No seré yo la que sume una piedra a la lapidación pública a la que se está sometiendo a Ana Obregón por su decisión de ser madre mediante una gestación subrogada. Reducir la venida al mundo a un contrato entre dos mujeres, una transacción legal en algunos países, se me escapa. Pero no deja de sorprenderme que sea la izquierda más radical, la del "mi cuerpo es mío", abanderada de las libertades como si fuesen un descubrimiento propio, la que haya emprendido ese juicio paralelo contra la actriz como si fuera el toro que mató a Manolete.
El caso, que ha convertido el Congreso en un plató de Sálvame, tiene tantas aristas éticas, morales, tan personales, que me viene lo suficientemente grande para saber que no soy quién para decirle a otra mujer, a otro hombre ni a nadie lo que tiene que hacer, ahora que nos quieren imponer pensamiento único, que nos dicen cómo hay que vivir nuestra sexualidad o dónde pulsar para ser felices.
Asistimos a un tremendo ejercicio de hipocresía, cuando en España hay más de 3.000 niños nacidos por vientres de alquiler. Muchos de ellos son hijos de parejas homosexuales de lo que ahora se llaman "celebrities" o de hombres de edad avanzada, aunque quienes ahora ponen el grito en el cielo se hayan callado porque los progenitores juegan en casa. Igualdad según para qué, según para quién.
Nunca he sido madre, no he sentido una vida creciendo en mi vientre y desandando después el maravilloso camino hacia la vida. Pero sí sé que el hecho de parir no convierte necesariamente a todas las mujeres en madres y que hay madres y padres que no habiendo parido a sus hijos darían su vida por ellos. Ser madre es entregar el corazón, que nunca vuelve a ser tuyo. No he sido madre, pero tengo la suerte de tener una madre.
Salvo casos muy puntuales, una gestación subrogada siempre me ha parecido un mercado blanqueado de niños. Legalidad y ética no siempre van de la mano. Niños a la carta, en la mayoría de los casos a cambio de ingentes cantidades de dinero. Si en una cosa le puedo dar la razón a la ministra Montero -que ya se encarga ella sola de quitarse todas las demás con sus majaderías, con su nuevo feminismo a medida- es que este tipo de casos apuntan a una situación de vulnerabilidad en la gestante. Pero habiendo voluntad por ambas partes, supongo que la libertad reside en respetar ese acuerdo y desear la mejor vida para ese bebé. Un acuerdo que yo jamás suscribiría, ni como gestante ni como madre legal, habiendo en el mundo tantos niños necesitados de amor, de una familia, de una madre o un padre, de un soporte en sus desestructuradas vidas.
No seré yo la que lapide a Ana Obregón. Esa niña será una criatura feliz y bien cuidada, aunque la vida de un niño es mucho más que un pañuelo para enjugar las lágrimas por la muerte de otro hijo, mucho más que un deseo que puede cumplirse a golpe de talonario, más que una soledad ávida de compañía. La vida de un niño es siempre un milagro y si alguien hay inocente es esa bebé que duerme en su cuna ajena a tanto revuelo, tanto humo sobre lo que de verdad importa en su nombre.
Sea bienvenida tu alegría, pequeña Ana.