Ha sido en Morata de Tajuña, pero podía haber sido en cualquier sitio, allá donde haya una persona sola que piense que ha encontrado a alguien, un corazón más allá de la pantalla, una media naranja para matar la soledad. Tres hermanos, Amelia, Ángeles y Pepe, eran brutalmente asesinados en un ajuste de cuentas por deudas provocadas por las estafas del amor, por redes organizadas que se mueven por Internet como pez en el agua.
Más allá de la herencia prometida, de los novios inexistentes, de la codicia e inmundicia humana; más allá de la ira del prestamista arruinado, de la ingenuidad enfermiza de las dos hermanas Gutiérrez Ayuso, de amor ha sido el delito, de soledad el pecado, el crimen de una sociedad que mira hacia otro lado, que no escucha, que no siente, que viaja demasiado deprisa como para detenerse en la puerta del vecino y acompañar sus horas muertas, ocupar sus sillas vacías, alimentar sus oídos con palabras, escuchar, acariciar, entender.
Amelia, Ángeles, son tantos hombres y mujeres solos en el medio rural y también en las ciudades, de puertas adentro, que comienzan a fabricarse sueños imposibles en las garras de delincuentes organizados y sin escrúpulos que no dudan en exprimirles la misma sangre pasándoles la mano por las heridas que no se ven, que no se dicen.
Resulta increíble que el todopoderoso Facebook, que enseguida censura un pezón incluso de escayola o una simple muleta frente a un toro para proteger la integridad y sensibilidad de sus usuarios, no tenga alguna herramienta capaz de bloquear a estas bandas que no cesan de acosar, de intentar atraer nuevas víctimas a sus estafas. Resulta increíble que la propia Policía no sea capaz de tirar del hilo y terminar con esta gentuza, que son los asesinos, los auténticos criminales de esta historia, aunque no empuñen ningún arma, sólo la seducción, la desvergüenza y el encanto contra los más vulnerables.
Raro es el día que en mi propio perfil no aparece algún guaperas impostor -en cuanto veas un guapo, bloquea-, siempre viudo o divorciado, con niños ideales, gatos de raza, autos de lujo y escenarios paradisíacos, diciendo que han llegado a mi muro por casualidad, por mi cara bonita y otras lindezas. Como si los generales del ejército americano, los ingenieros petroquímicos o los médicos en conflictos en guerra se fuesen a meter en Internet justo para encontrarse con una periodistilla de provincias que se va metiendo en años. Justamente eso.
A mí, que cuando aposté al as de corazones me he llevado el de bastos, que crecí, me licencié y me hice fuerte en las decepciones y las soledades, nunca me hizo falta una caricia por el lomo para seguir exprimiendo la vida sin necesidad de un compañero de camino. Pero la soledad, tantas veces buscada en mi caso, es la enfermedad, la pandemia, el dolor de tantos hombres y mujeres de este siglo XXI que cada vez entiende menos de corazones, de generosa entrega, de compañías.
Todos los sabían, todos intuían la estafa, pero nadie pudo parar la loca historia de estas bandas -generalmente nigerianas- en la mente, en el corazón de dos almas solitarias que creían haber encontrado al amor de su vida, que preferían aferrarse al sueño, al penúltimo deseo de sus vidas, que enfrentarse a la cruda realidad de los días largos, las noches interminables, las camas anchas, esa soledad que te abre las carnes en silencio.
De amor fue el delito, de soledad el pecado. Descansen en paz.