El culto a la ¿Santa? Muerte, ritos a principios de noviembre
La humanidad siempre ha tenido gran fascinación por la muerte, y esto es contrastable en la cantidad de rituales dedicados a la vida en el más allá. A lo largo y ancho del planeta, el culto a la muerte se hace presente de diferentes formas, ya sea como vía de reencuentro con los seres queridos, tributo a los dioses o burla e, incluso, entrando en rituales que tienen que ver con ritos diabólicos o lo que la iglesia católica denomina idolatría-, es la veneración a la Santa Muerte, que por tener, tiene hasta imagen, escultura y templo.
En términos generales, recordar que en muchos países el invierno está asociado a la estación más lúgubre y fría. La ‘muerte’ de la Naturaleza, según la tradición en los países del hemisferio norte, se iniciaba cuarenta días después del equinoccio de otoño (22 de septiembre), precisamente con el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre. Se rinde culto a los muertos y estos días (el día 2 es el día de las almas, día de los muertos) se vinculan con la vuelta de sus almas durante estos días y a diversas manifestaciones de su presencia. Ya en nuestros días, la fiesta de Todos los Santos es un momento para recordar a los que ya no están, llenar los cementerios de flores y sentir más cerca que nunca a todos los difuntos. Pero sobre todo es un día para celebrar con la familia, comer huesitos de santo, buñuelos de viento o panellets y asar castañas. Sí, castañas -y no tantas calabazas-. Mantengamos las tradiciones.
El culto hacia la muerte no es nuevo, ni tampoco algo ligado al catolicismo ni a la santería, como se cree, sino más bien tiene una relación más estrecha con las creencias más antiguas. Es el caso de México, donde anida tanto santerío, donde se está poniendo de moda –si es que ya no está puesta- una santa que no es ni blanca, ni morena: ni siquiera tiene piel. Es un esqueleto vestido de novia o con túnica que tiene unos cinco millones de seguidores, una iglesia oficial y un gran santuario en construcción. Se dice que es la patrona de los narcos y los delincuentes, pero sus defensores afirman que da amparo a amas de casa, estudiantes y profesionistas. Es la Santa Muerte y se venera en estos primeros días de noviembre.
Pero vayamos a los ritos y creencias más de aquí, de este mundo nuestro, terrenal e ibérico, que del más allá y ultramar. Noviembre. El mes de la despedida del ciclo anual. Tiempo en que se da la mano la alegría de los Santos con el recuerdo de los Difuntos la jornada siguiente, con muchos ritos y costumbres en los pueblos, con visitas a los cementerios y el recuerdo del más allá. Las costumbres, sobre todo las relacionadas con la religión y la superchería, se van relajando, pero ahí están las creencias del mundo de ultratumba, los mensajes que llevan y traen los que ya se han ido, el recuerdo de los muertos, y, especialmente, a todos aquellos que no han alcanzado el cielo, por quienes se elevan plegarias, celebrándose misas de difuntos –aunque ahora ya no exista, por decisión papal, el Purgatorio-. Pero también llega el mes de las castañas que, asadas –los calboches- dan calor en esas tardes y noches de fríos intensos. Y, al amanecer, comienzan las matanzas del cerdo, porque, como dice el refrán, a cada cerdo llega su San Martín. Son días de alegría por las viandas que ofrece el gorrino y por los bailes, tonadas y ritos que conlleva esta ancestral costumbre y, no menos, fiesta popular que, en estos tiempos, también se pierde quedando relegada a las fiestas matanceras de índole turística.
Todos los Santos
El Día de Todos Los Santos es una tradición católica instituida en honor de Todos los Santos, conocidos y desconocidos, según el papa Urbano IV, para compensar cualquier falta a las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles que, en Salamanca tienen celebraciones muy típicas que se confunden con la Conmemoración de los Fieles Difuntos, en tiempos abolido el Purgatorio.
Si en los países de tradición católica se celebra el 1 de noviembre; en la Iglesia Ortodoxa se conmemora el primer domingo después de Pentecostés; aunque también la realizan las iglesias anglicana y luterana. En ella se venera a todos los santos que no tienen una fiesta propia en el calendario litúrgico. Por tradición es un día festivo, no laborable. Antecediéndonos en el tiempo, la Iglesia Primitiva acostumbraba celebrar el aniversario de la muerte de sus mártires en el lugar del martirio. Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. En la persecución de Diocleciano el número de mártires llegó a ser tan grande que no se podía separar un día para asignársela. Pero la Iglesia, sintiendo que cada mártir debería ser venerado, señaló un día en común para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquía en el domingo antes de Pentecostés.
También se menciona lo de un día en común en un sermón de San Efrén el Sirio en 373. En un principio solo los mártires y San Juan Bautista eran honrados por un día especial. Otros santos se fueron asignando gradualmente, y se incrementó cuando el proceso regular de canonización fue establecido; aún, a principios de 411 había en el Calendario Caldean una “Commemoratio Confessorum” para el viernes de los cristianos orientales. En la Iglesia de Occidente el papa Bonifacio IV, entre el 609 y 610, consagró el Panteón en Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires, dándole un aniversario.
Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a Todos Los Santos y designó para el aniversario el 1 de noviembre. Gregorio IV extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX.
Conmemoración de los Fieles Difuntos
“La Noche de Difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria”. Así comienza uno de los relatos más famosos de Gustavo Adolfo Bécquer, que rememora los dramáticos acontecimientos que cubrieron de sangre el Monte de las Ánimas.
La Conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos o Día de Difuntos, es una celebración cristiana que tiene lugar el día 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio, que dice el Papa no existe. En España, dentro de la tradición católica, se realiza una visita a donde yacen los seres queridos, a los que les dejan flores en las tumbas y rezan por ellos.
La edición de 1910 de ‘The Encyclopedia Britannica’ declara “El Día de los Difuntos el día designado en la Iglesia Católica Romana para la conmemoración de los difuntos fieles. La celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa. Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial. Así sucede que los campesinos de muchos países católicos creen que en la noche de los Difuntos los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y participan de la comida de los vivientes. (Tomo I, pág. 709)
‘The American Encyclopedia’ dice “Elementos de las costumbres relacionadas con la víspera del Día de Todos los Santos se remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. Los celtas tenían fiestas para dos dioses principales... un dios solar y un dios de los muertos (llamado Samhain), la fiesta del cual se celebraba el 1 de noviembre, el comienzo del año nuevo celta. La fiesta de los difuntos fue gradualmente incorporada en el ritual cristiano”. (Tomo 13, pág. 725)
Mientras que el libro ‘The Worship of the Dead’ (La adoración de los difuntos) señala a este origen al decir “Las mitologías de todas las naciones antiguas están entretejidas con los sucesos del Diluvio El vigor de este argumento está ilustrado por el hecho de que una gran fiesta de los muertos en conmemoración de ese acontecimiento se observa, no solo en naciones que más o menos se encuentran en comunicación entre sí, sino también en otras extensamente distanciadas, tanto por el océano como por siglos de tiempo. Además, todos celebran esta fiesta más o menos el mismísimo día en que, de acuerdo con el relato mosaico, tuvo lugar el Diluvio, a saber, el decimoséptimo día del segundo mes... el mes que casi corresponde con nuestro noviembre”. (Londres, 1904, Colonel J. Garnier, pág. 4)
Por tanto, estas celebraciones en realidad comenzaron como “una fiesta para honrar a personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días de Noé”. (Gén. 6:5–7; 7:11.).
La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el ‘Antiguo Testamento’ dice "En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el ¡ay, señor! te plañirán, porque lo digo yo — oráculo de Yahveh", (Jeremías 34,5). A su vez en el ‘Libro 2° de los Macabeos’ está escrito: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados". (2 Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.
Y llega Halloween, pero de origen celta
Calabazas, brujas, fantasmas, esqueletos... Estos son los ingredientes para una fiesta de Halloween apropiada, tal como la celebran en los países anglosajones. Pero en España, la tradición católica ha marcado hasta tiempos recientes la fiesta del Día de Todos los Santos.
Halloween tiene su origen en una festividad céltica conocida como ‘Samhain’, que deriva de irlandés antiguo y significa fin del verano. Los antiguos británicos tenían una festividad similar conocida como ‘Calan Gaeaf’. En el ‘Samhain’ se celebraba el final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el ‘Año Nuevo Celta’, que comenzaba con la estación oscura.
Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el Otro Mundo se estrechaba con la llegada del ‘Samhain’, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar a través. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados. Se cree que el uso de trajes y máscaras se debe a la necesidad de ahuyentar a los espíritus malignos. Su propósito era adoptar la apariencia de un espíritu maligno para evitar ser dañado. En Escocia los espíritus fueron suplantados por hombres jóvenes vestidos de blanco con máscaras o la cara pintada de negro.
El ‘Samhain’ también era un momento para hacer balance de los suministros de alimentos y el ganado para prepararse para el invierno. Las hogueras también desempeñaron un papel importante en las festividades. Todos los otros fuegos se apagaban y en cada hogar se encendía una hoguera en la chimenea. Los huesos de los animales sacrificados se lanzaban a la hoguera.
Otra práctica común era la adivinación, que a menudo implicaba el consumo de alimentos y bebidas. Cuando tuvo lugar la ocupación romana de los dominios celtas la festividad fue asimilada por éstos. Aunque ya celebraban los últimos días de octubre y primeros de noviembre una festividad conocida como la "fiesta de la cosecha", en honor a Pomona (diosa de los árboles frutales), se mezclaron ambas tradiciones. Las manzanas eran muy populares y pronto formaron parte de las celebraciones.
