Desde que los españoles nos incorporamos a Europa y se estableció en España el sistema de las CCAA, somos llamados a las urnas en cuatro ocasiones distintas: para elegir el Parlamento Europeo, para elegir las Cortes Generales, para elegir los Parlamentos Autonómicos y para elegir las Corporaciones Locales. Al margen de estos, se elegirán también las Diputaciones Provinciales, los Cabildos y los Conseils Insulares, pero estos son elecciones de segundo grado que no me interesa comentar ahora.

El Parlamento Europeo fue fundado en 1958 y se elige cada cinco años. Es una institución europea elegida por sufragio directo, integrada, al día de hoy, por 705 diputados europeos que se agrupan en siete grupos políticos distintos, no por naciones. España elige 59 en una circunscripción única como el resto de los países. Sus oficinas centrales están en Estrasburgo. Aprueba la legislación europea y los acuerdos internacionales además de los presupuestos europeos y los acuerdos internacionales, por lo que se equivocan quienes piensan que sus decisiones no nos afectan. Sus decisiones se trasponen a las leyes nacionales y autonómicas y afectan a todos los ciudadanos de la Unión Europea.

La Constitución Española estableció que nuestro sistema representativo sería bicameral, y estaría integrado por el Congreso de los Diputados y el Senado. Los 349 diputados se eligen de forma proporcional corregido con el sistema D'Hont que beneficia a los partidos mayores y la circunscripción electoral es la provincia; sus atribuciones, como las del Senado, figuran en el título III de la Constitución y los candidatos van en listas cerradas. El Congreso Español fue fundado en 1834.

El Senado, también llamado la Cámara Alta o Cámara Territorial, está integrado por 265 senadores que se eligen en listas abiertas, tres por cada una de las provincias. Existe además un cupo de senadores que se adjudica a las CCAA y estas establecen en sus estatutos respectivos el sistema de elección de estos senadores autonómicos.

Finalmente, las corporaciones locales o ayuntamientos se eligen en cada uno de los municipios españoles con un sistema similar a la elección de los diputados, teniendo en cuenta el censo de habitantes de ese municipio. Después, los concejales serán quienes elegirá en sus respectivos plenos al alcalde.

Sentados estos principios cabe señalar que pueden ser candidatos todos los ciudadanos españoles, (salvo sentencia de inhabilitación), y suelen hacerlo en las listas de los diferentes partidos, pero pueden hacerlo en agrupaciones electorales o como independientes.

En el caso de las elecciones europeas las listas son cerradas, confeccionadas por los partidos y en muchas ocasiones sirven para colocar a políticos del propio partido que se han caído de otras listas electorales, salvo honradas excepciones. Es un retiro muy digno y muy bien pagado. En estos casos los ciudadanos suelen votar las siglas del partido independientemente de los integrantes de la lista.

El Congreso de los Diputados es también elegido en listas cerradas y bloqueadas, confeccionadas por el partido en cada una de las circunscripciones electorales, es decir en cada una de las provincias españolas, sin que pueda modificarse el orden de la lista.

Los senadores, por el contrario, son elegidos en listas abiertas en el que cada partido o agrupación electoral presenta tres nombres, al margen de los suplentes que existen en todas las listas y los electores son muy libres de votar a los tres del mismo partido, o a cada uno de un partido distinto. Aquí también suele primar las siglas que encabezan la papeleta de voto, pero al poder votar individualmente a cada uno de los candidatos, si uno de ellos tiene un “tirón” superior a los otros dos, incluso a los de los otros partidos, se destaca claramente, es decir, entre los senadores se detectan quiénes suman y quiénes restan votos, y para ello basta comparar el resultado de cada senador con la lista de los diputados en cada una de las circunscripciones electorales. Si el senador tiene más votos que la lista al Congreso del mismo partido, este senador suma, es decir tiene más tirón que el propio partido. Si obtiene menos votos, resta.

Y finalmente, la elección de los concejales y del alcalde reviste unas características muy singulares, el ciudadano considera y con razón, que los ayuntamientos son las instituciones más cercanas y mira con lupa quién encabeza y quiénes integran la lista, además, por supuesto, del anagrama del partido correspondiente; sin embargo, me atrevo a afirmar que en estos casos es más importante el candidato que el partido. Buena prueba de ello es que en determinados municipios ha habido vecinos que han obtenido la alcaldía figurando en las listas de partidos políticos distintos en elecciones sucesivas, o que en un mismo censo electoral el candidato a alcalde supera en varios miles de votos a los que su propio partido obtiene en las elecciones autonómicas.

Y os preguntaréis por qué esto es así: pues en mi opinión, y después de haber encabezado siete veces la candidatura del Partido Popular al Ayuntamiento de Valladolid y haber ganado las siete, cinco de ellas por mayoría absoluta, porque el ciudadano valora más la capacidad de gestión del alcalde y su equipo que las siglas del partido, lo que hace que prefieran a una persona conocida, popular y que conozca la ciudad que a un candidato con mucho pedigrí de partido pero escasamente conocido, un candidato “de calle” que de despacho o de partido.

De la misma forma que en todas las listas electorales, suelen rechazarse los candidatos cuneros, es decir no residentes en la circunscripción electoral, y que por conveniencia del partido se les coloca al frente de una lista; este rechazo se intensifica en las elecciones municipales, donde interesa más la persona que las siglas, y conviene recordar lo que le pasó a Macarena Olona con su empadronamiento en Andalucía.

En definitiva, basta pasear por la calle y entrar en un bar y escuchar lo que se habla, los que se interesan por quién será el candidato a la alcaldía y concretamente en Valladolid por qué se demora tanto la nominación cuando estamos a menos de seis meses de las elecciones municipales. En el año 2.007 el PSOE colocó a una mujer (Soraya Rodríguez) encabezando la lista municipal con la intención de que una mujer accediera por primera vez a la alcaldía vallisoletana.  Yo seguí en la alcaldía y ella al poco tiempo abandonó el Ayuntamiento y poco después el partido y hoy ocupa un escaño de Cs en el Parlamento Europeo. En el 2019 el PP intentó lo mismo, y perdimos las elecciones.

En el 2023 debemos acertar con el nombre que encabece la candidatura y en los 26 restantes, además de demostrar con un buen programa y una buena campaña que conocemos Valladolid y sus problemas y que tenemos soluciones para recuperar ese Valladolid limpio, seguro y sin atascos que se perdió con la llegada de Puente a la alcaldía. En mi primera contienda municipal en 1991, nadie pensaba que yo pudiera desbancar al alcalde Rodríguez Bolaños y le gané las elecciones. Pues si no sonara a podemita gritaría como ellos, “sí se puede”. Pues vamos a por ello. Por cierto, el resto de partidos tampoco han hecho público el nombre de sus candidatos, salvo Oscar Puente que se ha autoproclamado candidato sin esperar las primarias.

Esperemos que los responsables acierten (en el PP los candidatos a las alcaldías de las capitales de provincia son responsabilidad del presidente nacional del partido), y no tengamos que repetir aquella célebre frase al oír el nombre elegido “qué error, qué inmenso error…” ¿Os acordáis? Pues eso. Y es que, si nos equivocamos, tenemos Puente en el ayuntamiento y ciclistas por las aceras cuatro años más.

Hasta la semana que viene.