El reconocimiento del Gobierno español de que han sido hackeados los teléfonos del presidente Pedro Sánchez y la Ministra de Defensa, Margarita Robles, produce la falsa sensación de que espiar está al alcance de cualquiera. Y no es así: el espionaje y el contraespionaje son tan sofisticados que sólo los profesionales, y muy buenos, además, están preparados para estas prácticas.
La noticia gubernamental, más allá de sus repercusiones sobre la seguridad nacional, da la impresión de que ha surgido ahora para minimizar el presunto espionaje a independentistas catalanes, en una especie de imagen de que todos somos víctimas de estas actividades y ninguno en este país es culpable de ellas.
¿Por qué de esta negación en principio de que los espías, incluidos los nuestros, espían, y que además son suficientemente buenos para hacerlo bien? Porque la verdad es que servicios de inteligencia y contrainteligencia existen en todos los países y su objetivo es preservar la paz de la nación de agentes externos o internos que intenten alterarla. Si hay, pues, espías, ¿cómo criticar que ejerzan su oficio mientras se ajusten a la ley por la que fueron creados?
Hay que suponer que eso han hecho los nuestros y que se han ganado el pan —y las gachas, los filetes o los menús veganos— que comen. Que se haya producido sobre teléfonos de separatistas que pretenden un ilegal rompimiento de la convivencia nacional entra dentro de sus competencias de seguridad del país al que sirven. Hasta ahí, con la ley en la mano, nada que objetar: eso, en el caso de que haya ocurrido ese espionaje, cosa que aún está por ver.
La limitación de esas escuchas, además, es obvia. Nadie, por muy tirano que fuera, podría poner en marcha el espionaje a 47 millones de ciudadanos. Eso quedaría reducido a personas muy notables por su capacidad desestabilizadora, cosa que no nos sucede ni a usted ni a mí. Lamentablemente para nuestro ego y afortunadamente para nuestra conciencia, somos personas sin secretos inconfesables que perjudiquen a la pacífica convivencia de todos.