compleja, caleidoscopica y extraña.
La relación entre todos los personajes se basa en relaciones de poder y en las dinámicas entre ellos. La del hermano fuerte oprimiendo al débil. La de una madre que intenta sobrevivir. La de un hijo que a base de ‘hostias’ se ha hecho duro por dentro aunque sea débil por fuera y amanerado en sus formas. Un estudio de personajes complejo y a veces desconcertante, porque todos juegan sus cartas de alguna forma.
El poder del perro es exquisita en la forma, con una fotografía hermosa, con una música de Jonny Greenwood que acompaña a la perfección las intenciones de Campion, y donde la directora demuestra un dominio apabullante de la puesta en escena y de la construcción de tensión. La cuerda entre los protagonistas se va tensando como la soga que teje el personaje de Benedict Cumberbatch, que realiza la mejor interpretación de su carrera.
El británico tiene la presencia, el carisma y la voz para ese personaje abusador. Pero también es un personaje que ha construido con una coraza, la del bullying y la misoginia, para enmascarar una homosexualidad que la película va deslizando desde el primer momento en cómo mira, en cómo Jane Campion rueda las escenas en las que él se relaciona con el resto de hombres.
Ojos de tormento, de dolor. Su relación con el hijo del personaje de Kirsten Dunst componen una de las relaciones más tensas e impredecibles vistas en tiempo. Donde nunca sabes si van a besarse o a matarse. La directora demuestra, una vez más, la importancia de la mirada al retratar los cuerpos. De hecho, puede que El poder del perro tenga la masturbación masculina más hermosa y triste de la historia del cine.
Netflix confirma, otra vez, su buen ojo para rescatar a grandes directores que lo único que necesitan es libertad. También que quiere como sea ese Oscar a la Mejor película que se le resiste. Parece claro que El poder del perro es una buena apuesta para estar en las nominaciones, pero es una película demasiado enfermiza y hasta compleja para una Academia de Hollywood que vive del consenso y no del riesgo. Lo que queda claro es que no pueden pasar otros 12 años sin que Jane Campion dirija. El cine necesita que voces como la suya cuenten más historias como esta.
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