Divertidas e increíbles anécdotas de guardias civiles
Casi dos siglos de historia para un Cuerpo de Seguridad que está permanentemente en contacto con la población, sobre todo en el medio rural, han proporcionado miles de situaciones dignas de mención, bien por lo increíble de lo acontecido, por incomprensible, ben por lo cómico de los hechos, por inimaginables. El libro ‘Tricornio de guardia’ (editorial Oberón), de Javier Ronda, recopila algunas anécdotas de guardias civiles.
Porque la Benemérita está para todo, o eso consideran algunos ciudadanos. Antaño eran frecuentes las llamadas de teléfono al cuartel o el puesto solicitando auxilio en labores domésticas o preguntando dudas, por ejemplo cómo encender la televisión durante los primeros años de funcionamiento del aparato tras llegar al salón familiar. Pero una mujer que llamó apurada porque se le había quedado dentro el tampax, se encontraba sola y necesitaba ayuda, supera con creces a todas. El agente al otro lado del teléfono cumplió con lo que se requería… llamar a los servicios sanitarios de urgencia. Este tipo de esperpénticas llamadas ahora las reciben más el Servicio de Emergencias 112 y teleoperadores de compañías telefónicas.
En otra ocasión una pareja se desplazó hasta un establo de cabras de un pueblo de Salamanca para atender un intento de robo. Al menos eso parecía, porque el tejado estaba roto. Pero no faltaba ninguna cabra ni había ausencia de aperos de labranza. Eso sí, algunas cabras sangraban a través de sus partes sexuales, por lo que más bien se trataba de un desagradable caso de zoofilia.
La labor de la Guardia Civil es impagable… o casi. Eso debió pensar un senderista que se quedó atrapado durante una ascensión y al llegar un helicóptero de la Benemérita para rescatarle se negaba a subir. Tras unos momentos de incredulidad por parte de los agentes, el senderista aseguró que ya se curaría, que prefería esperar antes de tener que pagar por el rescate, porque no tenía dinero. Debió pensar que eran los bomberos, pues hay ayuntamientos que después pasan la factura si en realidad no era una urgencia. Y no era la primera vez, porque cuántos vecinos de pueblos a quienes trasladaba la guardia civil al médico de otra localidad después insistían en pagar el trayecto o darles a los agentes embutido o queso en agradecimiento.
Pero las mayores anécdotas están en el servicio de tráfico de la Guardia Civil, sobre todo porque hay conductores capaces de cualquier cosa con tal de evitar la multa. Como aquel que suplicó librarse porque en más de medio siglo al volante jamás había sido sancionado y no quería manchar su expediente ya jubilado, que eso lo sumiría en la pena o incluso una depresión. Incluso hay quienes le echan morro para justificarse, como aquel conductor que tras ser sorprendido marcha atrás por un carril de cambio de sentido explicó que como vio una retención había pensado en esa maniobra para así avisar a los conductores que llegaran de que había un atasco y llevar a cabo una labor informativa porque no había ningún agente para regular el tráfico.
Conductores en actitudes extrañas siempre hubo y habrá, pero llama la atención una joven que a altas horas de la madrugada iba al volante en pijama y zapatillas. Llamativo el atuendo y prohibido el tipo de calzado. La conductora explicó que padecía insomnio, pero había detectado que en el coche le entraba sueño, así que por la noche salía a dar una vuelta, comenzaba a quedarse traspuesta y así al volver a casa ya podía dormir.
Y qué contar de los conductores borrachos que se encuentran los guardias civiles. En una ocasión un coche se salió de la calzada y terminó volcando sobre la cuneta. Al llegar al lugar de los hechos, los agentes se encontraron al conductor desorientado sobre el asfalto. Tras preguntarle si estaba bien, asintió, dio media vuelta, abrió la puerta del coche volcado, entró y quiso arrancarlo para marcharse del lugar. Pero más cómico fue aquel conductor que tras dar positivo en un control de alcoholemia, después de tomarle los datos, los agentes se lo encontraron literalmente pastando. Al preguntarle qué hacía, explicó que un amigo le había asegurado que comiendo hierba bajaba el efecto del alcohol. Por suerte no optó por morder a los guardias civiles, por aquello de que visten de verde.