Tras el horror de ver cómo renacen los Sturmabteilung alemanes en Cataluña promoviendo el apertheid contra un crío y su familia en Canet de Mar por no ser de su cuerda, siguiendo la estela de aquel nauseabundo "que levante la mano quien sea hijo de guardia civil" que tan acertadamente retrató nuestro genial José María Nieto en aquella viñeta, intento pasar página de la ignominia, del abuso al débil, del deliro nazi, radical y del silencio cómplice que tanto daño producen en el espíritu, y dejo que sean otros soldados de la palabra quienes lidien hoy esta batalla necesaria que nada tiene que ver con la lengua, no se equivoquen, sino con la libertad.
Pero no puedo. A mí me pasa como a la líder de Más Madrid, Mónica García, que por delante de todo deja claro que además de médico es madre. Y le sale a una esa indignación natural de madre, claro que sí, que saca sus garras en defensa de un niño.
Las mismas garras e indignación de cualquier padre, soltero, torero, bombero, futbolista o equilibrista, vamos. La de cualquier persona con un mínimo de decencia moral. Que ya nos íbamos sin querer por las ramas de la idiotez más supina que pretende convencernos, a estas alturas, del buenismo de un sexo sobre otro.
Doy rodeos, sin querer. Que ya me dirán qué tiene que ver esto ahora. Me doy cuenta, no se crean. Pero mi cabeza no quiere entrar al asunto del acoso abyecto sufrido por un niño y unos padres en Cataluña que hoy se esconden por miedo a ser apedreados. Por pedir que se cumpla la Ley.
Porque créanme que después de lo leído y sabido, cuesta ya encontrar las palabras para definir la situación de absoluta indigencia moral que sacude a Cataluña y el cómplice, pavoroso y terrorífico silencio de Pedro Sánchez y de, qué casualidad, absolutamente todos sus socios de gobierno.
Vivimos en el país más tolerante, inclusivo, feminista, estructural, tolerante y de consenso del planeta. Una de las democracias más avanzadas del mundo, nos dicen. Con un Gobierno que detrás del todos, todas, todes y tutis, no ha sido aún capaz de ir a Cataluña a poner orden y exigir al Gobierno catalán, que deje de acosar así a unos padres y a un niño. Un Gobierno que gobierne para exigir que se cumpla, al menos, la Ley.
Porque ese niño, es el niño de todos. Porque cuando uno mira de perfil ante el horror, es cómplice del mismo. Porque la cobardía sólo nos lleva a la sumisión. Y esto, señores, tan sólo va de libertad. Y quien permite que se viole la del hijo del vecino, no podrá quejarse de que le hagan lo mismo al suyo cuando le toque. Porque le tocará.
Vamos a decirlo claro: tenemos un conato de apartheid en Cataluña, que se ha convertido en el árbol tonto/útil de los gudaris vascos que esperan pacientes a recoger las nueces. Las nueces de un apoyo popular suficiente con el que negociar un resultado secesionista. Dejan que los CDR y la burguesía catalana heredera del pujolismo hagan el trabajo feo, tras haberlo intentado durante más de treinta años ETA asesinando en toda España a gente inocente.
Este apertheid comienza por visitar los comercios de quienes no rotulen en castellano sus letreros, pasa por poner policías en los recreos para espiar a ver en qué idioma juegan a la comba, preguntar en el colegio delante de toda la clase si algún niño es hijo de un guardia civil, hacer fichas en primaria donde colorean España y Francia como países que lindan con Cataluña, organizar representaciones teatrales en catalán para menores en los colegios en las que el Rey de España es un malo malísimo que quiere hacer daño a los catalanes, y termina con un llamamiento desde las redes sociales a lanzar piedras contra la casa de un menor. A un paso de tener nuestra propia noche de los cristales rotos.
Se nos olvida rápido, como todo, que en España ha habido en democracia entre 60.000 y 200.000 españoles que por miedo, acoso y terror del independentismo tuvieron que abandonar su casa, su negocio y su tierra, el País Vasco.
Tuvieron que buscarse las castañas y empezar de cero en otro sitio, no sólo porque los violentos les impidieran vivir en su casa, sino porque, además, quienes tenían el poder y la obligación de impedir que eso ocurriera, haciendo cumplir la Ley, no lo hacían.
