Cuando hablamos de García Castellón hacemos referencia a un vallisoletano que estudió Derecho en Salamanca y que ha desarrollado su labor como juez desde 1977; vamos, que es un niño desconocido en la judicatura, y que se ha hecho cargo de macrocausas como los casos Lezo, Púnica, Acuamed, Tandem, Kitchen, etc. de corrupción política de personas relacionadas con el PP, por lo que fue loado por la izquierda que, ahora, cuando se hace cargo del caso Tsunami Democrático, le critican y demonizan, cual si fuese un fascista fanieroso, lo que demuestra el modo y modelo de actuación de una izquierda siniestra trilera y manipuladora que no acepta las reglas del juego cuando le perjudican.

Cuando Abascal manifiesta que a Sánchez algún día lo querrán ver los españoles colgado de los pies, la fiscalía, que ya sabemos de quién depende, observa un delito de odio, nos parece fantástico; pero, cuando Enrique Santiago (no confundir, por favor,) afirma que si hubiese una revolución él iría a matar al Rey, o Pablo Iglesias decía que le gustaba ir de cacería de fascistas, son meras manifestaciones de la libertad de expresión, pues la diferente vara se encuentra en el sesgo político del que realiza la afirmación.

Ahora, esta siniestra, asume, loa y defiende la amnistía; pero, si echamos la vista atrás, cuando el PP de Montoro, allá por el 2012, promovió una amnistía fiscal, la llevaron al Tribunal Constitucional (por aquel entonces se decía sometido al criterio conservador) que, por unanimidad, lo declaró inconstitucional para alborozo y disfrute de los presuntos “progresistas” que, ahora, defienden, imponen, una amnistía penal de unos delincuentes condenados, eliminando el criterio de igualdad de los ciudadanos; pero, ahora, el presidente del Tribunal Constitucional, un tal Conde Pumpido, ya se ha posicionado y manejado en la admisión de la constitucionalidad de lo más cuando ya el Tribunal determinó la inconstitucionalidad de lo menos.

No parecen precisos grandilocuentes argumentos jurídicos para alcanzar el convencimiento de que si una amnistía tributaria es inconstitucional, esa misma amnistía penal, de muchísima más gravedad jurídica, no podrá ser menos inconstitucional, excepción hecha de que quien fue un gran jurista manche con el barro del camino su toga, y/o desperdicie su poco o mucho prestigio en favor de una ideología.

Si una persona incumple la ley debe de soportar el peso de la misma, la sociedad sanciona a aquel que no desea someterse a los criterios socialmente establecidos, salvo que incumplas la ley de extranjería, en cuyo caso, si pretendo aplicar la norma, seré tachado de xenófobo, inhumano. Pues mire usted, yo quiero que se trate con el máximo respeto, cariño y se concedan todos los servicios sanitarios y sociales a los extranjeros ilegales; pero, una vez servidos, sin más trámite, deben de ser expulsados, pues de otro modo sancionamos al extranjero que cumple la ley, acude cumpliendo las normas y respeta nuestro modo de vida, a la par que al ilegal le abocamos, sin otra opción, a la delincuencia.

No es xenofobia, es cumplir la normativa, ser empático, solidario y humanitario, pero cumpliendo la ley que nos ampara a todos. Lo otro es usar el sufrimiento humano como arma política, muy habitual en la siniestra, que hace de su adjetivo un sustantivo.

Si te fijas, la amnistía, la diversa forma de interpretar la norma, el incumplimiento normativo, son los modos y formas de articular el discurso de Pedro, que se erige en legislador, ejecutivo y, pretende, ser judicial, para subvertir el modelo social que nos hemos dado, no por los medios y formas por todos establecidos, sino por sus laicos y reverendísimos “membríscalos” retorciendo la norma, ensortijando la verdad para convertirla en su propia realidad (cuando retomo la frase de Aristóteles, Bismarck y Perón de “la única verdad es la realidad”) y la usa como modo de obtener ventaja sobre sus contrincantes con el modelo, también de Bismarck, que asemejaba la política a las salchichas: “es mejor no saber cómo se hacen” que, como en nuestro Pedro, revela un evidente desprecio a la verdad, a la democracia y a los ciudadanos, que considera “perritos sin alma” a los que manipular, dar pan y circo y someter, eso sí, en pos de una falsa realidad.