El cabrero millonario de Barruecopardo
La tierra ofrece al ser humano un modo de vida. Su fertilidad produce alimento, dependiendo de su orografía marca el hábitat y su composición geológica puede determinar su economía. Pero en ocasiones la tierra ofrece mucho más de lo que pueden percibir los ojos, de palpar grano a grano. En sus entrañas se esconde también la oportunidad de cambiar para siempre la existencia de un común mortal. Es el caso del cabrero millonario de Barruecopardo.
Cuenta la leyenda que en este pequeño municipio al oeste de la provincia de Salamanca había un joven pastor encargado de cuidar las cabras de varias familias. Sus padres apenas tenían recursos, por lo que el jornal que el cabrero aportaba al paupérrimo hogar contribuía como principal sustento para unos ya impedidos progenitores. Todos los días el zagal corría a buscar a los animales para llevárselos hasta la zona de Bermellar, donde transcurrían las horas entre sueños y anhelos, deseos de una vida mejor, alejada de la pobreza que le había tocado padecer desde que apenas comenzara a caminar.
Viendo ya cercana la muerte, sus padres consideraron hacer testamento y repartir sus pedregosas tierras entre sus hijos. Al joven cabrero le tocó la peor, una porción de terreno inhóspito que apenas servía para recoger algo de leña en invierno. Los demás pastores se mofaban de él. Las burlas eran constantes, pues, ¿de qué servía ser dueño de una tierra que no ofrecía fruto alguno que llevarse a la boca? Y el cabrero maldecía constantemente su mala fortuna. Tenía grandes planes para aquel terreno, pero la manifiesta infertilidad los había trastocado completamente.
Un día, al regresar con las cabras, el joven pastor observó a unos adinerados señores en sus tierras. Bien parecidos, con traje y sombrero, parecían realizar mediciones aquí y allá. Fue la última vez que se vio al zagal en el pueblo. La noticia voló de alcoba en alcoba y los vecinos de Barruecopardo comenzaron a murmurar que el cabrero se había marchado por no poder soportar tanta vergüenza. Otros iban más allá y aseguraban que aquellos hombres lo habían matado por descubrir cualesquiera que fueran sus intenciones. El caso es que no se volvió a ver al joven. Era como si la propia tierra se lo hubiera tragado para intentar darle algo de condimento a sus entrañas.
Pasaron los años y un buen día aparecieron en el pueblo unas enormes máquinas en dirección hacia la tierra del cabrero. Allí comenzaron a excavar en lo que se eran los primeros trabajos de una futura mina de wolframio, que daría mucha riqueza y empleo a los habitantes de Barruecopardo, pero sobre todo al dueño de aquellas tierras. Pues cuentan los más viejos del lugar que un día vieron al cabrero, bien vestido y aseado, sobre una de aquellas moles de hierro en movimiento, supervisando el inicio de la mina. Así, de la noche a la mañana se había hecho millonario. Porque lo mejor siempre permanece en el interior.