Reminiscencias y ritos en la provincia de Salamanca
Los pueblos salmantinos, sobre todo en La Ribera, Sierra de Gata y la Sierra de Francia, por cierto lugares con reminiscencias celtas, siempre han sido muy proclives a ritos y costumbres muy arraigadas, bien por su geografía de difícil acceso, bien por su lejanía de los centros culturales de la época correspondiente. El hecho es que las celebraciones y recuerdo a los muertos han sido siempre motivo de respeto y no menos temor por parte de sus familiares. Ayer hablábamos de la moza de ánimas en La Alberca y Mogarraz.
Comenzaban el día anterior, Festividad de Todos los Santos, con las vísperas que se cantaban en la iglesia parroquial a continuación de un rosario o un responso y con la procesión en sufragio de los difuntos alrededor del templo para, a continuación, comenzar a doblar las campanas, que nos producía pánico a los más pequeños, porque antes de anochecer comenzaban los lúgubres tañidos que se repetirían de tiempo en tiempo a lo largo de toda la noche.
Son muchas las leyendas que abundan en los pueblos relacionadas con historias o vivencias acontecidas en los cementerios. Historias que a los más pequeños nos gustaba que los abuelos nos contaran al calor de la lumbre en las noches frías y de niebla en noviembre. No exentos quedábamos de temor y sueños que nos hacían sudar con apariciones e imaginando el Más Allá.
Estos recuerdos a los muertos no solo eran la leyenda del abuelo, sino también los ritos que se celebraban, con características propias en muchos lugares, pero con denominadores comunes como hablarles y llevarles a la tumba aquellas comidas o ‘antojos’ que tenían en vida. Recuerdo, concretamente en Villarino de los Aires –mi pueblo-, a una familia que, junto a ramos de flores, le ofrecían en la tumba a sus familiares difuntos tabaco, comida y vino. O más cerca, mi propia madre cuando iba con ‘marauz’ –hierbabuena- a la tumba de mi padre, que gustaba de esta planta siempre en su boca.
Como también ritos religiosos en las iglesias con el canto de las ‘Rejinjonias’ -una especie de canto que se hacía en los funerales o entierros en latín y en las novenas de difuntos. Como también lo era tocar a muerto todas las noches en las novenas de difuntos o esos sermones que inducían al temor y traían la muerte como el castigo, el fuego eterno y el rezo a la Ánimas del Purgatorio, que ahora, con un dictamen papal, ya no existe.
Lo que no se puede negar es que en España la festividad se ha convertido en un recordatorio de quienes se fueron y en un disfrute de los paladares de los que seguimos aquí: huesos de santo y buñuelos (en toda España), postre de gachas (en Jaén), castañas asadas (en Galicia y Castilla), arrope y calabazate (en Murcia), rosquillas de anís y patatas asadas (en Salamanca), arroz y talladetes (en Alicante), borrachillos (en Andalucía), panallets ( en Cataluña) y rosaris (en Mallorca) son sólo algunos ejemplos de lo que se cuece por estas fechas.
En España la tradición gastronómica de las fechas alrededor del 1 de noviembre (dejando aparte la del mismo día 1, cuando la visita a los cementerios en el Día de Todos los Santos sí tiene en muchas zonas españolas un aire entre festivo y colorido) es muy variada, aunque tiene mucho que ver -como no podía ser de otro modo- con los productos de temporada y el cambio de estación: castañas, almendras (ya se ha recogido la almendra y hay que comerla!), frutos secos en general, cidra y variadas versiones de buñuelos
Aunque los buñuelos pueden comerse (y de hecho, los comemos) todo el año, cuando realmente empiezan a apetecernos es ahora, con los primeros fríos del otoño, por eso no es extraño que en las fiestas tradicionales de temporada aparezcan los buñuelos como protagonistas o como secundarios.
Soria: Bécquer y su Monte de las Ánimas
El puente de piedra es su destino, donde nace el Monte de las Ánimas y donde al calor de una hoguera se realiza la lectura de esta leyenda aterradora. Después, con las ascuas de la hoguera se crea un un manto de brasas por el que pasarán descalzos los más valientes. Como broche final, una performance de lámparas de papel con palabras de la leyenda se lanzan al cielo. A siete kilómetros de Soria, en Garray, llevan a cabo un Rito Samaín, una ceremonia celtibérica en memoria de los difuntos y antepasados. Y en Tajueco, cada madrugada del 1 de noviembre celebran el ritual de la Ánimas, que se remonta a la Edad Media. Se trata de una tétrica procesión encabezada por un sacerdote y dos grupos, uno de casados y otro de solteros, que van coreando el cántico de las ánimas. El fin de la procesión lo marca unas campanillas, momento en el que los vecinos del pueblo se ponen las botas a pasteles y vino.
Muchos recuerdos, muchas leyendas y muchos temores de todos aquellos que ya no están pero anidan en el corazón de cada uno de nosotros, cachis!