No es que la ministra de Derechos Sociales pertenezca a 16 familias, aunque cosas más chuscas han acontecido entre los dirigentes de Unidas Podemos. Lo que Ione Belarra ha hecho es preparar una ley que tipifica hasta dieciséis unidades familiares, en los que la familia tradicional de toda la vida es sólo una más al lado de las homomaternales (constituida por una mujer sola con sus descendientes), reconstituidas (con miembros que tenían hijos de relaciones anteriores), interculturales (entre personas de entornos culturales o étnicos diferentes) y otras denominaciones a cuál más curiosa.
Aprender toda esta nomenclatura y su complejo contenido correspondiente es una tarea hercúlea, a la que lamentablemente se enfrentarán los escolares para saber a qué agrupación familiar pertenecen. Igual de complicado que la inútil lista de los reyes godos que estudiaban nuestros abuelos, aunque mucho más práctica, eso sí, porque toda esta tipología va asociada, en muchos casos, a subvenciones diversas y variadas.
El asunto mnemotécnico se complica, además, ya que uno puede pertenecer lógicamente a más de un grupo familiar, con lo que las combinaciones de los factores se multiplican hasta hacer una lista casi infinita.
Ione Belarra y sus corifeos ya se han encargado de vituperar a los críticos respecto a la pintoresca ley, acusándoles de estar anclados en el siglo pasado y no adaptarse a las modificaciones sociales de este siglo.
Más allá de esta y otras consideraciones, la ley de familia, como la ley trans y otra normativa igual de rupturista, tiene como objetivo acabar con la familia tradicional por oponerse a los deseos de sus promotores de hipersexualizar y poner patas arriba todas las relaciones familiares, que es de lo que se trata.