Allá por el s. XIV, vivía don Pascual en Miranda de Ebro, que era parte del obispado de Calahorra, y al ejercer él de director del coro de la iglesia, el título de su cargo era fácil: Chantre de Calahorra. Y así lo conocían todos, y lo querían dada su solidaridad a la hora de dar limosnas y consejos al que se lo pedía y hacer cosas de bien para el pueblo.

Fue esa bondad y ese reconocimiento de la vecindad hacia su hermano, lo que llevó al díscolo Santiago, que también le pedía limosna en ocasiones, a dejarse invadir por la ira y la envidia y lanzarle desde un tejado un saco de arena, que lo mató al instante. El hecho aconteció en 1352.

El pueblo de Miranda, consternado en su mayoría, lo enterró en el cementerio municipal. Pero nadie después podía esperar que el cuerpo del chantre se apareciera de vez en cuando en la puerta de la iglesia de Santa María. Es cierto que no por causa divina o por milagro, sino por los desbordamientos del Ebro, que con la fuerza de su cauce arrastraba los cuerpos desde el camposanto, depositando siempre el del clérigo a las puertas del templo.

Fue por ello por lo que, con el paso de los años, a la tercera ocasión que esto sucedió, los parroquianos dedujeron que sería voluntad del difunto don Pascual quedar enterrado en iglesia y no en campo. Y así se hizo, y allí sigue sepultado el “insigne bienhechor y beneficiado de esta villa.”

Original narración esta, pero incierta, si bien es verdad que cada comunidad alimenta su imaginario como quiere con el fin de agrandar su acervo cultural y su anecdotario.

Pascual Martínez no murió por un fardo tirado con intención desde lo alto, ni ya muerto se presentaba a las puertas de la iglesia con ayuda de las crecidas del Ebro, que no las había antes del año 1800. Y mucho menos le crecen a su cadáver el pelo y las uñas, como se dice.

Casado antes de cura

Se sabe poco de Pedro Pascual Martínez, pero lo que se conoce es curioso, cuanto menos. Se cree que fue hombre casado antes de cura, porque tenía un hijo, eso seguro. Lo peor es que su hijo, Pero Martínez, fue uno de los cabecillas de la revuelta de 1360 contra los judíos de la ciudad en apoyo al conde Enrique, hermanastro y enemigo de Pedro I el Cruel.

Al enterarse, el monarca castellano se acercó a Miranda y degolló a uno, asó vivo a otro, y coció en una caldera con aceite hirviendo al hijo del chantre. Lo menos malo de esto es que don Pascual ya había fallecido años antes y no vio morir así a su hijo. Pero esto es otra historia…

Partimos de la idea de que el chantre era un hombre muy erudito, ya que, para llegar a su condición de alto cargo eclesiástico, con autoridad incluso para sustituir al obispo, se debían poseer por lo menos tres licenciaturas: derecho canónico, teología y música.

Además, su testamento, por el cual se conoce la mayor parte de su vida, es un pliego muy bien pormenorizado sobre lo que quería que se hiciera tanto con su cuerpo, ya que el chantre quiso ser enterrado en una capilla de la iglesia de San Juan que él mismo mandó construir (y no en el cementerio), así como con su peculio y sus haciendas, es decir, que sus bienes sirviesen para ayudar al pueblo de Miranda.

Buena persona don Pascual pues, además de cultivado. E imparcial según se sabe, ya que hasta se encargó de un juicio que tenían los pueblos de Miranda y Haro contra el monasterio de Herrera por el reparto de unas tierras de pasto. Una persona impecable por lo visto.

 

Su herencia, como decía, no pasó a la Iglesia, sino a una cofradía que él mismo fundó y de la que definió claramente sus estatutos y sus reglas, hasta tal punto en detalle que estuvo funcionando cuatro siglos y medio, hasta principios del s. XIX.

La principal misión de esta institución era la de erigir y poner en marcha un hospital en los terrenos que ocupaba la que había sido su casa y otras colindantes que también fueron suyas, en la calle del Mercado Viejo.

Miranda tendría entonces unos mil doscientos habitantes, y este hospital iba a tener veinte camastros, con lo que don Pascual estaría facilitando al pueblo un jergón por cada sesenta vecinos. Ya sabemos, por desgracia, lo que cuesta tener camas suficientes en un hospital, y para llegar a esos números del chantre se necesitaría hoy en día un edificio con seiscientas camas.

Cadáver incorrupto

En el testamento, describe este hombre incluso la altura que debían tener los muros del inmueble, el equipamiento que había de tener cada cama y hasta el tipo de iluminación tenue por las noches.

Los solares del hospital eran los mismos donde está levantada hoy la iglesia de Santa María de Altamira. Es más, el lugar donde se encuentra el sarcófago del chantre, que fue movido aquí en 1812 desde la iglesia de San Juan, resulta ser un vano cegado que da a la calle donde vivía él, y que coincide con la que era la entrada a su casa. Qué cosas…

Pero lo extraordinario, además del historial de bondad y filantropía del chantre, es la incorruptibilidad de su cadáver que, sin haber tenido unas condiciones determinadas de temperatura o humedad relativa, exceptuando las propias de una iglesia, ahí sigue, disecado pero lozano.

En el invierno de 1719, la cofradía contrató a un carpintero para arreglar parte de esa capilla de la iglesia de San Juan. Éste, en un aparte de su trabajo, de forma casual pero exploradora, metió la mano por debajo de la tapa, levantó, y se encontró con la momia de don Pascual. Raudo, el ebanista dio recado al presidente de la cofradía, que a su vez se lo comunicó al obispo de Calahorra. Y ahí se pierde el hilo. Quizá no interesaba investigar...

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