Son datos que recoge la propia Universidad de esa comunidad autónoma en 2011 en el llamado Proyecto Retorno. Ningún vasco ni catalán ha tenido que irse de su tierra por el motivo contrario en democracia. Los datos, siempre matan, ya lo saben, el relato.
Y los frutos de esa semilla de odio son dos generaciones de ciudadanos adoctrinados en buena parte y desde las instituciones españolas, en el odio a su propio país. España nos roba. España nos odia. Nunca fuimos España. Somos un gran país. Saldremos adelante a pesar de que nos odian. A pesar de España. España nos invade. España es una raza diferente a la nuestra.
¿Cómo no vamos a entender el odio de buena parte de esas dos generaciones, si desde todos los Gobiernos de España no se ha impedido? Cataluña es su madre, su hogar, su casa, la de sus hijos; y sólo sus gobernantes miran por ellos, por su salud, su bienestar, su libertad, su cultura, sus tradiciones, su felicidad... mientras hay un país ahí fuera que los roba, insulta, odia y los desprecia.
Cuando recibes este matraca ideológico desde párvulos, lo que se presenta difícil de comprender es cómo aún hay más de un 50% de catalanes que mantengan la cordura.
La pasividad del Gobierno, que baila el vals de la indiferencia desde el sofá de Moncloa mientras un niño se esconde en su casa por miedo a que lo apedreen, obliga a la sociedad civil a organizarse. Porque no hay bien más preciado que la vida y la libertad, valores sin los que nada de lo demás puede existir de forma plena.
Así, vemos a todos los partidos políticos excepto los de siempre, llamando a la cordura para garantizar los derechos de ese niño y su familia, porque aquí el defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, se marcó un camarote de los hermanos Marx vergonzoso cuando RTVE lo preguntó por este asunto: "de lo que hemos conocido hasta ahora, yo digo que no hemos conocido lo que tenemos que conocer para poder tomar una resolución", para finalmente pedir que, por favor, se cumpla la Ley. Menos mal.
A Mónica García le pasará como al resto de mujeres y madres, que nos parecen siempre demasiado prudentes las declaraciones de los políticos cuando hablan de quienes violan los derechos de los demás pero sus votos los mantienen en el poder, y tremendamente populistas cuando se trata de poner el ventilador contra el partido contrario en la Asamblea de turno. O no.
El nacionalismo es ese niño violento cuyos padres intentaron calmar con menos firmeza por miedo a represalias, que cuando se hace mayor es un monstruo acostumbrado a ganar de forma coercitiva. Atrévete a no darle lo que pide, y serás pasto de su furia.
La cobardía de Sánchez, que el día que suelte la patata caliente será el primero en exigir que se defienda a los no independentistas en Cataluña, no es menor que la que tuvo Aznar, con quien se transfirieron las competencias en Educación a sabiendas de lo que se iba a hacer con ella, y quien ofreció la cabeza de Aleix Vidal Quadras en bandeja de plata a Pujol y un giro radical en la política lingüística, a cambio de los votos que lo permitieran gobernar en 1996 tras esa 'Amarga Victoria' que tituló Pedro J. Ramírez en su libro.
Meses después, Aznar comenzó a hablar catalán en la intimidad. La vida y milagros de la política española, que no deja de soprenderle nunca a una.
España está en ese momento en el que sólo queda cerrar los ojos y mirar a otro lado, inventarse una huelga de juguetes o un nuevo sexo trinario, anunciar un nuevo impuesto o decir que todo es mentira, para que todo pase y se resuelva como Dios quiera. O sea, de ninguna manera.
España no puede ser país para niños cuando ponemos a la víctima en la misma posición que el verdugo, y hablamos de 'conflicto', sin que se nos caiga la cara de vergüenza.
España no puede ser un país para niños cuando tiene que ser Maite Pagazaurtundúa quien tenga que elevar a la Comisión Europea un informe para que se estudie la violación de derechos que sufren los menores en Cataluña de familias no independentistas, ante la vergonzosa actitud durante días del presidente de España.
España no puede ser un país para niños de cinco años que no pueden ir al colegio en paz. A veces, es tan simple como eso.