Ocurría hace apenas unos días en un cine de León, en una película infantil, cuando un presunto maltratador agredía a su pareja y molestaba a todos los presentes en la sala. Al no aparecer personal de seguridad ni la policía, el joven campeón de Boxeo Antonio Barrull, de 25 años, increpaba al agresor para que cesara en su actitud violenta. Lejos de eso, el individuo comenzó a provocar y a insultar al boxeador, quien finalmente frenó al agresor, evitando que la situación fuese a más.

Detrás, en la pantalla, el gato Garfield -uno de mis ídolos desde siempre como buena católica practicante que soy- vivía sus aventuras, mientras los niños y adultos presentes en el cine asistían a lo que debiera ser una película de acción, de terror, que lejos de ser ficción es la cruda realidad que viven miles de mujeres cada día. Este rayo, este hachazo que no cesa.

Ayer se conocía que el presunto agresor de su pareja -con antecedentes y denuncias previas por malos tratos- ha denunciado al boxeador y afirma que la atacante era la mujer, en otra pirueta de la vida que parece más sacada de una película en la que los malos se revuelven contra los buenos. Porque esto sí va de buenos y malos y yo tengo muy claro quién es quien.

No conozco a Antonio Barrull y confieso que no me gusta ni entiendo el boxeo, aunque lejos de ser una dictadorcilla como el ministro Urtasun con la tauromaquia, sé que hay miles, millones de sensibilidades distintas que lo disfrutan y lo respeto profundamente. Sé también que Barrull, porque he escuchado atentamente sus palabras, en todo momento procuró mantener a raya al agresor sin dañarlo ni herirlo (bien saben los profesionales dónde hacerlo si quieren) y que su actuación sirvió para frenar en seco una situación de agresión y maltrato a una mujer en un lugar público. No te cuento, si el agresor lo hace en un cine, lo que podría pasar la víctima en privado, entre las cuatro paredes de una casa donde no hay testigos ni ángeles salvadores.

Porque en una sociedad donde todo el mundo mira hacia otro lado, donde todo el mundo se desentiende y no quiere meterse en problemas, Antonio Barrull se puso de frente y plantó cara a un agresor ejerciendo violencia sobre un ser más débil, sobre una mujer. Claro está que nadie debe tomarse la justicia por su mano, pero ante la indefensión de la mujer y la actitud provocadora del individuo, completamente hiriente y chulesca, el joven boxeador hizo lo que le pidió su sentido común y su corazón: evitar que la agresión fuera a más, defender a la auténtica víctima de esta historia, como un superhéroe sin capa que después, visiblemente apesadumbrado, pedía perdón a los asistentes a la sesión, cuando sólo de justicia era su culpa.

No te conozco, Antonio Barrull, pero como mujer, como ser humano, te doy las gracias. Ojalá hubiese más Antonios Barrulls en las calles, en las casas, en cada instante en que un maltratador pone la mano encima de su víctima. Ojalá hubiese más ángeles sin guantes de boxeo que frenasen en seco a todos los maltratadores del mundo.

No me gusta el boxeo, pero te deseo toda la suerte del mundo en tu próximo combate. Para mí ya eres campeón absoluto.